III
El barco surcaba el mar silenciosamente. En la proa de la cubierta, Ariene estaba apoyada sobre la barandilla, mirando el reflejo del atardecer sobre el extenso azul. Había dejado bajo sus pies la mochila en la que cargaba los viales de agua bendita, una cruz de plata, un juego de cuchillos de plata, una copia sagrada de la Biblia y, cómo no, su reloj de plata. A su derecha un hombre rechoncho, canoso, de ojos caídos y barbilla ancha, le hablaba incansablemente. No se había callado desde que zarparon de Shangai hacía dos horas.—Se lo digo en serio, no encontrará gente más callada que los japoneses. Solo son karaokes y escapadas nocturnas a algún tugurio de los barrios rojos. Esa gente no sabe divertirse. Si viniesen a Estados Unidos, mi patria querida, aprenderían lo que es una buena fiesta —Philippe Moore “Polo”, autoproclamado descendiente del legendario Marco Polo, había estado el último cuarto de hora hablándole sobre su destino, Japón. Estuvo alabando la maravillosa cultura japonesa, criticó su gastronomía que, según él, no sabían comer otra cosa que arroz y pescado crudo de todas las formas y disposiciones posibles; habló de las encantadoras vistas de ciertas regiones del país del sol naciente, y finalmente llegaron al ocio nipón. Ariene solo quería saber cuándo cerraría el pico.
La culpa era suya, no era la primera vez que conocía a un hombre así. Cuando das conversación a un hombre de mundo con miles de historias que relatar, ya podías dar la tarde por perdida si no lo remediabas pronto. Philippe era uno de esos hombres, un mercader americano que se ganaba la vida convenciendo al mundo de que comprase las peores baratijas a precio de oro. Pero no fue del todo su culpa que aquel hombre hubiese estado taladrándole el oído, su fama le precedía.
Nadie a pleno año 2001 que estuviera versado en el mundo del ocultismo desconocía el nombre de la Matavampiros, nombre forjado a partir de los ecos del desaparecido látigo de los Belmont. A Ariene no le hacía especial ilusión ese apodo, no era más que una vulgar descripción de su trabajo; pero poco le importaba cómo la llamasen, ella solo quería exterminar vampiros. Y lo hizo, sea testigo el cielo si lo hizo. Durante los dos años que pasó viajando por Europa había dado caza a cientos de vampiros. Tenía el favor del pueblo, tenía el favor de la Iglesia; era famosa. Aunque la fama poco le importaba, ella solo quería exterminar vampiros. Había sido su obsesión todo este tiempo.
Un hombre de mundo como Philippe Moore sabía perfectamente quién era, más de una vez había llegado a sus oídos rumores sobre sus hazañas, algunas ciertas y otras ornamentadas por las fantasías de los escritores. Philippe no podía perder la oportunidad única de conocer a la legendaria Matavampiros, debía hablar con ella, como humano curioso y como mercader emprendedor, pues donde hay guerra también hay dinero.
—¡Quieran creerlo mis ojos! ¡Qué obsequio del destino! ¿No eres tú aquella que ha exterminado la plaga de engendros que infectaba Europa? ¿No fuiste tú quien logró desvelar el horripilante mal que ocultaba la condesa húngara Erzsébet Báthory? ¿No eres tú la Matavampiros? —Moore había estado unos minutos cerca de ella desde que habían subido al barco, estuvo esperando el momento perfecto para entrar en escena.
—Siento decirle que yo no fui quien enfrentó a ese engendro. A menos que realmente pretenda creer que viajé 400 años en el pasado solo para volver a hacer un trabajo del que ya se encargó la Iglesia —y seguramente algún miembro de los Belmont, pensó Ariene. Había respondido con la misma seriedad con la que había estado empleando con todos los hombres que había conocido; pero al mencionar su hipotético viaje al pasado dejó aflorar una sonrisa por una broma personal.
A pesar de la frialdad de su respuesta, Philippe ya se había labrado un punto de partida para su intervención.
—Vaya, lamento la confusión. A veces a un hombre le cuesta discernir la verdad entre tantos rumores. Soy Philippe Moore Polo, seis veces tataranieto del célebre mercader y explorador Marco Polo, a su servicio.
Ariene le miró con recelo. Odiaba a los tipos pomposos como él, conocía a los embusteros de su calaña. Te seducen con sus palabras para luego sacarte todos los cuartos en una estafa bien planeada. Recordó a aquel mercader italiano que casi consiguió salirse con la suya.
—Dudo que un vampiro vaya a presentarse en mitad de un crucero. El agua no es su fuerte, ¿sabe? No necesita estar bendita, el agua en movimiento les es dañina —el mercader le miró incrédulo—. No es un conocimiento muy popular, pero así es. Por eso prefieren los terrenos áridos. Si me disculpa…
Philippe temía que su clientela sustancial se le escapase de las manos antes de siquiera poder entrar en las negociaciones. Aquello requería de su mejor elocuencia.
—¡Vamos! ¡No sea así, mujer! El viaje es largo. ¿No dejará que este humilde mercader le acompañe en su travesía. Puedo brindarle de fascinantes historias que incluso una experta cazavampiros podría no haber escuchado.
—Si no trata de vampiros no me interesa y puede estar seguro que lo sé todo sobre vampiros.
Ariene rechazó bruscamente su compañía, pero el avezado Philippe Moore no se rendiría. La siguió por la cubierta tratando de anclarse en algún tema.
