un relatito más aunque me he excedido de palabras XD 2.876
Quien no puede llorar
Brumas oscuras nublan mi razón, hoy la
tragedia azota mis venas, mi madre ha muerto envuelta en un aura negruzca que
me mantiene tensa. Vi muy cerca de mi madre una figura vaporosa antes de que
cayera ante mi impotencia de hacer algo por ayudarla.
Siempre he estudiado por mi propia
cuenta, las personas no se me dan bien, y la persona que apoyaba mi decisión de
estudiar sola en casa, ya no está para convencer a mi padre. Él a diferencia de
ella, quiere obligarme a relacionarme con otros alumnos de mi edad, asegura que
relacionarme con otros chicos y chicas de trece años es esencial para mi
formación. Jamás estaré de acuerdo con él, pero no me serviría de nada ser
quisquillosa, él manda ¿no? Aunque odie esa idea, nadie me daría la razón
ahora.
Nueva casa, nuevo colegio, nuevas malas
vibraciones. Mi madre siempre decía que contra menos tiempo pasara fuera de
casa, más segura estaba,… sin duda todas las cosas raras que hacía, eran por mi
bien, ahora tenía que ser fuerte en su ausencia y tener claro que estaba preparada
para este nuevo reto. Ella me dijo una vez, “hija siento que tengas que pasar
tanto tiempo en casa, pero, debo asegurarme que estás preparada para lo que hay
fuera”.
Durante la primera semana, muchos alumnos
intentaron entablar conversación conmigo, pero supongo que exigir que me
dejaran estudiar tranquila, era una mala manera de pedir que me dieran espacio.
No era mi intención que se distanciaran de mí incluso antes de conocerlos, solo
quería ponerme pronto al día, saber que estaban estudiando en todas las
asignaturas. Pronto, me di cuenta que lo que estaban estudiando ya lo sabía,
por lo que seguí estudiando en casa por mi cuenta y durante los tiempos libres,
por ese lógico motivo, no tenía tiempo para perder en conversaciones sin
demasiado sentido.
Por fin, tras dos semanas nadie me
dirigía la palabra, excepto los profesores, que alababan mi nivel de estudios.
Pude saber por los susurros de un par que me miraban, que me llamaban “chica de
hielo”, pero lejos de ofenderme, me pareció gracioso, gracias a eso podría
estudiar tranquila.
Volviendo a casa, vi a una chica
acurrucada en un rincón, aparentaba querer estar sola, pero cuando me fijé en
ella, vi que estaba llorando. La reconocí, era de mi clase, había intentado
hablar más veces conmigo que nadie en ese lugar, esa misma tarde le había dicho
que me dejara en paz.
Caminé hasta ella, aun sabiendo que mi
presencia le podría molestar, y con mi mejor sonrisa bromeé diciendo que no
hacía falta que llorara solo porque no quisiera hablar con ella, entre lágrimas
pude ver una leve sonrisa, supongo que entendió que decía eso con intención de
animarla. Y sin preguntar siquiera, se sinceró conmigo; al parecer su madre
había muerto esa misma tarde y lo último que quería era ver a sus amigas
llorando o preocupadas por ella.
Mí respuesta fue tan directa como gélida
quizás, ¿pero que le iba a hacer si no sabía hablar de otra forma?
- No te preocupes, no vale la pena llorar por
algo que no se puede evitar.
Cuando dije eso empezó a llorar con más fuerza,
diciendo que se notaba que no había perdido a nadie que de verdad me importara,
pero cuando le dije que mi madre había muerto hacía dos semanas, durante un
instante frenó sus lágrimas pidiendo perdón, y preguntándome si era tan fría a
causa de perderla. Me hizo gracia, ¿tenía que perder a alguien para justificar
mi forma de ser?
Hablé con ella durante un rato, y pese a no ser
una conversación demasiado inteligente y desperdiciar unos largos cinco
minutos, no me molestó tanto como pensaba. Pero definitivamente, cuando se
incorporó dejando atrás sus lágrimas, aparentaba mucho más tranquila, y vi
claro que no había perdido esos cinco minutos, había ayudado a esa chica a
percatarse de que si su madre pudiera verla, no descansaría tranquila si veía
sus llantos.
