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Blue Jeans: Canciones Para Paula, ¿Sabes Que Te Quiero?, Cállame Con Un Beso 0 1 1051

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#1
24 Jul 19 Hortaliza
[Imagen: a4oA7WM.jpg]

Me llamo Francisco de Paula Fernández González, aunque escribo bajo el pseudónimo de Blue Jeans.
 
  1. Nací en Sevilla, aunque toda mi adolescencia la pasé en Carmona.
  2. Estudié en el colegio Salesianos y luego en el instituto Maese Rodrigo.
  3. Cuando terminé, hice un año de Derecho en la Facultad de Sevilla.
  4. No era lo mío y decidí emprender la aventura de cambiar de carrera y de ciudad.
  5. Con 18 años me trasladé a Madrid, donde sigo viviendo, y comencé a estudiar Periodismo en la Universidad Europea.
  6. Me licencié e hice un master en periodismo deportivo.
  7. Al mismo tiempo, intenté estudiar Filología alemana en la Complutense, sin éxito.
  8. He colaborado con algunos medios, especialmente deportivos, pero no encontré ahí mi lugar.
  9. Durante varios años también entrené a a fútbol sala a niños en Palestra Atenea.
  10. Ahora me dedico a escribir novelas y a pasarme horas y horas en las redes sociales respondiendo las preguntas de los lectores.

Su Página Web:

http://www.lawebdebluejeans.com/

Canciones Para Paula

[Imagen: LzYDnQY.jpg]

[Imagen: 9esRsIt.jpg]

[Imagen: GrueunD.jpg]

Paula es una adolescente de casi 17 años que encuentra el amor por primera vez en Internet.

Después de estar dos meses hablando con Ángel, un joven periodista que trabaja en una revista de música, decide quedar con él y comprobar si lo que siente a través de la pantalla también lo experimenta en el cara a cara.

Pero el chico llega tarde y, mientras espera, Paula conoce a Álex, un aspirante a escritor con una sonrisa maravillosa.

A partir de ese momento comienza una historia de amores y desamores, de la que serán testigo "la Sugus", el grupo de amigas de Paula.

Una chicas desenfadadas, alegres y, a veces, difíciles de tragar (como los caramelos Sugus), que ayudarán a la protagonista a tomar decisiones importantes en aquellos días de marzo en un lugar de la ciudad.

Primer Capítulo

Seis de la tarde de un día de marzo.

Mira de nuevo su reloj y se sopla el flequillo.

Vistazo a un lado, a otro.

Nada.

Ni rastro de la flor roja.

Dos días antes.

Él: «Llevaré una rosa roja para que sepas quién soy».

Ella: «¿Una rosa roja? ¡Qué clásico!».

Él: «Ya sabes que lo soy».

Ella: «Yo llevaré una mochila fucsia de las Supernenas».

Él: «¡Qué infantil eres!».

Ella: «Ya sabes que lo soy».

Seis y cuarto de la tarde de un día de marzo.

«Será capullo. Si al final resulta que estas van a tener razón...».

Paula echa otro vistazo a su reloj.

Suspira.

Se ajusta la falda que se ha comprado expresamente para la cita.

También lleva ropa interior nueva, aunque sabe perfectamente que no llegarán tan lejos.

Da pequeños golpecitos con el tacón en el suelo.

Empieza a estar realmente enfadada.

Un día antes.

Ella: «¿Estás seguro de lo que vamos a hacer?».

Él: «No. Pero tenemos que hacerlo».

Ella: «Como no aparezcas...».

Él: «Apareceré».

Seis y media de la tarde de un día de marzo.

Paula se resigna.

Si al menos le hubiese dado el móvil... Se lleva una mano a la frente.

Está acalorada, y eso que allí hace un frío que pela.

No puede creerse que él no se haya presentado.

Vuelve a mirar a todas partes en busca de una flor roja.

Nada.

—Eres un capullo —dice en alto, pero no lo suficiente como para que alguien la oiga.

La noche anterior.

Él: «Te quiero».

Ella: «TQ».

Seis y treinta y seis de la tarde de un día de marzo.

Paula se ha cansado de esperar.

Tiene calor.

Poco después tiene frío.

Saca una goma de uno de los bolsillos de la mochila de las Supernenas y se recoge el pelo en una coleta.

Se lo había alisado para la ocasión, pero ahora ya le da igual.

El capullo no se ha presentado.

«Capullo».

«¿Y ahora?».

Es pronto para volver a casa y por nada del mundo quiere estar cerca de su PC.

Necesita un buen café con el que aliviar las penas.

Justo enfrente ve un Starbucks.

Camina hacia el paso de cebra para cruzar la calle haciendo mil y una muecas de fastidio.

Mientras espera que el muñequito del semáforo se ponga en verde, recuerda la conversación con sus amigas en el instituto.

Ese mismo día por la mañana.

Paula: «A las cinco y media».

Cris: «Tía, no me lo puedo creer. ¿De verdad que has quedado con ese tío?».