—Lo entiendo, lo entiendo perfectamente. Jamás se me ocurriría insinuar que sé más de vampiros que la mejor cazadora de vampiros de todos los tiempos. Por ello, sería infinitamente generosa si pudiese compartir con este anciano algunas de sus grandiosas peripecias.
Philippe había dejado entrever un atisbo de desesperación por iniciar la conversación. Ariene no era muy habladora, pero estaba demasiado cansada para estar dando esquinazo a aquel irritante mercader. Por supuesto, ni se le había pasado por la cabeza bajar a su camarote; había pasado demasiado tiempo en criptas, catacumbas y otros lugares lúgubres, desarrollando un profundo odio por los espacios cerrados. Prefería estar en la cubierta soportando a ese hombre que agobiarse entre cuatro paredes que se mecían al son del mar.
—¿Y qué le gustaría saber un mercader que tantas historias ha escuchado? A estas alturas cualquier cosa que le cuente le resultará aburrida.
—¡Desde luego que no, señorita! El mundo guarda incontables secretos, por muchos que conozca jamás viviré lo suficiente para descubrirlos todos. Su punto de vista me será muy valiosa, desde luego —Philippe exhaló, liberando tensiones. Tardó unos segundos de meditación en escoger las palabras adecuadas para formular su siguiente pregunta—. Su nombre era Ariene Morris, ¿verdad?
—Solo Ariene, por favor —la mención de su apellido le traía amargos recuerdos.
—Está bien. Dígame, Ariene. ¿Cómo la solitaria niña superviviente de la destrucción de la Aldea de Wygol llegó a convertirse en cazavampiros?
Ariene estaba sorprendida. ¿Cómo sabía del incidente de Wygol? No es el típico lugar que todo turista conoce y su ubicación fue borrada del mapa hace tiempo. Nunca había que subestimar las fuentes de un veterano trotamundos.
—Tras el ataque de los vampiros, me limité a sobrevivir —Ariene se quedó callada. Philippe la miró expectante. El silencio se estaba alargando demasiado, no estaba contento con esa respuesta. Ariene lo notó, suspiró—. Llegué a otro pueblo. Estaba hambrienta, pasé días enteros sin comer. Estuve cerca de una semana viviendo allí de mendiga, pero las limosnas no daban para vivir. Me vi obligada a robar.
—¡Pobre chiquilla! ¿Nadie se dignó en acogerte? —el silencio de Ariene le dio la respuesta—. ¡En este mundo ya no hay caridad!
—No tardaron en descubrirme. Para ellos era una peste extranjera, no pertenecía al pueblo —omitió la parte en la que confesó que venía de Wygol y los residentes, temerosos de que les ocurriese lo mismo, la echaron por traer malos augurios—. Volví a estar sola. Aprendí a sobrevivir a partir de lo que me ofrecía la naturaleza. Cada mañana, nada más despertar, cogía mi espada —que rememoraba a su familia en los momentos más delicados de la soledad— y entrenaba duro para poder vengarme algún día de los vampiros.
—Qué emotivo… Una auténtica historia de autosuperación. Sería un buen material para una novela.
—Créame que no. Para enfrentar al mal no basta con determinación, valentía y fuerza de voluntad. Esa mentira ha llevado a la muerte a demasiados cazadores —Ariene recordó a su hermano, un hábil guerrero cuyos principios no le defendieron de la sed de sangre de los vampiros—. Se necesita un poder superior, y ese poder me lo concedió aquel hombre.
—¿Qué hombre?
Ariene no supo qué contestar. Su identidad debía ser un secreto, nadie debía saber que se había reunido con Alucard. Prometió que jamás le contaría a nadie lo sucedido en la última batalla contra Drácula en 1999, prometió mantener en secreto que William Morris, su padre, había sacrificado su vida para proteger a Julius Belmont. Jamás diría que Julius seguía con vida, pero que sufría de amnesia y ahora se encontraba en paradero desconocido. Y, sobre todo, nunca debía decir que ahora Alucard se hacía llamar Genya Arikado y que estaba trabajando para la Iglesia, buscando a la persona adecuada que se convertiría en el recipiente del poder de Drácula para evitar que el Señor Oscuro renaciera en el año 2035, como dictaba cierta profecía.
Esa fue una historia demasiado compleja para Ariene en su momento, no recordaba los detalles en su exactitud, pero seguramente sería lo mejor; no era de su incumbencia. Todo lo que hablaron durante los tres meses de entrenamiento debería quedar en la más absoluta confidencialidad.
Entonces, ¿qué le diría a ese entrometido mercader?
—Un antiguo cazador de vampiros. Estaba regresando a casa después de matar a un vampiro mayor cuando casualmente nos encontramos. Entendió mi situación y, aunque no me podía mantener a causa de las limitaciones económicas que suponen cuatro hijos, accedió a entrenarme.
Ariene pensó que era una historia convincente. Puede que incluso sería más convincente que decir que el hijo de Drácula le había estado enseñando cómo matar vampiros. Qué ironía. Aunque tiene su lógica. ¿Quién conoce mejor las debilidades de un vampiro que otro vampiro? Al principio la relación fue un tanto tensa, Ariene reconoció desde el primer momento que era un vampiro, pero no le reconoció y trató matarlo. Sin embargo, no era rival para Alucard. Debería estar agradecida por la suerte de que Alucard viese en ella los ojos de su camarada William, al que tanto le debía, y descubriese que quien le acababa de atacar no era otra que su hija.