Días más tarde, nadie hablaba conmigo, era en
parte un alivio para mí, pero me sentía a su vez algo molesta, me crispaba ver
a tanta gente ignorando mi presencia, pues hablara o no con ellos, ni siquiera
se disculpaban si chocaban conmigo, y no respondían a las mías. Una cosa era no
hablar, otra perder toda muestra de educación.
- Por fin ha desaparecido esa burbuja que te cubría
– una voz sin una procedencia certera me hablaba, pero esta vez yo fui quien le
quiso ignorar, pero la voz insistió – no te molestes en ignorarme, ahora mismo
no puedes huir.
Solo fue un momento, pero me dio la sensación de
que mi vista se nublaba, al instante, esa chica chocó conmigo y cayó al suelo.
No tardó ni un momento en pedirme perdón, justificando que no comprendía cómo
no me había visto. Con una sonrisa le ofrecí mi mano, para que se levantara, y
cuando lo hizo, fregó mis manos amablemente diciéndome que estaba helada; no
tenía frío, pero ella tenía razón estaba congelada.
Hablamos un rato entre clases, llevaba muy mal la
pérdida de su madre y se enfadaba muy fácilmente con los demás compañeros, con
los profesores, e incluso con su familia, pero por algún motivo, se sentía
cómoda con mi gélida pero sincera actitud.
Decidí intentar ayudarla, si mi colaboración le
animaba a reemprender las relaciones con sus amigos y familiares,… aunque me
parecía triste que le tuviera que ayudar alguien que procuraba evitar
interactuar con los demás.
Al día siguiente, me puse las pilas, le pregunté
el día anterior si podía quedarme en su casa, y ella me respondió que sería
fantástico. Esperaba ser una especie de guía que le ayudara a resolver sus
pequeños problemas, para que pudiera superar el dolor que sentía.
Logré con solo unas palabras que volviera a hablar
y reír con sus amigos, y al salir de clase, logré que hiciera las paces
disculpándose con su familia. No hablé mucho, dejé que fuera ella quien
resolviese todo, yo solo era su pequeño sustento. Estaba orgullosa con ella,
por primera vez, sentía que quería hacer algo, por lo visto me sentía
espacialmente bien ayudando a los demás, quería repetir esa sensación, pero a
la vez, era como si una parte de mí me dijera que no me metiera en problemas
ajenos.
La noche fue bastante tranquila, hablamos poco,
pero fue algo dulce mientras fluyeron los comentarios.
De nuevo en el colegio, los estudiantes
intentaban hablar conmigo, pero en esta ocasión procuré dialogar con ellos, muy
pronto me vi rodeada de gente, tenía algo que los atraía, y dudaba que fuera mi
dulzura, pues contra más gente me rodeaba, más brusca era con mis respuestas, y
a pesar de eso, seguía envuelta en personas. Me gustaba eso, por lo menos hasta
que una voz retumbó en mi cabeza.
- Aléjate de ellos o sufrirás más que nunca –
otra vez no sabía quién me lo decía, pero ante mí, detrás de los alumnos que
tenía en frente, vislumbré de nuevo, la sombra que me arrebató a mi madre. Pedí
disculpas a todos y me retiré, temía que aquella sombra atacara a esos alumnos,
por lo que caminé hasta el baño, allí podría estar cara a cara con aquel ente.
Tal como supuse, aquella forma vaporosa atravesó
la puerta y se paró frente a mí, un grupo de calambres azotaron mis músculos,
estaba aterrada, el cuerpo no me respondía y a duras penas pude dar un paso
atrás.
Al otro lado de la puerta, las voces de algunas
chicas se quejaban de la puerta atascada; pero, era mejor así, no sabía que les
podría hacer esa extraña figura.
- ¿Te parece divertido? – Aquel ente volvía a
dirigirse a mí como si fuera lo más normal del mundo – estoy cansado de
buscarte, casi catorce años buscándote, acaba con esta farsa de una vez o
acabaré con esto yo mismo,…
Sin duda no entendía nada, la sombra se disipó y
mi entorno se volvió borroso de nuevo. La puerta se desbloqueó y algunas chicas
entraron rápidamente, buscando el motivo del bloqueo, e incluso una chocó
conmigo y cayó al suelo, pero las demás solo se rieron llamándole torpe por
“tropezar” tan tontamente. En realidad ¿no me veían? Salí del baño algo
asustada, y vi en la única chica con la que de verdad tenía confianza, un aura
rojiza, no sabía que ocurría pero me acerqué a ella con la esperanza de que me
viera.