Diana: «¡Qué fuerte me parece!».

Paula: «Creo que es el momento de que por fin nos conozcamos».

Miriam: «Pero si ni siquiera os habéis visto en foto...».

Paula: «Ya lo sé, pero me gusta y yo le gusto a él. No necesitamos fotos».

Diana: «¿Y si es un enfermo o un depravado sexual de esos...?».

Miriam: «Eso es lo que a ti te gustaría encontrar, ¿eh, Diana? Un loco que ande todo el día pensando en el sexo».

Todas ríen menos Diana, que intenta dar un tortazo a Miriam, pero esta lo esquiva hábilmente.

Cris: «¿Y si no se presenta?».

Paula: «Se presentará».

Miriam: «Puede que no».

Diana: «Puede que no».

Paula: «¡¡¡¡Os digo que sí!!!!».

Profesor de Matemáticas: «Señorita García, ya sé que le entusiasman las derivadas, pero haga el favor de contenerse un poco en clase. Y, ahora, ¿puede usted salir a la pizarra a ilustrarnos con su sapiencia?».

La conversación termina y ahora todas ríen menos Paula, que, de mala gana, se levanta y se dirige al encerado.

Seis y cuarenta de la tarde de un día de marzo.

Paula abre la puerta del Starbucks.

No hay nadie haciendo cola.

Un chico calvo y delgado, con barbita, la atiende con una bonita sonrisa.

La chica pide un caramel macchiato, una especialidad con caramelo y vainilla.

Paga la consumición y sube a la planta de arriba a tratar de poner un poco de orden en su desordenada cabeza.

La sala está prácticamente vacía.

Una parejita tontea en un sillón cerca de uno de los grandes ventanales que dan a la calle.

Paula los mira de reojo.

«Qué mala pata, han cogido el mejor sitio...».

Al lado hay otro sillón que la satisface, pero lo descarta al instante por encontrarse demasiado cerca de la pareja de novios: no es plan molestarlos.

Así que finalmente se decanta por un lugar alejado y esquinado, cerca de otra ventana, pero con menos luz y peor vista.

Paula mira el tráfico de la ciudad.

Está pensativa y triste: tiene que reconocer ante sí misma que confiaba en que él se presentaría.

Tras dos meses hablando cada día, contándose cosas, riendo, casi enamorándose..., a la hora de la verdad, él había sido un cobarde.

O quizá no era lo que decía ser y finalmente había dado por concluida la relación.

«No, no puede ser. Eso no puede ser».

Da un sorbo a su caramel macchiato.

Inevitablemente se mancha los labios y la espuma le deja una especie de bigotillo bajo la nariz.

Intenta llegar con la lengua, pero es inútil.

El caramelo ha hecho de las suyas.

«Mierda, no he cogido servilletas y paso de cruzar por delante de esos dos otra vez».

Mira en la mochila de las Supernenas, pero no encuentra pañuelos de papel.

Suspira.

Saca el libro que llevaba dentro y lo coloca sobre la mesa para continuar su rastreo con menos obstáculos.

Nada.

Y vuelve a suspirar.

Durante la exploración mochilera, un chico ha entrado en la sala y se ha sentado justo en el sillón que está enfrente de Paula.

En el tercer suspiro, al levantar la cabeza, ella lo ve.

La está mirando.

Es guapo.

Le sonríe.

Paula recuerda que aún está manchada y disimuladamente arroja el libro al suelo.

Cuando se agacha para recogerlo, aprovecha y con la mano se limpia la boca, los labios, hasta se frota la nariz por si acaso.

Salvada.

Pero, de repente, su rostro bajo la mesa se topa con el rostro del chico guapo, que se ha acercado y está agachado junto a Paula.

Sin decir nada, el joven saca un pañuelo de papel de un paquete que llevaba en el bolsillo.

—Toma —le dice mientras le ofrece el clínex con una amplia sonrisa.

«Una sonrisa maravillosa», piensa Paula—.

Aunque igual ya no lo necesitas.

Paula se quiere morir al escuchar las palabras del joven guapo de la sonrisa maravillosa.

Se muere de vergüenza.

Sus mejillas enrojecen y, al incorporarse con el libro en la mano, se da un cabezazo contra la mesa.

—¡Ay! —¿Te has hecho daño?

—No. —Paula ve al chico de pie.

Es bastante alto.

Lleva una sudadera negra y unos pantalones vaqueros azules algo gastados.

Tiene unos ojos grandes y castaños, y lleva el pelo un poco más largo de lo que a ella le hubiese gustado.

Pero es realmente guapo.

—Y tampoco necesito tu pañuelo.

El joven sonríe y se guarda el clínex en el bolsillo.

—Muy bien. Me vuelvo a mi sitio.

Paula agacha la mirada y espera a que el desconocido se siente de nuevo.

Cuando intuye que el joven ha regresado a su sillón, levanta un poco la vista para comprobarlo.

Así es.

«Qué guapo es... ¡Basta!, ¿en qué estás pensando, Paula?».