Fue en ese encuentro cuando Ariene le puso al corriente de lo ocurrido en la Aldea de Wygol, y fue en ese momento cuando Alucard decidió hacerla su discípula. Con los Belmont fuera de combate y la familia Morris asesinada, el mundo se había quedado sin cazadores de vampiros. Ariene era la última persona con sangre de cazavampiros, la mejor baza de la Iglesia.
En un principio, Alucard pretendía entrenarla para que trabajase en el futuro con la Iglesia, a la que se había afiliado recientemente tras el incidente del eclipse. Le enseñó las mejores técnicas contra los vampiros, le instruyó en el uso de las clásicas herramientas de los cazavampiros, adiestró su cuerpo y su mente. El entrenamiento fue duro, pero Ariene mostró un talento que ya estaba aflorando en las primeras sesiones con su hermano.
Al acabar el segundo mes, Alucard decidió que ya estaba preparada para cazar a su primer vampiro. Gracias a los contactos de la Iglesia, a Ariene se le concedió el equipo inicial de los cazavampiros: cinco viales de agua bendita, una cruz sagrada, una Biblia encantada cuyas páginas desataban una magia sagrada y, su arma favorita, un montón de cuchillos arrojadizos bañados en plata. Con todo eso Ariene salió a enfrentarse al vampiro que le habían asignado, no sin antes llevarse su preciado amuleto protector, el reloj de plata, cuyo poder había estado practicando en secreto.
Su primera gesta fue exitosa. Puso en práctica satisfactoriamente en práctica todo lo que había aprendido. El vampiro cayó más rápido de lo esperado, nada que ver con su penoso desempeño en su antiguo hogar. En aquel momento, Ariene se sintió poderosa. Por primera vez en su vida sintió que podría cumplir su sueño.
El éxito de Ariene fue de mucho agrado para Alucard. Si las cosas seguían así, en un mes Ariene podría unirse a las filas de la Iglesia. Alucard acompañó a Ariene durante su último mes en varias misiones de caza de vampiros, cada cual más difícil. Todo marchaba a la perfección, había entrenado a una gran cazavampiros.
Llegó el día en que Ariene se unió a la Iglesia. Estaba emocionada, al fin empezaría su vida como cazadora de vampiros… o eso pensaba. Se encontró con un mundo obstruido por la burocracia, ralentizado por períodos de preparación estratégica, salpicado por alguna misión en la que debía destruir guaridas de vampiros; pero durante su etapa con la Iglesia jamás se enfrentó a un vampiro mayor, siempre había que hacer demasiados preparativos, demasiada gente a la que reunir. No, eso no era lo que quería. A ese ritmo nunca podría ejecutar su venganza.
Un día, Ariene decidió marcharse. Se despidió de Alucard quien trató de convencerla para que se quedase, pero nada pudo retener su ansia de venganza. Antes de partir, Alucard le aconsejó que no se dejara lleva por su sed de sangre o el destino acabaría con su vida. Con esas palabras su mejor discípula le abandonó.
—¿Recuerdas el nombre de ese cazador de vampiros? —preguntó Philippe Moore.
—¿Qué… qué cazador? —por un momento Arienne había olvidado la historia que se había inventado—. Ah, sí. Perdón. Se llamaba… Vanhel Singenzel —dijo lo primero que se le ocurrió.
—Vanhel Singenzel… Lo cierto es que me suena su nombre. ¿De qué será? —el mercader se quedó pensativo, el nombre le era muy familiar, pero no era capaz de recordar quién era—. Supongo que será uno de esos héroes anónimos que salvan el mundo a diario. Pero, ¿qué nos importan los héroes anónimos teniendo aquí presente a una verdadera heroína?
—No lo hago para ser tratada como a un héroe —respondió Ariene, aunque se había ruborizado ligeramente.
—¿Ves? Los auténticos héroes son el modelo perfecto de la modestia —entonces el mercader se aproximó a ella y habló más bajo—. Pero entre tú y yo, ambos sabemos que la humanidad estaría acabada si no existieras. Tú vales mucho.
—Tampoco lo hago por la humanidad.
Su fría respuesta le pilló de sorpresa, volvió a dejar la misma distancia prudencial que dos desconocidos deberían tener. Le acababa de arruinar su gran oportunidad de negocio. Pero un buen mercader nunca se rinde, mientras siguieran en ese barco no tiraría la toalla. Si no podía por un frente, cambiaría de táctica. Habló sobre varias de sus aventuras por Europa, lo que la gente había oído de ella, historias verídicas y no tan verídicas de vampiros a los que supuestamente mató. Algunas de las historias Ariene las confirmó, otras las negó y en otras mantuvo el silencio; pero en ningún momento entró en detalles. Era una persona difícil de acceder, pero aún guarda un as en la manga.
—Una vez me contaron que estuviste en Londres persiguiendo a cierta familia de vampiros. Según esos rumores, no encontraste a tu objetivo —Philippe forzó una sonrisa sobreactuada—. Ah… Entiendo, por eso viajas a Japón, ¿verdad?
Ariene volvió a sorprenderse con aquel mercader. Definitivamente los hombres de negocios son seres terroríficos.
—Sí, así es. Está en lo cierto. Y si lo que dicen es cierto, es el vampiro más poderoso que sigue con vida.
Desde que viajó a Reino Unido ha sido su obsesión, era el último paso para concluir su venganza personal contra los vampiros. Tras abandonar a la Iglesia, Ariene se dedicó un año entero viajando por Europa siguiendo el procedimiento habitual de la Iglesia para localizar vampiros; solo que a su estilo, es decir, más rápido. Sus consecutivos logros hicieron ganarse mucha fama y la fama la acabó convirtiendo en leyenda. Cuando llegaba a una aldea de la que se rumoreaba que era acosada por algún vampiro, sus habitantes la recibían con júbilo.