Cuando toqué su hombro se giró mirando en todas
direcciones, y pude darme cuenta de que tampoco me veía. Sonreí, tenía ganas de
reír a carcajadas, uno de los más comunes síntomas que utilizamos para vencer
al miedo, pero tras unos segundos, ella se giró y me pidió que no me fuera tan
de repente y sin decir nada.
Estaba aliviada, no quería sentir ese miedo de
nuevo, y no pude evitar abrazarla agradeciéndole que me buscara, y aunque se
sorprendió con mi reacción, en seguida esbozó una sonrisa y me rodeó también
con sus brazos.
Falté a la siguiente clase, quería saber que me
ocurría y pedí permiso al profesor para que me permitiera ir en esta ocasión a
la biblioteca. Busqué información sobre sombras negras auras rojas, y sobre ser
invisible a los ojos de los demás, pero lo que encontré no era lo que esperaba,
nada que me ayudara a prevenir aquello.
Sin aviso alguno, sentí que me perforaban el
pecho, la agonía se incrustaba en el corazón como si me lo estrujaran, y pronto
mis ojos y orejas comenzaron a humedecerse. Llevé mi dedo corazón a mis
mejillas y pude contemplar se brotaba sangre, casi sin aliento, exhalé un grito
mudo y mi cuerpo se alejó de la silla en la que estaba sentada atravesando la
mesa en la que estaba apoyada. Tosí dos bocanadas de sangre mientras me giraba
agrietada, estaba en algún tipo de shock, o me estaba volviendo loca, sea lo
que fuera, no era normal; intentando tomar aire, y ya dada la vuelta, de nuevo
aquel ente, en ese momento, mucho más visible.
Un chico de unos quince años, con sudadera y
tejano negros, encapuchado y con un puñal en la mano; su sonrisa siniestra como
ninguna que hubiera visto hasta entonces, y sus ojos, ¿rojos? Puede que la
sangre que brotaba por mis lagrimales estuviera jugándome una mala pasada, pero
el resto de tonos eran normales. Toqué mi espalda temiendo lo peor, pero no
había nada; tampoco la sangre que había salido de mi interior estaba por ningún
sitio, ¿quería decir eso que estaba muerta? No, miré alrededor y no veía mi
cuerpo, pero ¿Entonces? ¿Cómo era posible?
- Pareces sorprendida,… – su sonrisa mientras
hablaba, dejaba ver una dentadura formada tan solo de colmillos – ¿Cómo acaba
una leyenda como tú en un cuerpo vivo? Acabaré contigo y seré la nueva leyenda.
De repente caí al suelo convulsionando sin
control, en mi retina se reflejaba el dolor de miles de entes atormentados, no
podía evitar gritar con toda la fuerza que mis cansados pulmones me permitían,
el dolor que notaba no podrían igualarlo ni mil agujas clavadas en mis globos
oculares, era tal la intensidad, que hubiera visto mi vida pasar ante mis ojos
si no fuera porque la recordaba en su mayoría.
Aquel ente, no satisfecha con el grado extremo de
sufrimiento que me colapsaba saltó a atacarme con un frenetismo abismal, tras
las doce primeras puñaladas fui incapaz de seguir contando. Iba a morir, estaba
segura, pero una voz alcanzó el último hilo de mi subconsciente.
- Parece que por fin estás preparada,… – esa
voz,… ¡era la de mi madre! – ahora puedo devolverte los conocimientos que me
transferiste antes de nacer, cumple tu sueño mi pequeña shinigami.
De repente mi cuerpo quedó cubierto de miles de
negras espinas que atravesaron a mi atacante hiriéndolo de gravedad y
provocando que se enfureciera conmigo, pero en lugar de atacar tan espinoso
objetivo, gritó que me arrebataría todo en lo que depositara la más mínima
esperanza.
Durante un rato, mis pensamientos dieron un
recorrido por “mí historia”, más de un millón de muertes sobre mi espalda,
hasta ese momento no sabía el motivo de no haber llorado nunca, mi alma conocía
todo el dolor del mundo, me incorporé, agotada y con mi mirada nublada por las
lágrimas. Conocía el deseo que mi madre había mencionado, para dejar de matar,
me era necesario un cuerpo vivo, y para mantenerlo inmortal, debía absorber los
males de los demás y hacerlos míos, y vivir como un ente invisible el mayor
tiempo posible, pero después de conocer un millón de males, uno o dos más
serían fáciles de sanar con el tiempo.