Un leve dolor en la cabeza, justo donde se ha dado el golpe, la devuelve a la realidad, pero al tocarse no nota ningún chichón.

«Menos mal. Era lo que me faltaba».

«Hija, si es que tienes la cabeza muy dura», le suele decir su madre a menudo.

Mira por dónde, y sin que sirva de precedente, tiene que darle la razón.

Paula sonríe por primera vez en toda la tarde.

Da un nuevo sorbo a su bebida, esta vez con cuidado de no mancharse, y abre el libro por la página donde unas horas antes lo había dejado.

Es Perdona si te llamo amor, de Federico Moccia.

Trata de una joven estudiante de diecisiete años y un publicista de treinta y seis que se enamoran.

Paula no es una gran aficionada a la lectura, pero Miriam le había hablado tanto de este libro que finalmente decidió leerlo.

Y le entusiasma.

Le apasionan la madurez de Niki, la protagonista, solo un año mayor que ella, y su capacidad para conquistar a un hombre mucho mayor como Alessandro.

Sí.

Ojalá ella algún día tuviera una historia de amor tan intensa como aquella, aunque le gustaría que el chico no fuese tan mayor, claro.

Entonces de nuevo le viene a la mente el plantón.

Aquel capullo la ha dejado tirada.

«Ufff».

Casi sin querer, echa un vistazo al sillón donde se ha sentado el chico guapo de la sonrisa maravillosa.

Esta vez él no la está mirando a ella.

—No me lo puedo creer —se le escapa a Paula en voz alta.

En esos momentos, el chico se da cuenta de que los ojos de Paula están puestos sobre él.

La observa, después dirige su mirada hacia la portada del libro, luego otra vez a ella y finalmente sonríe.

Con esa sonrisa maravillosa de nuevo.

—¿Te está gustando? —le pregunta el joven, alzando un poco la voz.

«Pues claro que me gusta, estúpido. Cómo no me iba a gustar esa sonrisa, si es la más bonita que he visto nunca...», piensa ella antes de responder: —¿Perdona? —pregunta Paula con gesto perplejo, como si temiera que aquel chico fuera telépata y acabara de radiografiarle la mente.

—He visto antes, cuando se te ha caído el libro..., bueno, en realidad, cuando he llegado y tú estabas buscando algo en tu mochila, he visto que estamos leyendo el mismo libro. Y te preguntaba que si te está gustando.

—Ah, eso —comenta aliviada—. Sí, sí que me está gustando. —Es una bonita historia. Espera...

Entonces el joven se levanta del sillón, coge su bebida y el libro, y se sienta al lado de Paula.

La chica, sorprendida, vuelve a ponerse colorada.

No es guapo: es guapísimo.

—¿Te importa? Es para no estar gritando todo el tiempo...

—No, claro. Siéntate.

Pero, justo en ese instante, suena con fuerza Don’t stop the music, de Rihanna, en el interior de la mochila de las Supernenas.

Paula da un respingo y se apresura a buscar su teléfono móvil.

Varios segundos después, por fin da con él.

Es Miriam.

—Perdona, es una amiga —le explica en voz bajita al joven guapísimo, que le vuelve a sonreír una vez más y le hace un gesto como de «contesta, no te preocupes».

Ella se levanta y camina hacia el otro extremo de la sala.

La joven pareja enamorada ya se ha ido.

—¿Sí...? —Cariño, ¿qué tal va la cosa? —pregunta rápidamente Miriam al oír la voz de su amiga—. No molestamos, ¿verdad?

—¿«Molestamos»? ¿«La cosa»?

—Sí. Estamos aquí Diana, Cris y yo reunidas. Espera. Decid algo, chicas...—Un escandaloso «hola», seguido de un insulto amistoso, se oye al otro lado del móvil.

—¿Ves cómo te queremos y nos preocupamos por ti? ¿Qué tal va la cita?

«Uf, la cita».

Ahora cae.

Pero no tiene ganas de dar explicaciones a sus amigas en ese momento, y menos tener que darles la razón.

Así que se ahorra decirles que aquel capullo no se ha presentado.

—Bien, «la cosa» va bien. Pero no puedo hablar ahora mismo. Estoy muy liada y...

—¡¡¡Uhhh!!! Muy liada... Mmmm. Muac, muac, muac. Bueno, no te molestamos más, niña. Queremos que nos cuentes todos los detalles mañana. Chicas, colgamos. Despedíos...

Y con un sonoro «adiós, te queremos», seguido de otro improperio cariñoso, se da por finalizada la conversación.

Paula cierra los ojos.

Suspira.

«Están locas».

Y se dirige otra vez a su sillón.

El joven guapísimo está de pie y lleva el libro bajo el brazo.

—Me tengo que ir. Se me ha hecho tardísimo. En diez minutos empiezo las clases.

«Las clases. ¿Qué clases? ¿A estas horas?».

—Encantado de conocerte. Espero que el final del libro te guste.

Y, sin decir nada más, el chico guapísimo de sonrisa maravillosa sale corriendo de la cafetería.