No había vampiro capaz de hacerla frente. Incluso los vampiros temblaban al oír su nombre. Con el paso del tiempo Ariene se había vuelto despiadada, hasta su personalidad se tornó más fría y hostil. Sus instintos estaban siendo guiados por la venganza, si llegaba a sus oídos el nombre de un vampiro famoso lo podían dar por muerto. A esas alturas ya no quedaban amenazas en Europa. Los vampiros pagaron muy caro el asesinato de su familia. Qué orgullosos estarían de ella, pensaba Ariene cada noche.
Pero el destino había estado contemplándola toda su vida, aún estaba por enfrentarse al mayor reto de su vida.
Un día, estando en un albergue de París, recibió una carta anónima. En ella se aludía a su reciente fama para rogar que se encargase de un delicado trabajo que muchos habían intentado sin éxito. Se pedía urgentemente el exterminio de la más vil de las criaturas, el más retorcido de los vampiros. Se trataba de una vampiresa que mataba a humanos y vampiros por igual. Un siniestro ser que se había atrincherado en una mansión de muros escarlatas rodeada por una niebla de sangre desde hacía más de 200 años. Su nombre era Remilia Scarlet.
Nunca había oído hablar de ese vampiro, tampoco había oído de ningún vampiro que matase a otros vampiros a excepción de Alucard. Ariene estaba convencida de que ese vampiro sería el más peligroso de todos a los que había enfrentado. Si acababa con ella eliminaría al último vampiro importante de Europa y, por lo tanto, acabaría su venganza. Nada más leer la carta, recogió el poco equipaje que llevaba y puso rumbo a Reino Unido.
Era febrero del 2001. Ariene llegó finalmente a Londres. Reservó una estancia en el hostal más barato que encontró y se puso manos a la obra en el rastreo del vampiro. La carta era anónima por lo que no podría acudir al remitente, tendría que recolectar información a la vieja usanza. Acudió a las tabernas más frecuentadas y, una por una, fue preguntando por rumores relacionados con vampiros.
Escuchó la historia de un antiguo asesino en serie llamado Jack el Destripador que mató a varias mujeres y se hizo famoso por eludir a la policía e incluso burlarse de ellos mediante cartas. Los rumores más morbosos aseguraban que Jack era vampiro, pero Ariene lo descartó de inmediato. Su perfil no coincidía con el de un vampiro. Por otro lado, también se enteró de que por la misma época, por 1880, hubo otro incidente con un grupo de vampiros liderados por un tal Dio Brando. Aquella historia le resultó más verídica, pero no le fue de ayuda pues aquel incidente ya se había resuelto.
Le contaron más historias similares, muchas eran demasiado fantasiosas, pero el que la sigue la consigue. Entre esos rumores apareció por fin el nombre de la familia Scarlet. Ariene le interrogó largo y tendido. Aquel excéntrico ciudadano que disfrutaba contando historias de terror le narró una antigua leyenda que muchos habían olvidado.
Hace muchos siglos, una familia de vampiros se instaló en una mansión abandonada al norte de Inglaterra, en el condado de Cumbria. Se trataba del clan Scarlet, un poderoso linaje de vampiros conocido por sus salvajes cacerías y su brutal violencia. Se decía que los trajes que vestían estaban teñidos por la sangre de sus víctimas. Sembraron el terror en el condado, las aldeas cercanas sufrían saqueos regulares y miles de humanos perdieron la vida para satisfacer la gula de aquellos monstruos. Ni siquiera los cazavampiros podían con ellos, la población perdía cada vez más su esperanza con cada cazador de vampiros que no regresaba de la mansión maldita, temían que se repitiese la misma situación que se estaba viviendo en Rumanía; pero ellos no tenían a los Belmont.
Sin embargo, los ataques cesaron misteriosamente hace 400 años. Se pensó que los vampiros se habían apiadado de ellos, otros pensaron que habían emigrado a otras tierras más “aprovechables”, una pequeña parte de la población estaba convencida de que un héroe anónimo había conseguido destruir a la familia Scarlet y empezaron a difundir rumores sobre héroes falsos.
Unas semanas después decidieron acabar con los rumores enviando a un grupo de cazavampiros para internarse en la niebla escarlata y descubrir lo sucedido. Al día siguiente solo uno regresó mortalmente herido. Antes de morir pudo revelar que la mansión estaba llena de cadáveres de vampiros y que solo uno de ellos permanecía con vida, se había presentado como Remilia Scarlet y aclamaba que la mansión ahora era suya. Le dijo al grupo de cazavampiros que si abandonaban inmediatamente sus tierras les perdonaría la vida; pero ellos vieron la oportunidad perfecta para erradicar a la familia Scarlet y la atacaron. El superviviente fue incapaz de narrar lo sucedido durante la batalla, estaba traumado y sus heridas no tardaron en llevarse el alma de aquel pobre cazador.
Tras oír su historia, algunos valientes cazavampiros desafiaron a la vampiresa, pero ninguno volvió. Desde entonces nadie se ha atrevido a acercarse a la mansión, a la que han bautizado con el nombre de “La Mansión del Diablo Escarlata”. Se dice que todas las desapariciones misteriosas son cosa de Remilia Scarlet, aunque la situación era mucho mejor ahora que no actuaba toda su familia. Los ingleses se lo tomaron como una catástrofe natural y rezaron que algún día alguien fuese capaz de acabar con la última Scarlet.