Mi cuerpo volvió a la normalidad, pero mi ropa
cambió, vestida con un tejano blanco y una sudadera blanca con capucha, sin
entender cómo, podía variar mi ropa a placer, escogí esa vestimenta, por
considerarla contraria a la del chico que me había atacado. Pero no tenía
tiempo que perder, tenía un mal presentimiento; atravesando paredes, corrí
hasta nuestra aula. Atravesé la puerta sin demora, y allí, con su puñal tras la
espalda de mi amiga, su negra aura se mezclaba con la roja que le rodeaba a
ella. Ese aura rojiza, era la señal que los ángeles de la muerte veíamos en
aquellas personas que debían morir pronto por algún motivo, pero si podía, lo
evitaría; no iba a permitir que la única persona a la que había ayudado,
muriera por mi culpa.
En mi mano de ningún lado, se materializó una
gran guadaña plateada que voló dando vueltas y atravesando las mesas y los
alumnos como si de un objeto fantasmal se tratara. Acabó clavada en el hombro
de aquel chico que me atacó y que iba a por mi compañera para hacerme daño.
En el momento del impacto, varios alumnos
asustados corrieron atrás al hacerse visible por un momento mi rival, al
parecer, en ese instante, representando la vida yo, y él la muerte, cualquier
interactuación entre ambos nos haría visibles.
Mi guadaña volvió a mi mano, y la herida del
chico fue desapareciendo rápidamente, pero no esperé a que reaccionara, hice
desaparecer mi guadaña y me lancé contra él.
Mientras el profesor pedía a los alumnos que se
dejaran de tonterías, mi arrolladora embestida nos hizo visibles a ambos,
profesor y alumnos incrédulos, contemplaban como mi impacto arrastraba al
personaje de negro fuera de la clase, atravesando sin daños la ventana y
cayendo juntos desde el tercer piso en el que estábamos.
Ambos estrellados contra el suelo, levantándonos
según nuestras heridas desaparecían. Ganó un instante para arremeter contra mí,
más mí cuerpo físico requería algo más que el de él para sentirse recuperado.
Su puñal se transformó en una corta espada de
doble filo, y eso fue suficiente para darme cuenta, de que no era un “ángel de
la muerte” más, pues dar forma a un arma no era tarea fácil, y mucho menos,
disponer de una variedad de ellas.
Esquivé su primer ataque y materialicé una daga
invertida en cada una de mis manos, mi ataque fue más certero, dando una vuelta
completa, dos grandes cortes hicieron meya en su espalda, mientras que un
tercero era frenado por su espada. Procuró darme en repetidas ocasiones, pero
mi experiencia, recientemente recuperada, agotó en media intensa hora su
capacidad de regeneración. Podría haberle dado el golpe de gracia, pero los
días en los que mi tarea era la de matar habían terminado.
Algunos alumnos como espectadores, habían visto
la parte de la lucha en la que al golpearnos nos hacíamos visibles, y perdían
nuestro rastro cuando nuestra visibilidad se apagaba. Pese a no comprender lo
ocurrido, incluso los profesores quisieron ser testigos, y quedaron expectantes
cuando ninguno de los dos reaparecimos.
Entonces volví a ser visible un último momento
para acercarme a los presentes. Mientras todos se apartaban de mí,
desconociendo quien había bajo la capucha, esta cayó hacia atrás.
Paré frente a mi amable confidente, y le pregunté
si confiaba en mí. Cuando asintió, mis dagas desaparecieron y volví a
materializar mí plateada guadaña, la dirigí hacia atrás, y atravesé con ella a
mi amiga adjuntando las últimas palabras que le diría. “Me quedo tu muerte, por
favor, vive por mí”.
Mi tez se volvió blanca abandonando su rosado
tono, y supe que el ciclo estaba completo, por fin era un ángel de la vida.
Si alguna vez, conoces a una niña de tez blanca,
nueva en tu instituto; pregúntate si estás tan sano como crees, quizás la
muerte va a por ti, en cuyo caso, espero ser yo esa niña, y espero llegar a
tiempo para sanar tu vida.
Quien no puede llorar
Brumas oscuras nublan mi razón, hoy la
tragedia azota mis venas, mi madre ha muerto envuelta en un aura negruzca que
me mantiene tensa. Vi muy cerca de mi madre una figura vaporosa antes de que
cayera ante mi impotencia de hacer algo por ayudarla.
