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/inc/class_plugins.php 38 require_once
/inc/init.php 233 pluginSystem->load
/global.php 18 require_once
/showthread.php 26 require_once
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/inc/functions_post.php 867 eval
/showthread.php 882 build_postbit
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/inc/functions_post.php(867) : eval()'d code 11 errorHandler->error
/inc/functions_post.php 867 eval
/showthread.php 882 build_postbit
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/inc/functions_post.php(867) : eval()'d code 22 errorHandler->error
/inc/functions_post.php 867 eval
/showthread.php 882 build_postbit
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/inc/functions_post.php 867 eval
/showthread.php 882 build_postbit



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Adventure Tri: El Reclamo del Mar Oscuro 1 1741

#2
07 Feb 18 Mareanegra
La biblioteca
 Iori Hida se consideraba una persona por lo general rutinaria y de ideas fijas. Una vez adquirió la costumbre de acudir a la biblioteca del distrito Daiba, nada ni nadie consiguió disuadirlo de hacer otra cosa que no fuera perderse entre los estantes de los clásicos o adelantar las materias que requerían pormenorizados trabajos de documentación valiéndose de investigaciones que solo encontraba en el polvoriento fondo local.Era increíble que en plena era de la información, y para más inri en Tokio, la cuna de las exhibiciones de tecnología avanzada, no quedara más remedio que moverse de un lado a otro para consultar ciertos opúsculos y manuscritos antiguos.
Quizá un chico de pueblo como él tuviera una concepción errónea de lo que era la vida en la ciudad, pero no dejaba de parecerle algo más propio de tiempos pretéritos. Como dicha concepción de lo urbano no era precisamente positiva, la sorpresa no podía ser sino favorable; encontraba agradable e incluso romántico el freno de la gratificación inmediata que ofrecían las nuevas tecnologías.Todos los amigos y familiares de Iori coincidían en que era un tanto chapado a la antigua para su corta edad. Educado bajo la férrea disciplina de su abuelo, desde muy pronto había demostrado ser obediente en sus responsabilidades e inflexible a la hora de condenar la inmoralidad. En el pueblo se decía que sus ojos poseían el inconfundible brillo de la sabiduría divina. Con la pubertad había dado un gran estirón y se le habían alargado las cuerdas vocales, pero nadie ponía en duda que su interior permaneciera inalterable. Era algo que se daba por hecho aunque no resultara ser del todo cierto, como la inmovilidad de las montañas.Tampoco es que diera muchos motivos para pensar lo contrario. Debido a su naturaleza reservada prefería no mostrar otras facetas de su ser que las ya conocidas por todos. Su madre y su abuelo, por ejemplo, desconocían que para poner en práctica su nueva rutina vespertina había tenido que renunciar a la mayoría de sus clases de kendo. Y mientras todo su círculo de conocidos le atribuía un carácter marcadamente sedentario, Iori fantaseaba en secreto con visitar las grandes ciudades catedralicias de Europa y perderse en las ruinas de la ciudadela perdida de los incas. No hasta el punto de aspirar a vivir en el extranjero, claro, pero lo suficiente como para verse atraído por el encanto del edificio que acogía la biblioteca del distrito Daiba. Era de estilo modernista, una corriente estética que casaba con su gusto reciente; foráneo pero no demasiado. Sin ser un experto en arquitectura, reconocía la impronta de su cultura en la luminosidad de los colores y en la expresividad de los contornos de las pinturas y tapices.
Iori atravesó el vestíbulo y subió las escaleras en rotonda que replicaban las del Burban City Hall de Nueva York. Al llegar al primer piso enfiló por el corredor largo y estrecho que conducía a su destino. El suelo enmoquetado amortiguaba sus pasos mientras se movía entre las paredes de yeso desnudo con líneas ondulantes que simulaban corrientes de agua. Un silencio aún más denso lo engulló al poner los pies en la biblioteca. Cruzar el umbral era entrar a un mundo apacible en el que el tiempo fluía a un ritmo distinto al de la ajetreada Tokio. Un remanso de misterio donde su alma cambiante danzaba como los ácaros de polvo prendidos en la luz dorada.
Ken Ichijouji estaba sentado junto a la caldera, cerca de la estatua de bronce de Dionisio sujetando un racimo de uvas. Hundía la vista en un libro de Aritmética como si pretendiera introducirse de cabeza en las páginas, su media melena azabache ocultando casi la totalidad de su rostro. Iori colgó su mochila en la silla contigua y tosió para avisar de su llegada. Se saludaron de la manera acostumbrada, con una leve inclinación de cabeza y una sonrisa incompleta, sin mediar palabra.