Al terminar la historia, el hombre añadió que en realidad nadie desaparece en Cumbria y que todo eso no sería más que una leyenda inventada para que los niños se vayan a la cama temprano. Negaban la existencia del vampiro, pero Ariene sabía que los vampiros podían ser muy discretos si sentían peligro. Su intuición le decía que Remilia Scarlet aún estaba escondida en aquella mansión.
Gastó todo su dinero en artículos contra vampiros y marchó a Cumbria. Estaba ansiosa por matar a aquel vampiro, si lo lograba al fin podría descansar. Qué sorpresa se llevaría Ariene cuando descubrió que Remilia Scarlet había desaparecido junto con toda la mansión. No había rastro del edificio ni de la niebla escarlata que mencionaba la historia, solo encontró por la zona algunos insignificantes vampiros menores de los que no tuvo ni un ápice de compasión.
Estaba furiosa. ¿Realmente toda esa historia era falsa? ¿Su viaje había sido una pérdida de tiempo? Ariene interrogó a uno de los vampiros que encontró, seguro que sabría algo al respecto. Su presa le confirmó tras una larga tortura la existencia de una mansión en el mismo lugar donde se encontraban, pero no le dijo dónde estaba, ya fuese porque no quería decírselo o porque realmente no lo sabía. Ariene le clavó la cruz de plata en el corazón y se marchó.
Ahora sí que estaba furiosa. ¿Cómo podría vivir tranquila sabiendo que andaba suelta por el mundo un vampiro tan peligroso? Jamás podría descansar hasta acabar con la vida de Remilia Scarlet. Ahí empezó su obsesión.
Abandonó Reino Unido, sin pistas del paradero de Remilia sería incapaz de encontrarla, se vio obligada a acudir a aquellos a los que abandonó hace un año. Viajó al Vaticano, donde se encontraba el cuartel general de los cazadores de vampiros que trabajaban para la Iglesia. Ariene sabía más que de sobra que no iba a ser bien recibida, necesitaría contactar discretamente con un viejo amigo y sabía cómo hacerlo.
Espero a que cayera la noche delante del “despacho” de Genya Arikado, una tumba en mitad de un gran cementerio. La lápida se abrió y de su interior emergió una pálida figura trajeada. El hombre se sorprendió por un momento al verla, pero enseguida recuperó la inigualable cautela, la impasibilidad que le había atraído años atrás.
—Cuánto tiempo… Ariene.
—No has cambiado nada desde la última vez que nos vimos, Alucard.
Los dos se abrazaron. A pesar de que Alucard era un vampiro, había sido su maestro y su único amigo desde que marchó de la Aldea de Wygol. Ariene le consideraba humano, es más, le tenía más estima que a muchos humanos. Siempre que pensaba en él tenía sentimientos encontrados, pero no era momento de pensar en el pasado.
—Necesito tu ayuda.
—Abandonaste a la Iglesia, sabes que no estarán muy dispuestos a ayudarte, ¿verdad?
—He dicho que necesito “tu” ayuda.
Alucard meditó su petición. Iba en contra de los preceptos de la Hermandad de Cazavampiros apoyar a los traidores, pero no podía darle la espalda a la hija de William Morris. Además, si Ariene necesitaba su ayuda es que se trataba de algo serio.
—Está bien, te ayudaré. Pero sé breve, si nos ven hablando ambos tendremos problemas.
—Necesito información sobre la vampiresa Remilia Scarlet. Vivía en Reino Unido, en el condado de Cumbria; pero ha desaparecido con toda la mansión.
—¿Scarlet? Los conozco, es una prestigiosa familia entre los vampiros. Ariene, esto te queda grande.
—Solo voy a encargarme de una, el resto ya ha muerto. Seguramente fue cosa de esa tal Remilia.
—¿En serio? Hacía tiempo que teníamos un ojo puesto en la familia Scarlet, pero no tenía ni idea de lo sucedido. Quizás mis superiores sepan algo. Iré a preguntarles, mañana a la misma hora te diré lo que sepa.
—De acuerdo. Muchas gracias, Alucard.
Alucard la miró sin mostrar reacción alguna, ocultando la añoranza al recordar el tiempo que pasaron entrenando. Había madurado mucho en tan solo un año, la insegura niña había sido sustituida por una elegante mujer de mirada intimidante. El vampiro se marchó sin decir nada más. Ariene se quedó sola en mitad de aquel bosque de lápidas, su corazón latía rápidamente. No sabía qué era lo que le oprimía el pecho, era un sentimiento que no comprendía.
A la noche siguiente se volvieron a reunir. Alucard la esperaba con buenas noticias, ella en cambio seguía sufriendo aquel extraño dolor en el pecho.
—He descubierto dónde se esconde Remilia. Por lo visto mis superiores ya sabían lo que había pasado con la familia Scarlet y enviaron hace mucho a varios agentes en su búsqueda. Según los informes se ha descubierto una mansión rodeada de niebla escarlata en una región despoblada de Hokkaido, en Japón. Se ha confirmado la existencia de un vampiro y varias entidades demoníacas en su interior, además de una poderosa fuerza latente bajo la estructura; sin embargo se le consideró como “amenaza inactiva” y se le han dado prioridad a otros casos. Aun así el informe reitera en varias ocasiones que el vampiro que mora la mansión es extremadamente poderoso, siendo superado solo por Drácula.
—Muchas gracias, eso era todo lo que necesitaba saber.