Siempre he estudiado por mi propia
cuenta, las personas no se me dan bien, y la persona que apoyaba mi decisión de
estudiar sola en casa, ya no está para convencer a mi padre. Él a diferencia de
ella, quiere obligarme a relacionarme con otros alumnos de mi edad, asegura que
relacionarme con otros chicos y chicas de trece años es esencial para mi
formación. Jamás estaré de acuerdo con él, pero no me serviría de nada ser
quisquillosa, él manda ¿no? Aunque odie esa idea, nadie me daría la razón
ahora.
Nueva casa, nuevo colegio, nuevas malas
vibraciones. Mi madre siempre decía que contra menos tiempo pasara fuera de
casa, más segura estaba,… sin duda todas las cosas raras que hacía, eran por mi
bien, ahora tenía que ser fuerte en su ausencia y tener claro que estaba preparada
para este nuevo reto. Ella me dijo una vez, “hija siento que tengas que pasar
tanto tiempo en casa, pero, debo asegurarme que estás preparada para lo que hay
fuera”.
Durante la primera semana, muchos alumnos
intentaron entablar conversación conmigo, pero supongo que exigir que me
dejaran estudiar tranquila, era una mala manera de pedir que me dieran espacio.
No era mi intención que se distanciaran de mí incluso antes de conocerlos, solo
quería ponerme pronto al día, saber que estaban estudiando en todas las
asignaturas. Pronto, me di cuenta que lo que estaban estudiando ya lo sabía,
por lo que seguí estudiando en casa por mi cuenta y durante los tiempos libres,
por ese lógico motivo, no tenía tiempo para perder en conversaciones sin
demasiado sentido.
Por fin, tras dos semanas nadie me
dirigía la palabra, excepto los profesores, que alababan mi nivel de estudios.
Pude saber por los susurros de un par que me miraban, que me llamaban “chica de
hielo”, pero lejos de ofenderme, me pareció gracioso, gracias a eso podría
estudiar tranquila.
Volviendo a casa, vi a una chica
acurrucada en un rincón, aparentaba querer estar sola, pero cuando me fijé en
ella, vi que estaba llorando. La reconocí, era de mi clase, había intentado
hablar más veces conmigo que nadie en ese lugar, esa misma tarde le había dicho
que me dejara en paz.
Caminé hasta ella, aun sabiendo que mi
presencia le podría molestar, y con mi mejor sonrisa bromeé diciendo que no
hacía falta que llorara solo porque no quisiera hablar con ella, entre lágrimas
pude ver una leve sonrisa, supongo que entendió que decía eso con intención de
animarla. Y sin preguntar siquiera, se sinceró conmigo; al parecer su madre
había muerto esa misma tarde y lo último que quería era ver a sus amigas
llorando o preocupadas por ella.
Mí respuesta fue tan directa como gélida
quizás, ¿pero que le iba a hacer si no sabía hablar de otra forma?
- No te preocupes, no vale la pena llorar por
algo que no se puede evitar.
Cuando dije eso empezó a llorar con más fuerza,
diciendo que se notaba que no había perdido a nadie que de verdad me importara,
pero cuando le dije que mi madre había muerto hacía dos semanas, durante un
instante frenó sus lágrimas pidiendo perdón, y preguntándome si era tan fría a
causa de perderla. Me hizo gracia, ¿tenía que perder a alguien para justificar
mi forma de ser?
Hablé con ella durante un rato, y pese a no ser
una conversación demasiado inteligente y desperdiciar unos largos cinco
minutos, no me molestó tanto como pensaba. Pero definitivamente, cuando se
incorporó dejando atrás sus lágrimas, aparentaba mucho más tranquila, y vi
claro que no había perdido esos cinco minutos, había ayudado a esa chica a
percatarse de que si su madre pudiera verla, no descansaría tranquila si veía
sus llantos.
Días más tarde, nadie hablaba conmigo, era en
parte un alivio para mí, pero me sentía a su vez algo molesta, me crispaba ver
a tanta gente ignorando mi presencia, pues hablara o no con ellos, ni siquiera
se disculpaban si chocaban conmigo, y no respondían a las mías. Una cosa era no
hablar, otra perder toda muestra de educación.