Otro indicio que ponía en evidencia el cambio que estaba operando en él era su nueva actitud con respecto a Ken. Si seis años atrás hubiera sabido que acabaría compartiendo mesa de estudio con la persona que se ocultaba bajo el disfraz del Emperador de los Digimon no habría dudado en autoflagelarse con su sable de bambú. Iori, a diferencia de Daisuke y los demás, se había mostrado reticente a admitirlo en el grupo desde el principio. A su juicio, ningún artefacto maligno podía excusar las abominables obras de su alter ego en el Digimundo, si acaso concedía que hubiesen potenciado la maldad inherente en él de la misma forma que el alcohol revela la verdadera cara de las personas. Seguro de que tarde o temprano volvería a las andadas, llegó a tomar la determinación de no quitarle el ojo de encima. En la persecución del mal a menudo se veía obligado a cometer actos reprobables como seguirlo a la salida del instituto, pero logró convencerse de que era una de esas situaciones excepcionales en las que el fin justifica los medios. Sin embargo, las pesquisas acabaron siendo una frustrante pérdida de tiempo. Lejos de incurrir en comportamiento sospechoso, Ichijouji recorría el camino de vuelta a casa sin desviarse y ayudando a cruzar la carretera a toda anciana desvalida con la que se cruzaba.Una tarde lo sorprendió atrapando un gorrión. El ave agitaba las alas y trataba de sacar la cabecita por el hueco de entre sus dedos, ensuciados de sangre.
Iori no se lo pensó dos veces y salió de su escondrijo para apuntarlo con un dedo acusador. Ichijouji reaccionó exactamente como alguien al que se le descubre con las manos en la masa.
—Suéltalo ahora mismo —había ordenado Iori.
Ken se quedó petrificado en la misma posición. Lentamente, sus labios temblorosos profirieron con esfuerzo unas palabras:
—Tiene un ala herida.
Y no mentía. Comprendió, sintiéndose idiota al momento, que la sangre que manchaba sus nudillos era humana, que se había expuesto a sufrir varios picotazos al tomar el gorrión con las manos desnudas. Se produjo un silencio largo durante el cual ninguno supo cómo reaccionar. Iori estaba avergonzado y Ken no se atrevía a dar un paso más. Entretanto, el ave seguía acometiendo fieramente las manos que lo apresaban. Iori recordó entonces que traía los guantes acolchados con los que practicaba kendo. Se los puso y, con cuidado, ayudó a trasportar el pájaro a casa de los Ichijouji. Durante el trayecto ambos tomaron el acuerdo tácito de no hablar de lo sucedido. Ken estuvo insistiendo en que no hacía falta que se molestara, que sus manos eran más insensibles al dolor de lo que parecían, pero Iori ya se había visto atrapado de forma irremediable y contra su voluntad en la obligación moral de enmendar su error. Terminó sujetando al gorrión en la deslumbrante cocina de la casa de los Ichijouji mientras Ken aplicaba yodo diluido en agua sobre la herida del ala y luego soplaba muy suavemente en la misma.
Pensándolo bien, tal vez Ken no fuera una de las consecuencias sino el origen mismo de los cambios. Había despertado en él inquietudes que presagiaban un futuro distinto al que había planeado y, cuanto más tiempo pasaba a su lado, mayor era la sensación de que navegaba en aguas turbias. Por eso trataba de mantenerse a flote con largas horas de estudio intensivo. Aquella tarde, sin embargo, estaba teniendo serias dificultades para dirigir su atención hacia sus ecuaciones de química. Más de una vez se rompió la punta del lápiz, y hasta la tercera no se percató de que lo hacía adrede, que buscaba cualquier distracción. Llevó la vista a Ken mientras afilaba la mina de grafito con parsimonia, envidiando su capacidad de concentración.Si hubiese mirado con más detenimiento al otro chico se habría dado cuenta de que sus labios temblaban de un modo notable. Se sabía observado y, aunque había pasado mucho desde que Iori Hida dejara de mirarlo con manifiesta hostlilidad, Ken seguía viendo sus propios fantasmas en aquellos ojos castaños y profundos. Presentía la razón de su compañía. Le habría gustado pensar que estaba bajo vigilancia, pero lo más probable era que Daisuke y el resto hubiesen dado un toque de atención a Iori para que moderara su trato. Se sentía como un bicho raro, un bicho raro al que era preferible pisotear cuanto antes; quería pedirle que lo insultara e incluso golpeara si así lo deseaba. Ambos compartían una preocupación, continuaban atrapados bajo la sombra del Digimon Kaiser, y en esta oscura prisión de la mente donde no existía el consuelo del perdón ninguna justicia brillaba con más fuerza que la ejercida por la víctima que se cobra su venganza contra el viejo opresor. Pero Iori no alzaba el puño ni tampoco la voz, y Ken, sintiéndose en deuda por no creerse merecedor de su compañía, trataba de comportarse de la forma más atenta y servicial posible. Estaba siendo complicado, pues no accedía a que lo invitaran a un mísero café ni parecía necesitar nada salvo que compartiera lo que sabía de culturas extranjeras y estilos arquitectónicos como el art nouvau y el art decó.