Ariene se dio la vuelta y se dispuso a irse, pero una gélida mano le agarró de la muñeca. Inexplicablemente, su corazón se puso a latir a una velocidad vertiginosa y un hormigueo le recorrió el estómago.
—Ariene, no vayas. Es demasiado peligroso, deja que se encargue la Iglesia. Ya no quedan muchos vampiros por el mundo, convenceré a la Iglesia de la amenaza que podría suponer en el futuro. No corras riesgos innecesarios.
Ariene miró fijamente a Alucard a los ojos, hasta ahora no se había dado cuenta de lo bellos que eran sus ojos cenicientos, por un momento olvidó que era un vampiro.
—Lo siento, Alucard, pero tengo que hacerlo. Llevo toda la vida luchando para este momento. Cuando acabe con Remilia habré vengado a mi familia y a todos los que murieron en la aldea.
Alucard iba a insistir, pero vio en sus ojos la misma convicción que albergaban los ojos de William Morris minutos antes de sacrificar su vida. No podía recusar la voluntad de un Morris, no sería capaz aunque lo intentase. Le soltó la muñeca y la miró con tristeza.
—Por favor, Ariene. No mueras. No soportaría que sufrieras el mismo destino que tu padre.
—Volveré, te lo prometo.
Ariene miró a Alucard. Estaba muy nerviosa, no podía controlar esa sensación que llevaba todo el día molestándola. Por alguna razón su vista pasó por sus níveos labios. ¿En qué estaba pensando? Ariene se dio la vuelta y se marchó sin mirar atrás. Había prometido que volvería, eso le daría fuerzas para luchar con más fuerza que nunca.
—Si se va a enfrentar al vampiro más poderoso del mundo necesitará el mejor equipo del mundo. ¿No cree?
El persistente mercader sacó a Ariene de sus pensamientos. Se había quedado en su mente la imagen de Alucard, ver a ese viejo rechoncho había roto toda la atmósfera.
—Claro, claro. Lo que usted diga.
—¡Ah! ¡No sabe cuánto me alegra oír eso! Tengo a su disposición las mejores armas de plata y ungüentos de esos que usáis los cazadores para curaros las heridas. Y por ser usted le haré un descuento especial —mintió Philippe triunfante—. Tendrá que ir con mucho cuidado en estas tierras extranjeras. Se dice que en Japón viven criaturas únicas. ¿Conoce a los Jiang-shi? Es una especie oriental de vampiros. Por una insignificante suma de dinero podría ofrecerle toda la información que necesita saber.
—¿Está dudando de mi profesionalidad? —respondió Ariene molesta.
—¡No, desde luego que no! Disculpe a este tonto mercader que se mete donde no le llaman —Philippe miró su reloj de muñeca. Aún quedaba mucho para la llegada prevista a Osaka—. Bueno, ya que va a Japón podríamos tener una conversación más amena sobre nuestro destino. ¿Ha oído hablar alguna vez de las costumbres japonesas? Son de lo más educado, sin duda, pero son lo más aburrido del mundo. Lo digo en serio, no encontrará gente más callada que los japoneses.
Ariene se había enfrentado a incontables vampiros, pero no estaba preparada para la avalancha verbal de un comerciante. Iba a ser un viaje eterno.
***
Por fin llegaron al puerto de Osaka. El viaje fue mucho peor que el de Reino Unido, estaba deseosa de tomar tierra cuanto antes. Ariene se dejó engañar por las argucias del viejo Philippe Moore y no se volvieron a ver jamás. Ahora que había llegado al país del sol naciente solo tenía una cosa en la cabeza: matar a Remilia Scarlet.
Realizó un viaje mucho más tranquilo a través de todo el país hasta llegar a la isla septentrional de Hokkaido. Ciertamente era un país muy distinto a cualquiera de los que había visitado anteriormente, pero no había venido a hacer turismo, tenía un vampiro que cazar.
Una vez llegó a la isla revisó la información. En la copia de los informes que le había ofrecido Alucard se detallaba la ubicación exacta de la mansión. Estaba al oeste, cerca de un acantilado. Tenía parecidos lejanos al castillo de Drácula, pero esta vez no era un castillo sino una mansión. La mansión no estaba envuelta por esa niebla escarlata de la que todo el mundo hablaba, pero indudablemente estaba ante la Mansión del Diablo Escarlata. Reunió todo su coraje y se dirigió hacia la mansión.
Delante de la verja que daba al recinto de la mansión vigilaba una guardiana. Era una mujer alta, de constitución fuerte, cabello largo y carmesí, sus ojos eran celestes y vestía un traje tradicional chino. En la cabeza llevaba una boina con una placa metálica en forma de estrella cuya inscripción no logró reconocer, pero se trataba del kanji de “dragón”.
En cuanto la guardiana vio a Ariene se puso en posición de combate, debía de conocer algún tipo de arte marcial.
—¿Quién eres? ¡Aquí no se te ha perdido nada, intrusa!
—Soy una amiga de tu ama. ¿Me dejas pasar?
La guardiana se quedó pensativa, no había sido informada de ninguna visita.
—Esto… Mi señora no espera a nadie. Lo siento, pero tienes que irte —respondió con un inesperado tono amistoso.
—Qué pena, hoy tenía cita con la muerte.
—¿La muerte…?
Antes de que pudiese reaccionar, Ariene derribó a la guardiana y la dejó inconsciente. Era muy extraño, ¿qué hacia una humana vigilando la mansión de un vampiro? Claramente no tenía ningún rasgo de vampiro, quizás sería una esclava. Ariene comprobó su cuello, no había sido mordida. No entendía qué hacía ahí, si no era un vampiro, ¿por qué no huyó? ¿Estaba cuidando de la mansión por voluntad propia?