- Por fin ha desaparecido esa burbuja que te cubría
– una voz sin una procedencia certera me hablaba, pero esta vez yo fui quien le
quiso ignorar, pero la voz insistió – no te molestes en ignorarme, ahora mismo
no puedes huir.
Solo fue un momento, pero me dio la sensación de
que mi vista se nublaba, al instante, esa chica chocó conmigo y cayó al suelo.
No tardó ni un momento en pedirme perdón, justificando que no comprendía cómo
no me había visto. Con una sonrisa le ofrecí mi mano, para que se levantara, y
cuando lo hizo, fregó mis manos amablemente diciéndome que estaba helada; no
tenía frío, pero ella tenía razón estaba congelada.
Hablamos un rato entre clases, llevaba muy mal la
pérdida de su madre y se enfadaba muy fácilmente con los demás compañeros, con
los profesores, e incluso con su familia, pero por algún motivo, se sentía
cómoda con mi gélida pero sincera actitud.
Decidí intentar ayudarla, si mi colaboración le
animaba a reemprender las relaciones con sus amigos y familiares,… aunque me
parecía triste que le tuviera que ayudar alguien que procuraba evitar
interactuar con los demás.
Al día siguiente, me puse las pilas, le pregunté
el día anterior si podía quedarme en su casa, y ella me respondió que sería
fantástico. Esperaba ser una especie de guía que le ayudara a resolver sus
pequeños problemas, para que pudiera superar el dolor que sentía.
Logré con solo unas palabras que volviera a hablar
y reír con sus amigos, y al salir de clase, logré que hiciera las paces
disculpándose con su familia. No hablé mucho, dejé que fuera ella quien
resolviese todo, yo solo era su pequeño sustento. Estaba orgullosa con ella,
por primera vez, sentía que quería hacer algo, por lo visto me sentía
espacialmente bien ayudando a los demás, quería repetir esa sensación, pero a
la vez, era como si una parte de mí me dijera que no me metiera en problemas
ajenos.
La noche fue bastante tranquila, hablamos poco,
pero fue algo dulce mientras fluyeron los comentarios.
De nuevo en el colegio, los estudiantes
intentaban hablar conmigo, pero en esta ocasión procuré dialogar con ellos, muy
pronto me vi rodeada de gente, tenía algo que los atraía, y dudaba que fuera mi
dulzura, pues contra más gente me rodeaba, más brusca era con mis respuestas, y
a pesar de eso, seguía envuelta en personas. Me gustaba eso, por lo menos hasta
que una voz retumbó en mi cabeza.
- Aléjate de ellos o sufrirás más que nunca –
otra vez no sabía quién me lo decía, pero ante mí, detrás de los alumnos que
tenía en frente, vislumbré de nuevo, la sombra que me arrebató a mi madre. Pedí
disculpas a todos y me retiré, temía que aquella sombra atacara a esos alumnos,
por lo que caminé hasta el baño, allí podría estar cara a cara con aquel ente.
Tal como supuse, aquella forma vaporosa atravesó
la puerta y se paró frente a mí, un grupo de calambres azotaron mis músculos,
estaba aterrada, el cuerpo no me respondía y a duras penas pude dar un paso
atrás.
Al otro lado de la puerta, las voces de algunas
chicas se quejaban de la puerta atascada; pero, era mejor así, no sabía que les
podría hacer esa extraña figura.
- ¿Te parece divertido? – Aquel ente volvía a
dirigirse a mí como si fuera lo más normal del mundo – estoy cansado de
buscarte, casi catorce años buscándote, acaba con esta farsa de una vez o
acabaré con esto yo mismo,…
Sin duda no entendía nada, la sombra se disipó y
mi entorno se volvió borroso de nuevo. La puerta se desbloqueó y algunas chicas
entraron rápidamente, buscando el motivo del bloqueo, e incluso una chocó
conmigo y cayó al suelo, pero las demás solo se rieron llamándole torpe por
“tropezar” tan tontamente. En realidad ¿no me veían? Salí del baño algo
asustada, y vi en la única chica con la que de verdad tenía confianza, un aura
rojiza, no sabía que ocurría pero me acerqué a ella con la esperanza de que me
viera.
Cuando toqué su hombro se giró mirando en todas
direcciones, y pude darme cuenta de que tampoco me veía. Sonreí, tenía ganas de
reír a carcajadas, uno de los más comunes síntomas que utilizamos para vencer
al miedo, pero tras unos segundos, ella se giró y me pidió que no me fuera tan
de repente y sin decir nada.