Difícilmente podía considerarse una acción expiatoria, ya que disfrutaba enormemente respondiendo a todas y cada una de sus preguntas.Iori restregó el contorno de sus labios resecos con la punta de la lengua.
La calefacción de la sala estaba demasiado alta y seguía sin poder mantener la concentración. La paz que creía experimentar en la biblioteca no tardaba en teñirse de una agitación anhelante, de la misma manera que la impresión inicial de silencio absoluto se rompía con un murmullo de hojas de libreta arrugándose y el ruido sordo de los libros al encajar en sus estantes.No albergaba esperanzas de llevar su amistad con Ken a otro nivel. Era difícil imaginarse tomándole el pelo como hacía con Daisuke o escuchando sus tribulaciones como hacía con Miyako; todo lo que rebasara la mera cordialidad se sentiría fuera de lugar. Y Ken tampoco parecía muy dispuesto a poner de su parte. El Emperador de los Digimon había perecido junto con sus dominios, pero Ichijouji seguía empeñado en levantar murallas defensivas y excavar hondas fosas a su alrededor para contener a todo aquel que quisiera llegar a él.Lo cierto es que estaba acostumbrándose a vivir en esta tensión irresoluta. Por el momento se conformaba con sentarse al borde del abismo que los separaba y admirarlo silenciosamente desde la distancia.
—Voy a comprar algo de beber en la máquina expendedora —anunció en voz baja.Ken se apresuró a rebuscar en su mochila y sacó una botella de agua grande.
—Puedes beber de la mía si quieres.
—Gracias.
Ken se avergonzó al ver que Iori arrimaba su boca al plástico transparente que habían tocado sus labios, y este se avergonzó a su vez de rozarlo los suyos. Dio un par de sorbos exiguos que no calmaron su sed. Luego taponó la botella rápidamente, como si con ello pretendiera embotellar la vergüenza de ambos.El zumbido de un móvil en la mesa los sobresaltó. Ken lo tomó y abrió el servicio de mensajería instantánea. El emisor era Daisuke, lo que significaba que tendría que hacer un gran esfuerzo por descifrar un escrito abreviado en exceso.
—Quiere quedar, ¿verdad?
—Eso creo que pone.
—Seguro que van otra vez a ese antro horrible de Shibuya —dijo Iori—. Yo tendré que quedarme aquí estudiando mi examen de Química. Además, no se me ocurre un plan peor que el que proponen últimamente.
Ken odiaba tener que darle la razón. La última quedada había sido una completa catástrofe, especialmente después de que Daisuke y Miyako se pusieran a cantar borrachos el mismo cántico que Oikawa y los niños secuestrados y controlados por la Semilla de la Oscuridad habían entonado para desencadenar un horror inimaginable. Sin ganas de festejar, Ken había huído a un rincón apartado del garito. A lo largo de la noche una chica tras otra había intentado sacarle a la pista de baile, incluida Miyako, a la que había tenido que negar un beso. Se había tomado con humor el rechazo, pero ¿quién no lo hubiese hecho en su estado? Ante su falta de arresto para afrontar un problema que requería de su inmediata atención se había dedicado a retrasar su próximo encuentro dando largas a los planes de Daisuke.
—Traed ropa deportiva —siguió leyendo—. Disfrutaremos de un un paño viejo... No, un pequeño viaje. Que disfrutaremos de un pequeño viaje. Vale, y aquí parece que pone la hora y lugar: en el puente a las once.
—¿Vas a ir? —quiso saber Iori.Ken asintió.—¿Y tú?
Iori apoyó la barbilla en la mano con gesto pensativo.
—Acabo de recordar que el examen no es a la semana que viene sino a la que sigue.


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RE: Adventure Tri: El Reclamo del Mar Oscuro - por Mareanegra - 07 Feb 18

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