Paula entonces se vuelve a sentar mientras decide que ya es hora de regresar a casa, tomar un buen baño relajante y olvidarse por un tiempo de su PC.

Coge el libro para guardarlo, pero percibe algo extraño en él: el separador no es el suyo y, además, está en la última página.

«Ese idiota se ha equivocado de libro y se ha llevado el mío».

Abre el libro por el final y arriba, escrito con bolígrafo azul, puede leer: «alexescritor@hotmail.com. Por si quieres comentar el final del libro».

La nota la hace sonreír y Paula termina soltando una pequeña carcajada.

Guarda el volumen dentro de su mochila de las Supernenas y camina hacia las escaleras de la planta alta del Starbucks sin poder evitar que se le dibuje una sonrisa tonta de oreja a oreja.

«Y el tío va y me dice que espera que el final del libro me guste. Qué capullo...».

Pero, hablando de capullos... En ese momento, otro joven alto, atractivo, sube a toda velocidad las escaleras de la cafetería.

Va tan deprisa que no ve a Paula: al tropezar con ella, la chica se da un culazo contra el suelo y él casi se cae encima, pero consigue saltarla y termina de rodillas justo detrás.

De sus manos resbala una rosa roja.

Ambos se miran sorprendidos.

Él sonríe al ver la mochila de las Supernenas en el suelo.

¿Sabes Que Te Quiero?

[Imagen: QakmjtH.jpg]

La adolescencia es una época en la que todo se vive con mucha intensidad.

Tanto para lo bueno, como para lo malo.

Paula se fue de vacaciones con su familia a París e intentó olvidar, sin éxito, lo acontecido en las últimas semanas.

Pero allí conoce a alguien que parece que quiere hacerle la vida imposible.

Llega el verano y las Sugus celebran el deseado final de los exámenes.

Pero no todos serán alegrías.

Cuando la persona que te traiciona es tu mejor amiga, duele más.

Una de las chicas, además, se enfrenta a un problema que es incapaz de controlar.

Nuevos amores, desengaños, verdades y mentiras que convertirán esta segunda parte en una montaña rusa de sentimientos y sensaciones.

Primer Capítulo

Un día de finales de junio, en un lugar de la ciudad.

¡Riiiiiiiiiiiing!

El ruido de la última campana es atronador, molesto, pero dulce.

Muy dulce.

Para algunos es el momento más esperado de todo el año.

Es el sonido que llevan deseando escuchar tanto tiempo y por el que han suspirado durante meses.

Sirena de libertad.

De verano.

De playa o de piscina para los más afortunados.

Calor, bronceados, noches de estrellas y luna sin fin.

¡Vacaciones!

Tres chicas y un chico caminan tranquilamente, sonrientes, entre la jauría estudiantil que corre a coger sitio en el último autobús hasta septiembre.

—¡Qué curso más largo! Se me ha hecho eterno. Pensaba que nunca se acabaría. Tenía muchas ganas de terminar para pasar más tiempo contigo —señala la mayor del grupo mientras agarra de la cintura al joven que va a su lado.

Luego acerca sus labios a los de él y se besan.

Sus amigas los observan y sonríen.

Quién iba a decir que Miriam se echaría novio.

Y aunque son bastante diferentes, no hacen mala pareja.

—¡Hey! Córtate un poco, ¿no? —protesta Cris, aunque sin dejar de sonreír.

El beso termina y los chicos separan sus bocas.

—Envidiosa... —responde la aludida.

—¿Envidiosa, yo? Para nada.

—¿No? Yo creo que sí. Que tienes un poquito de envidia.

—¿Envidia de ti? ¡Pero si te han quedado seis! ¡Te vas a pasar el verano estudiando! Créeme que no te tengo ni una gota de envidia.

—¡Bah! A ti también te han quedado tres. Además, no solo voy a estudiar. ¿A que no, Armando?

El chico sonríe, niega con la cabeza y se inclina de nuevo para besar a su novia.

Miriam vuelve a unir sus labios con los de él, pero lo hace con los ojos abiertos, desafiante y levantando el dedo corazón a su amiga.

Cristina resopla y mira hacia otro lado.

Quizá sí que tiene una pizca de envidia.

Armando es un cielo.

Alto, guapo, amable, sensible, aunque no demasiado listo.

Pero qué importa eso.

Ella también le había echado el ojo hacía tiempo, aunque nunca se atrevió a decirle nada, tal vez porque realmente nunca sintió nada verdaderamente intenso por él, o porque pensó que él jamás se fijaría en ella.

El caso es que desde hace cinco semanas Miriam y Armando salen juntos.

Y se alegra por su amiga, claro, pero quizá no todo lo que debería.

Paula se da cuenta de la reacción de Cris y la abraza por detrás.

Luego la besa cariñosamente en la mejilla.

—¿Pero de quién va a tener envidia esta niña tan guapa? Si mi Cris es la tía más buena de todo el instituto... —Y la vuelve a achuchar como si fuese una de las muñecas con las que jugaban de pequeñas.