De todas formas no iba a matarla. Había matado a muchos vampiros, pero jamás a un humano. Una vez se encargase del vampiro esclarecería el misterio de la guardiana. Dejó a la mujer tirada donde estaba y entró a la mansión.
El vestíbulo era amplio, el suelo estaba enlosado con baldosas blancas y negras, las paredes estaban recubiertas por una tela roja estampada. Sobre su cabeza colgaba una ostentosa lámpara de araña, al frente ascendía una imponente escalera franqueada por armaduras. Del vestíbulo partían varios pasillos distribuidos simétricamente. La mansión era realmente bonita, una pena que fuese propiedad de un vampiro.
—Vaya, vaya, vaya… ¿Tenemos visita?
Ariene miró a lo alto de la escalera, hacia el origen de la voz. Allí arriba la miraba con orgullo una niña que no aparentaba más de 16 años. Descendía lentamente por las escaleras, ondeando su ligero vestido rosa pálido. Su aspecto era infantil, lucía sendos lazos rojos a su espalda y en su cabeza, en la que llevaba además un gorro que parecía más para dormir que para salir al encuentro de nadie.
—Remilia Scarlet, he venido a poner fin a tu pecaminosa vida.
—¡Oh, vaya! ¡Soy famosa! Te sabes mi nombre y todo. ¿Así que tú eres la niña que han enviado a matarme? ¡Menudo chiste! —Remilia se peinó su pelo azul marino y sonrió exageradamente, mostrando sus prominentes colmillos.
Ariene echó mano a sus cuchillos y le lanzó uno de ellos. Remilia desapareció súbitamente, el cuchillo se clavó en uno de los escalones. Una voz le habló a sus espaldas.
—Veamos… Cuchillos de plata, cruz, agua bendita, lectura para el camino y una espada. —Ariene se dio la vuelta y se alejó con un salto hacia atrás—. Niña, se te han olvidado los ajos. ¿Es que no te gustan? La verdad es que a mí tampoco, te deja muy mal aliento.
—¡Deja de jugar conmigo, escoria! —por primera vez en mucho tiempo, Ariene estaba asustada. ¿Se había teletransportado? No la había visto moverse siquiera, era increíblemente rápida.
—¿No quieres jugar? ¿Y qué quieres que haga? No me dirás en serio que has venido a pelear. Esta va a ser una noche agradable, no me gustaría matar a una niña.
Ariene miró a través del enorme ventanal del que apenas pasaba luz. El sol se estaba escondiendo y el cielo ya se teñía de naranja. Ariene maldijo para sus adentros, tenía que acabar con ella cuanto antes. Echó mano a un vial de agua bendita y lo arrojó hacia la vampiresa, quien desplegó sus alas de murciélago y flotó por el vestíbulo. Del lugar en el que estalló el frasco brotaron llamas azules que se apagaron rápidamente.
—¿Eso es todo? ¿Vas a lanzarme todos tus juguetitos hasta que te quedes sin recursos? Qué aburrido… —Remilia bostezó y se recostó en el aire.
Ariene le lanzó la cruz de plata y saltó hacia una pared. Remilia esquivó la cruz fácilmente, Ariene rebotó en la pared y trató de clavarle la espada en su corazón, pero también lo eludió entre risas. Remilia agachó la cabeza, sobre ella pasó rozando la cruz de plata que regresaba como un búmeran. Ariene recogió la cruz y torció el gesto. Esa era una de sus mejores bazas y esa vampiresa lo había esquivado como si nada.
—Reconozco que esa ha sido una buena jugada. Ha estado cerca, un poco. Quiero decir… ¡Me encantó lo bien planificado que estaba! Cuando me lanzaste la cruz y saltaste a la vez sobre mí, buah, fue genial. Pero cuando luego sentí la cruz detrás de mí, eso fue alucinante. No lo haces nada mal para ser una niña. Me caes bien.
Ariene no podía contener la furia, ese engendro la estaba provocando, se burlaba de sus movimientos y la hacía parecer una idiota. ¿Y qué pasaba con esa actitud? ¡Se lo estaba tomando como un estúpido juego! ¿Tanta diferencia de poder había?
—Te arrepentirás de haberte reído. Voy a matarte aquí y ahora.
Ariene extrajo de un bolsillo su preciado reloj de plata. Ya era capaz de detener el tiempo a voluntad durante unos segundos y había estado practicando cierto movimiento especialmente para esta batalla. Cogió el reloj por la cadena y lo balanceó cual péndulo.
—Eres poderosa, Remilia Scarlet, pero tus días de terror acaban hoy. Doblégate a la fuerza del tiempo, muere en esta pesadilla atemporal.
Remilia la miraba sonriendo expectante con los brazos cruzados, esperando a ver qué hacía esa mocosa. Entonces el tiempo se detuvo, Remilia dejó de aletear, se quedó suspendida en el aire. La luna empezaba a ascender, la noche había llegado. A los vampiros les encanta la noche debido a su fotosensibilidad, ese vampiro no iba a volver a ver la Luna.
Ariene saltó y desplegó todo su arsenal de cuchillos hacia ella. Los cuchillos quedaron flotando en dirección a Remilia, esperando a que el tiempo reanudase para abalanzarse sobre ella todos a la vez. Cuando Ariene reiniciara el tiempo, cincuenta cuchillos de plata la atravesarían todo el cuerpo. No había escapatoria. Ningún vampiro, por muy rápido que fuese, podía escapar de una emboscada de cuchillos. Su venganza se había completado.