Estaba aliviada, no quería sentir ese miedo de
nuevo, y no pude evitar abrazarla agradeciéndole que me buscara, y aunque se
sorprendió con mi reacción, en seguida esbozó una sonrisa y me rodeó también
con sus brazos.
Falté a la siguiente clase, quería saber que me
ocurría y pedí permiso al profesor para que me permitiera ir en esta ocasión a
la biblioteca. Busqué información sobre sombras negras auras rojas, y sobre ser
invisible a los ojos de los demás, pero lo que encontré no era lo que esperaba,
nada que me ayudara a prevenir aquello.
Sin aviso alguno, sentí que me perforaban el
pecho, la agonía se incrustaba en el corazón como si me lo estrujaran, y pronto
mis ojos y orejas comenzaron a humedecerse. Llevé mi dedo corazón a mis
mejillas y pude contemplar se brotaba sangre, casi sin aliento, exhalé un grito
mudo y mi cuerpo se alejó de la silla en la que estaba sentada atravesando la
mesa en la que estaba apoyada. Tosí dos bocanadas de sangre mientras me giraba
agrietada, estaba en algún tipo de shock, o me estaba volviendo loca, sea lo
que fuera, no era normal; intentando tomar aire, y ya dada la vuelta, de nuevo
aquel ente, en ese momento, mucho más visible.
Un chico de unos quince años, con sudadera y
tejano negros, encapuchado y con un puñal en la mano; su sonrisa siniestra como
ninguna que hubiera visto hasta entonces, y sus ojos, ¿rojos? Puede que la
sangre que brotaba por mis lagrimales estuviera jugándome una mala pasada, pero
el resto de tonos eran normales. Toqué mi espalda temiendo lo peor, pero no
había nada; tampoco la sangre que había salido de mi interior estaba por ningún
sitio, ¿quería decir eso que estaba muerta? No, miré alrededor y no veía mi
cuerpo, pero ¿Entonces? ¿Cómo era posible?
- Pareces sorprendida,… – su sonrisa mientras
hablaba, dejaba ver una dentadura formada tan solo de colmillos – ¿Cómo acaba
una leyenda como tú en un cuerpo vivo? Acabaré contigo y seré la nueva leyenda.
De repente caí al suelo convulsionando sin
control, en mi retina se reflejaba el dolor de miles de entes atormentados, no
podía evitar gritar con toda la fuerza que mis cansados pulmones me permitían,
el dolor que notaba no podrían igualarlo ni mil agujas clavadas en mis globos
oculares, era tal la intensidad, que hubiera visto mi vida pasar ante mis ojos
si no fuera porque la recordaba en su mayoría.
Aquel ente, no satisfecha con el grado extremo de
sufrimiento que me colapsaba saltó a atacarme con un frenetismo abismal, tras
las doce primeras puñaladas fui incapaz de seguir contando. Iba a morir, estaba
segura, pero una voz alcanzó el último hilo de mi subconsciente.
- Parece que por fin estás preparada,… – esa
voz,… ¡era la de mi madre! – ahora puedo devolverte los conocimientos que me
transferiste antes de nacer, cumple tu sueño mi pequeña shinigami.
De repente mi cuerpo quedó cubierto de miles de
negras espinas que atravesaron a mi atacante hiriéndolo de gravedad y
provocando que se enfureciera conmigo, pero en lugar de atacar tan espinoso
objetivo, gritó que me arrebataría todo en lo que depositara la más mínima
esperanza.
Durante un rato, mis pensamientos dieron un
recorrido por “mí historia”, más de un millón de muertes sobre mi espalda,
hasta ese momento no sabía el motivo de no haber llorado nunca, mi alma conocía
todo el dolor del mundo, me incorporé, agotada y con mi mirada nublada por las
lágrimas. Conocía el deseo que mi madre había mencionado, para dejar de matar,
me era necesario un cuerpo vivo, y para mantenerlo inmortal, debía absorber los
males de los demás y hacerlos míos, y vivir como un ente invisible el mayor
tiempo posible, pero después de conocer un millón de males, uno o dos más
serían fáciles de sanar con el tiempo.