La chica se deja hacer.

Luego la mira a sus preciosos ojos color miel y sonríe.

Vuelven a brillar.

Esa es la Paula de siempre, la Sugus de piña.

Ahora, rubia.

Muy rubia.

Pero divertida, espontánea, despampanante.

Feliz.

Después de tres meses difíciles, por fin todo parece volver a la normalidad.

Hace calor.

El sol aprieta y el verano camina deprisa.

Los amigos se despiden y se citan para encuentros que nunca llegarán.

Son promesas que luego no tendrán ocasión de cumplir.

Parejas que se toman un tiempo, idilios que nacen, sonrisas que tropiezan con otras sonrisas y que, tal y como aparecieron, desaparecerán.

Amores y engaños.

Verano adolescente.

Un bip surge de uno de los bolsillos de la mochila fucsia de las Supernenas de Paula.

Un mensaje.

La chica abre la cremallera y saca el teléfono.

—Vaya, no me deja recibir el SMS. Tengo la memoria llena.

—Es que, con lo popular que eres, no me extraña. Los tíos te mandan mensajitos a todas horas —indica Miriam, que no suelta a Armando ni un instante.

—¡Si la mayoría son vuestros! —responde Paula.

—¡Y ni se te ocurra borrarlos!

Paula chasquea la lengua y busca un SMS viejo para eliminarlo.

Qué fastidio.

No se decide.

Rastrea toda la memoria del móvil, hasta que lee uno que le vuelca el corazón: ¿Sabes que te quiero?

Un nudo se le forma en la garganta.

Le cuesta tragar.

Suspira.

Quizá ese es el mensaje que tiene que eliminar.

Suspira otra vez.

Se siente mal.

Pero ¿por qué? ¿No se supone que ya lo ha superado?

—¿Qué te pasa? ¿Quién te ha mandado el mensaje? —pregunta Cristina, que es ahora la que se da cuenta de que algo le sucede a su amiga.

—No lo sé, aún no he borrado ninguno. Me da pena eliminar mensajes antiguos.

Miriam le arrebata el teléfono.

Mira la pantallita y contempla el SMS que ha alterado a Paula.

Resopla.

Recuerda perfectamente cuándo lo recibió.

Ella estaba presente.

Y Cris y Diana también.

Fue justo al día siguiente del regreso de Paula de su viaje a París.

Es el tercer SMS que le mandó Ángel en aquella lluviosa tarde de abril.

Las Sugus, después de escuchar la historia de su amiga, le aconsejaron que no respondiera.

Tenía que olvidarse de aquel chico, poner el punto final después de todo lo que había sucedido en Francia, terminar con aquella relación de una vez por todas.

Paula obedeció con tristeza y no contestó los SMS.

Era lo mejor.

¿Lo era?

No lo sabía y no se sentía bien por haber guardado silencio.

Pero esa fue su decisión.

Aquel «¿Sabes que te quiero?» fue lo último que Paula supo de Ángel.

—Ale, ya está —dice Miriam en voz baja—. Borrado. Y te he hecho hueco eliminando otros dos. Ya puedes recibir el mensaje.

La mayor de las Sugus le vuelve a entregar a su amiga el teléfono sin mirarla a los ojos.

Sabe lo que le duele recordar el pasado.

Desde su cumpleaños... Borrar aquellos mensajes es lo mejor para ella.

Paula baja la mirada resignada y no dice nada.

Un nuevo bip.

Carpeta de mensajes recibidos.

Resopla al ver quién se lo envía y lee lo que hay escrito.

—¿Es él? —pregunta Cris.

—Sí —responde sin demasiada emoción.

—¿Y qué quiere ahora?

—Dice que me espere, que viene a por mí.

—Quizá deberías darle una oportunidad —interviene Miriam, que sonríe a su amiga.

Paula no dice nada y mira hacia el otro lado de la calle, donde un llamativo deportivo amarillo aparca enfrente de ellos.

Los cuatro lo observan atentamente.

Es uno de los coches más impresionantes que jamás han visto.

De él se baja un joven rubio con el pelo ensortijado.

Activa la alarma del deportivo con un pequeño mando a distancia y camina hacia el grupito, que continúa mirándole.

Él sonríe y saluda con la mano, aunque sus ojos solo se fijan en Paula.

En esos instantes, a solo unos metros de ellos, un día a finales de junio.

—Creo que nos deberíamos ir. La campana ha tocado ya.

—Espera. Aún no he acabado contigo. Además, ahora estamos más solos todavía.

La chica lo empuja contra una de las paredes, lo agarra del cuello de la camisa y acerca la boca a su oído.

—¿O es que no quieres que siga? —susurra.

—Bueno, yo...

El chico duda un instante, pero pronto desiste y se da por vencido.

La lengua de ella entra en su boca una vez más.

Como desde hace una hora y pico.

No han parado de besarse, abrazarse, tocarse.

Y siente que ella quiere más, que necesita más.

Pero no allí.