Ariene cerró el reloj de bolsillo y el tiempo siguió su curso.
Un enjambre de cuchillos cayó sobre la vampiresa. Sonó el rechinar de los cuchillos. Tintineos. Zumbidos. Y silencio. Ariene alzó la mirada. Dejó caer su reloj. Remilia volaba sobre ella, riendo a carcajada limpia, empuñando una lanza de energía. A sus pies se extendía una maraña de cuchillos, los había repelido todos con su lanza.
—¡Jajajaja! ¡Qué divertido! ¡Ha sido divertidísimo! No me lo esperaba, ha sido brillante. Me has obligado a sacar mi Gungnir. ¿Cómo lo has hecho?
Ariene se derrumbó sin dejar de mirar a la vampiresa. Toda esfuerzo había sido en vano, había sufrido una derrota humillante.
—No puede ser… —los ojos de Ariene se llenaron de lágrimas.
Remilia descendió, hizo desaparecer la lanza y se acercó a Ariene.
—Oh, venga. No te pongas así, me vas a hacer quedar como la mala.
Ariene dio un puñetazo al suelo mientras lloraba.
—¡Cállate, maldito monstruo! ¡Sois vosotros quienes nos matáis indiscriminadamente! —Ariene la miró furiosa y se bajó el cuello de su traje, mostrando su cuello—. ¡Venga, vamos! ¿No es esto lo que quieres? ¡Mátame de una vez!
Remilia miró a los lados, como si sintiera vergüenza por si alguien los veía.
—Ey, no te pongas así. Has perdido, pero no es para tanto…
Ariene la miró desconcertada. ¿Qué estaba diciendo? ¿Acaso iba a perdonarle la vida? Su mirada parecía dulce. Quizás era como Alucard, quizás era amiga de los humanos. Remilia se agachó y le levantó la barbilla con un dedo, mirándose la una a la otra a los ojos muy de cerca.
—Sin embargo…. Ya que has perdido, debes recibir un castigo. ¿No es así?
Las pupilas de Remilia se dilataron. Sus ojos escarlata brillaban intensamente, se relamió. Ariene le apartó la mano de una bofetada y se arrastró alejándose de ella.
—¡Escoria! Todos sois iguales, solo pensáis en sangre. Pudríos en el infierno…
Remilia ignoró los comentarios y volvió a acercarse tranquilamente a Ariene.
—No solo pienso en sangre, ¿sabes? Los vampiros también tenemos nuestras vidas, y nuestros sentimientos. Me ofende que nos tengas en tan baja estima.
Ariene seguía arrastrándose, al final se topó con una esquina. Ya no podía alejarse más. Remilia miró por el ventanal, la Luna ya se vislumbraba claramente en el firmamento. Por alguna razón, desde aquel lugar la Luna se veía teñida de rojo, de un intenso y sangriento escarlata.
—Seguramente no lo sabrás, pero mi hermana y yo hemos estado muy solas todo este tiempo. Hemos pasado por muchas cosas, deseé tener a alguien que nos cuidase, alguien en quien poder confiar. Usé mi poder, pero no estaba segura de que mi deseo se fuese a cumplir. Al igual que el tiempo, el destino es algo muy difícil de manejar y no siempre acaba como a una le gustaría. ¿Verdad, pequeña?
Ariene seguía mirándola con un profundo odio, le daba igual las historietas que le contase. Seguía siendo un vampiro y la iba a devorar, los hechos no cambiarían. Su pasado le importaba una mierda. Remilia suspiró, no era capaz de conseguir que esa chica se relajase.
—Dime tu nombre —dijo Remilia. Ariene calló—. Por favor, ¿serías tan amable de decirme tu nombre? —Ariene seguía callada. Remilia bufó, su paciencia se estaba acabando—. Estoy empezando a plantearme el comerte inmediatamente. ¿Quieres decirme cómo te llamas?
—Ariene… Ariene Morris —respondió finalmente. No tenía nada que perder. Al menos le daría su nombre para que la recordase cuando viniese Alucard a vengarla.
—¿Ariene Morris? Pff, qué asco de nombre. Tus padres tenían muy mal gusto. No, no me gusta —Remilia contempló la luna escarlata, pensativa. De pronto se le ocurrió una idea—. Ya sé. Ya que estamos en Japón, ¿qué te parece un nombre japonés? Sus nombres sí que me gustan, son más poéticos, tienen más significado.
Remilia se acercó peligrosamente hacia el cuello de Ariene. Ella ya se había resignado a su destino, no tenía fuerzas para huir. Igualmente no sería capaz de huir con la endiablada velocidad de la vampiresa. Remilia mostró sus colmillos y empezó a recitar una especie de oración que Remilia pensaba que quedaba muy chulo con la escena.
—En esta noche los vampiros cantan su réquiem. La luna proyecta sobre nosotros su sangre divina. En esta noche de luna llena uniré nuestros destinos con el hilo rojo de nuestras sangres. En la decimosexta luna de esta floreciente noche yo, Remilia Scarlet, tu nueva ama y señora, te bautizo con el nombre de Sakuya Izayoi. Bienvenida a tu nueva vida.
Entonces Remilia Scarlet hundió sus colmillos en el cuello de Ariene, abandonando la poca humanidad que le quedaba.
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La fantasía se nutre de nuestros sueños, mientras sigamos soñando la fantasía pervivirá.