Mi cuerpo volvió a la normalidad, pero mi ropa
cambió, vestida con un tejano blanco y una sudadera blanca con capucha, sin
entender cómo, podía variar mi ropa a placer, escogí esa vestimenta, por
considerarla contraria a la del chico que me había atacado. Pero no tenía
tiempo que perder, tenía un mal presentimiento; atravesando paredes, corrí
hasta nuestra aula. Atravesé la puerta sin demora, y allí, con su puñal tras la
espalda de mi amiga, su negra aura se mezclaba con la roja que le rodeaba a
ella. Ese aura rojiza, era la señal que los ángeles de la muerte veíamos en
aquellas personas que debían morir pronto por algún motivo, pero si podía, lo
evitaría; no iba a permitir que la única persona a la que había ayudado,
muriera por mi culpa.
En mi mano de ningún lado, se materializó una
gran guadaña plateada que voló dando vueltas y atravesando las mesas y los
alumnos como si de un objeto fantasmal se tratara. Acabó clavada en el hombro
de aquel chico que me atacó y que iba a por mi compañera para hacerme daño.
En el momento del impacto, varios alumnos
asustados corrieron atrás al hacerse visible por un momento mi rival, al
parecer, en ese instante, representando la vida yo, y él la muerte, cualquier
interactuación entre ambos nos haría visibles.
Mi guadaña volvió a mi mano, y la herida del
chico fue desapareciendo rápidamente, pero no esperé a que reaccionara, hice
desaparecer mi guadaña y me lancé contra él.
Mientras el profesor pedía a los alumnos que se
dejaran de tonterías, mi arrolladora embestida nos hizo visibles a ambos,
profesor y alumnos incrédulos, contemplaban como mi impacto arrastraba al
personaje de negro fuera de la clase, atravesando sin daños la ventana y
cayendo juntos desde el tercer piso en el que estábamos.
Ambos estrellados contra el suelo, levantándonos
según nuestras heridas desaparecían. Ganó un instante para arremeter contra mí,
más mí cuerpo físico requería algo más que el de él para sentirse recuperado.
Su puñal se transformó en una corta espada de
doble filo, y eso fue suficiente para darme cuenta, de que no era un “ángel de
la muerte” más, pues dar forma a un arma no era tarea fácil, y mucho menos,
disponer de una variedad de ellas.
Esquivé su primer ataque y materialicé una daga
invertida en cada una de mis manos, mi ataque fue más certero, dando una vuelta
completa, dos grandes cortes hicieron meya en su espalda, mientras que un
tercero era frenado por su espada. Procuró darme en repetidas ocasiones, pero
mi experiencia, recientemente recuperada, agotó en media intensa hora su
capacidad de regeneración. Podría haberle dado el golpe de gracia, pero los
días en los que mi tarea era la de matar habían terminado.
Algunos alumnos como espectadores, habían visto
la parte de la lucha en la que al golpearnos nos hacíamos visibles, y perdían
nuestro rastro cuando nuestra visibilidad se apagaba. Pese a no comprender lo
ocurrido, incluso los profesores quisieron ser testigos, y quedaron expectantes
cuando ninguno de los dos reaparecimos.
Entonces volví a ser visible un último momento
para acercarme a los presentes. Mientras todos se apartaban de mí,
desconociendo quien había bajo la capucha, esta cayó hacia atrás.
Paré frente a mi amable confidente, y le pregunté
si confiaba en mí. Cuando asintió, mis dagas desaparecieron y volví a
materializar mí plateada guadaña, la dirigí hacia atrás, y atravesé con ella a
mi amiga adjuntando las últimas palabras que le diría. “Me quedo tu muerte, por
favor, vive por mí”.
Mi tez se volvió blanca abandonando su rosado
tono, y supe que el ciclo estaba completo, por fin era un ángel de la vida.
Si alguna vez, conoces a una niña de tez blanca,
nueva en tu instituto; pregúntate si estás tan sano como crees, quizás la
muerte va a por ti, en cuyo caso, espero ser yo esa niña, y espero llegar a
tiempo para sanar tu vida.
Responder
Es la isla de la eternidad,
donde no florecen los árboles,
Es un mundo de perdición,
Donde inocentes muñecos mueren,
Donde la felpa lucha por su vida,
Donde nadie decide su suerte,
solo escogen si luchan un nuevo día.
donde no florecen los árboles,
Es un mundo de perdición,
Donde inocentes muñecos mueren,
Donde la felpa lucha por su vida,
Donde nadie decide su suerte,
solo escogen si luchan un nuevo día.