Allí no.

—Para, Diana —consigue decir antes de que sus lenguas se encuentren de nuevo.

Ella no obedece y le desabrocha un botón de la camisa.

—Venga..., si te apetece tanto como a mí... —vuelve a susurrarle.

—Para, por favor.

—No quiero parar. Quiero...

—¡Para, Diana! —grita molesto, apartándola.

Mario se separa de ella, se abrocha el botón y se alisa la camisa, que está muy arrugada.

Diana maldice en voz baja.

Da un pequeño saltito y se sienta sobre el lavabo.

Luego se mira en el espejo.

—¿Qué pasa? ¿No soy suficientemente guapa para ti?

—No es eso y lo sabes.

—¿Qué es lo que sé?

—Vamos, Diana, no empecemos. Estamos en el cuarto de baño de chicas del instituto. ¿Crees que es el mejor lugar para...?

—Ya. ¿Y cuál es el mejor lugar para ti? Porque llevamos un mes y dos semanas saliendo, y todavía no hemos encontrado el lugar idóneo.

Mario suspira.

¿Esto no debería ser al revés? ¿No son los chicos los que normalmente presionan a las chicas para la primera vez?

—Lo siento, pero aquí no puedo. ¡Si no tenemos ni protección!

Diana resopla una vez más.

Mira hacia el techo resignada y a continuación a su novio.

Se pone de pie y del bolsillo trasero de sus vaqueros azules saca un preservativo.

—Sí que tenemos.

—¡¿Has traído un condón?! —exclama sorprendido.

—Siempre lo llevo encima.

—No me lo puedo creer...

La chica sonríe irónica y se lo guarda otra vez en el pantalón.

—¿Qué no puedes creer, Mario? Estamos saliendo. Las parejas llevan condones encima por si... tienen alguna necesidad.

—Yo no llevo nada. Nunca he llevado uno.

La conversación no da para más.

Diana no tiene ganas de seguir con aquel asunto.

Se vuelve a mirar en el espejo mientras abre el grifo del agua fría.

¿No la ve sexi? ¿No es suficientemente atractiva?

Al lado de Paula..., está claro nunca será como Paula.

—¿En qué piensas? —pregunta el chico, observando su reflejo.

Diana se moja las mejillas y los ojos, que ya habían empezado a humedecerse.

Luego sonríe y se gira.

—En nada. Perdona por haberte presionado.

—No te preocupes. Ya sabes que me gustas mucho, pero me gustaría que mi primera vez fuera...

La chica le pone el dedo índice en la boca y no le deja terminar la frase.

—Shhh. No digas nada. Todo está bien. Tranquilo. —Y le da un beso en la mejilla—. Tengo que..., ya sabes —dice señalando con la mirada una de las puertas cerradas del baño—. ¿Me esperas fuera?

—Vale. Y perdóname tú también a mí.

Mario acerca sus labios a los de su chica y le da un último pequeño beso antes de salir del baño.

Diana observa como se va.

Está sola, con ella misma, con su figura en el espejo.

Sus sentimientos por aquel chico del que hace tres meses ni siquiera sabía que existía se desbordan.

Le quiere.

Sí, está enamorada de él.

Enamoradísima.

Nunca le había pasado.

Le costó que aceptara salir con ella.

Pero después de muchos días insistiendo con directas e indirectas, logró su objetivo.

Pero eso ya no es suficiente.

Quiere más.

Busca más.

Quiere que Mario sea suyo.

Todo suyo.

¿Piensa él todavía en Paula?

No lo sabe.

Solo está segura de que, por mucho que haga, nunca será como ella.

Por mucho que haga..., aunque lo seguirá intentando.

Cállame Con Un Beso

[Imagen: LCpxKnU.jpg]

El final de la trilogía no deja indiferente a nadie.

Paula se marcha a Londres a estudiar y afronta con muchas dudas una relación a distancia.

No será fácil elegir que camino tomar con el que cree que es el chico de su vida: Álex.

El escritor ha abierto un biblio-café y tiene en una de sus clientas a una de sus mayores admiradoras.

Las Sugus, por su parte, se han separado y entre ellas las cosas ya no son lo que eran.

Miriam se ve inmersa en una relación tóxica, Cristina ha encontrado el amor y Diana, sigue siendo Diana, aunque ha madurado con Mario a su lado.

Fue el desenlace más esperado de la primera historia que pasó de las Redes Sociales al papel.

Primer Capítulo

Una tarde de diciembre, en un lugar de Londres.

El humo trepa hasta el techo de la habitación.

Forma una nube grisácea que ella contempla ensimismada.

Y eso que allí no se puede fumar.

Paula coge el cigarrillo por el filtro y lo termina de apagar.

Tose una, dos veces.

Desde que lo dejó, odia el tabaco.

Sin embargo, su compañera está completamente enganchada.

Y más en época de exámenes.

Aun así, Valentina no es mala chica.

Abre la ventana para que el cuarto se ventile, pero enseguida la vuelve a cerrar: hace frío.

Demasiado.

En aquel país, el invierno se hace notar con creces, a pesar de que todavía están en el final del otoño.

Qué pocas veces ha visto el sol desde que llegó en septiembre.

Quizá es lo que más echa de menos.

Exceptuándolo a él, claro.

Porque no tiene punto de comparación lo que Paula echa de menos el sol con lo que extraña a Álex.

Mira el reloj.

¿Estará ya conectado?

Puede ser, casi son las cinco.

Corre hasta el otro extremo de la habitación, donde está su portátil encima de la mesa.

Lo saca de su funda y se lanza con él sobre la cama.

Lo enciende y espera a que se cargue.

¡Qué lentitud!

Da golpecitos con los dedos en el colchón con impaciencia.

¡Ya está!

El Windows Vista por fin arranca.

Rápidamente, abre el MSN con la esperanza de ver su nick entre los conectados.

Un cosquilleo le recorre todo el cuerpo.

Y sonríe: Álex está allí.

Sin embargo, su sonrisa va acompañada con un intenso calor en los ojos.

Le pican.

Se esfuerza por retener las lágrimas; no quiere que la vea llorar.

Prácticamente coinciden en su primer mensaje.

Escriben y se saludan al mismo tiempo.

—¡Hola, cariño!

—¡Hola, pequeña!

Llega una invitación por parte de él para iniciar una videollamada.

Ella se peina un poco con las manos, se coloca los auriculares y acepta.

La cam de Paula se enciende primero.

Se ve a sí misma y sonríe todo lo que puede.

No están mal las mechitas rubias que se ha puesto en su pelo castaño.

En el último año, no daba con el color adecuado.

En cambio, este marrón clarito con reflejos dorados le gusta.

Ahora solo falta que su cabello crezca algo más.

Por los hombros está bien, pero lo quiere un poco más largo.

—¿Me ves? —pregunta la chica, sentándose sobre sus piernas y mirando fijamente a la cámara.

—Sí. ¡Estás preciosa!

Su voz llega a la vez que su imagen.

Siente un escalofrío.

Álex está guapísimo.

Se ha dejado una barbita de dos días que le hace más interesante aún.

Da la impresión de que sus ojos brillan cuando habla y su sonrisa sigue siendo la más maravillosa que ha visto en su vida.

«El chico de la sonrisa perfecta».

—No estoy preciosa. Ni me he peinado.

—¿No? Pues parece que vengas de la peluquería.

—¡Qué va! Si me he pasado el día estudiando.

Álex arquea una ceja.

Frunce el ceño y pregunta: —¿Seguro que solo has estudiado?

—Seguro —responde Paula con decisión. Pero, al instante, resopla y sonríe tristemente—. Vale, me has pillado. No he estudiado nada. ¡Es que no consigo concentrarme!

—¿Lo has intentado?

—Claro. Muchas veces. Hoy no he ido ni a clase para quedarme en la habitación estudiando.

El escritor hace una mueca con los labios y piensa.

—La semana que viene es cuando tienes los exámenes, ¿verdad?

—Sí. Pero no consigo concentrarme.

—¿Es por el inglés?

—No. Más o menos lo comprendo todo.

—¿Por los profesores?

—No.

—¿Tiene algo que ver con Valen?

—¡Qué va!

—Entonces, ¿no sabes por qué es?

Paula duda un instante, mira hacia otro lado y desvela el motivo de su desconcentración.

—Es por ti, tonto —señala la chica, temblorosa, tapándose la boca con la mano—. Te echo de menos.

Ahora sí que no puede reprimir las lágrimas.

Pero no va a dejar que él la vea llorar.

Pone a un lado el portátil para salirse del plano, y se cubre la cara con las manos, desconsolada.

—¿Paula? ¿Estás bien? —pregunta Álex, que contempla a través de la cam una de las paredes de la habitación de su novia.

La pequeña cámara está enfocando una foto enmarcada de los dos.

Se la hicieron justo antes de que ella viajara a Londres, la ciudad en la que Paula pasaría el próximo curso.

Salen besándose.

Queriéndose.

Fue el último día que pasaron juntos en las postrimerías del verano.

Ya en ese momento, ambos sabían lo difícil que resultarían los meses siguientes.

—Estoy bien —susurra.

—No lo estás.

—Sí, sí que lo estoy. ¿Ves?

La cam enfoca de nuevo el rostro de la chica, que vuelve a sonreír.

Sus ojos están rojos e hinchados.

Y el rímel se ha corrido por sus mejillas.

Se da cuenta y se limpia con el puño del jersey.

Respira y esboza la mejor de sus sonrisas.

—Claro que lo veo. Veo que te encuentras mal.

—No es verdad. Estoy perfectamente. Ha sido solo un momento de bajón. No te preocupes.

—¿Solo ha sido un bajón?

—Sí. Solo eso.

Miente.

Son ya más de tres meses sin estar con él.

Sin un solo beso.

Ni una caricia.

Sin respirar a su lado ni sentirlo cerca.

Sospechaba lo complicadas que eran las relaciones a distancia, pero no imaginaba que fuera tan duro.

Sin embargo, aquello no era todo.

Había más, mucho más, detrás de la tristeza de Paula.

Hace un año y un mes, una tarde de noviembre, en un lugar de la ciudad.

¡No se ha presentado!

¿Ha sido cruel?

Un poco tal vez.

Bueno, para qué engañarse: ha sido muy cruel.

Pero es que al verlo... no le ha gustado nada.

¿Cómo un chico de diecinueve años puede tener esas entradas?

¡Eso no lo mencionó en el chat! ¡Dichosas citas a ciegas! ¡Nunca más quedará con alguien que haya conocido por Internet!

Si es que... ya le vale.

No aprenderá nunca.

Paula se abrocha el botón de arriba de su abrigo y camina deprisa por la calle intentando alejarse lo antes posible de aquel lugar.

Pobre chico.

Quizá debería volver a la cafetería en la que habían quedado.

No, no puede hacerlo.

Sería perder el tiempo.

¡Y está cansada de eso!

¿Con cuántos tíos ha estado últimamente?

Repasa mentalmente: uno, dos, tres, cuatro..., cinco.

Sí, ¡cinco! ¡Qué desastre!

¿Desde cuándo es ella así?

Desde que Alan regresó a Francia y desde que cortó cualquier contacto con Ángel.

Aquella conversación que mantuvieron por teléfono a finales de junio fue lo último que supo del periodista.

Prácticamente, ni se acuerda de él.

Es más: tiene la impresión de que su relación ocurrió hace siglos.

Solo han transcurrido ocho meses.

No es tanto.

¿O sí?

Pasa por delante de un escaparate y se mira a sí misma.

Ha engordado un poco, ¿no? Sí, está claro que pesa cuatro o cinco kilitos más desde que terminó el verano.

Pero sigue estando muy bien.

O eso es lo que todos los tíos le dicen.

Además, de rubia liga más.

Aunque ya se ha cansado de ese color de pelo: pronto volverá a cambiárselo.

¿Morena, morena...? Uf.

No deja de pensar en el chico de las entradas.

Se estará preguntando dónde se ha metido.

Le da lástima.

Ella será como sea, pero continúa teniendo corazón.

Un poco, al menos.

Con tanta tensión le han entrado ganas de fumar.

Nerviosa, saca un paquete de tabaco del bolso.

Coge un cigarro y lo enciende.

Una calada; otra.

Expulsa el humo con vehemencia y se vuelve a mirar en el escaparate.

Es una librería.

¿Cuánto hace que no lee un libro?

No lo recuerda.

¿Desde marzo...?

Hay bastante revuelo en aquel sitio.

No deja de entrar gente.

Siente curiosidad.

Una madre con su hija son las siguientes en pasar a la tienda.

La jovencita lleva un libro bajo el brazo.

Detrás entra una treintañera y luego una pareja de novios.

Después, otra adolescente.

Todos con el mismo ejemplar, del que no sabe el título.

Qué extraño.

¿Estará dentro el autor de ese libro?

—Hola, perdona —le dice a la adolescente, antes de que esta entre en la librería—. ¿Qué es lo que pasa aquí?

La jovencita la mira un poco desconcertada: ¡no se puede creer que no lo sepa! Se echa el pelo hacia un lado y contesta.

—Una firma de libros.

—¿Sí? ¿De quién?

—De Alejandro Oyola.

¿Alejandro Oyola? Ese es...

—¡Álex! —exclama Paula totalmente fuera de sí—.¡Qué tío! ¡Lo ha conseguido!

La chica la observa confusa.

No entiende a qué se refiere.

Se encoge de hombros y entra en la tienda.

Es increíble: ¡Álex ha publicado Tras la pared!

Está nerviosa.

Los recuerdos empiezan a amontonársele.

Le viene a la cabeza aquel juego de los cuadernillos, en el que ella misma colaboró.

Los dos estuvieron un día escondiendo los primeros capítulos del libro por toda la ciudad, en sitios divertidos, curiosos.

Llamando a la puerta del destino.

Nunca había conocido a nadie con tanta imaginación y con una idea tan romántica.

Le gustó mucho.

Demasiado, quizá.

Y ahora sus caminos vuelven a cruzarse.

Pero es que... ¡menuda sorpresa!

No sabe qué hacer.

¿Entra y lo saluda?

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hablaron.

Quizá ni sepa quién es.

Su vida seguro que habrá cambiado por completo.

¡Tiene un libro publicado! ¡Y hasta le han organizado una firma!

¿Qué hace?

Una nueva pareja entra en la librería.

Paula por fin se decide, apaga el cigarro y camina detrás de ellos hacia el interior del establecimiento.

Respira hondo y traga saliva.

¡Qué emoción! ¡Quién le iba a decir a ella que su cita a ciegas finalizaría de esa manera...! ¡Va a volver a ver a Álex!
Gracias a Muffet y a Voldia por sus Firmas.

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