Tras unas montañas alpinas, en un bosque, vivía un joven leñador de nombre Paolo. Vivía solo, sin mujer ni hijos. Se dedicaba a la agricultura y a la ganadería, era pastor. Su huerta era muy importante para las ciudades de alrededor. Si no fuera por su cultivo, esas ciudades italianas no recibirían ni frutas ni verduras. Pero Paolo no era feliz, él, lo que quería era explorar Los Alpes y no podía hacer eso porque le dedicaba todo su tiempo al huerto.
Un día se dijo a sí mismo: << ¡No aguanto ni un día más, me voy, dejo el huerto!>>. Se lo comunicó a los alcaldes de las ciudades de alrededor y estos fueron a verle para hablar con él. Era demasiado tarde, Paolo ya se había ido pero había dejado una nota: <<Me he ido, no volveré, he decidido salir a explorar mundo>>. Los alcaldes ordenaron buscarle.
Cuando Paolo se enteró, aligeró el paso y fue alejándose. El muchacho, muerto de frío, decidió buscar cobijo. Finalmente, encontró una casita, más bien una cabaña, donde lo acogió una joven, guapa moza. Le dio de comer y ropa nueva. Paolo le preguntó:
-Bondadosa jovencita, ¿cómo te llamas?
A lo que la chica le respondió:
-Mi nombre es Mireille, ¿y el vuestro?
-El mío es Paolo, pero, ¿cómo es que vives sola en esta casa, aquí, en medio de Los Alpes?
-Pues…- no dijo nada más, y se quitó el atuendo que la tapaba. Sus alas se desplegaban mientras la envolvía una capa de polvos brillantes.
-¡¿Eres un hada?!- se sobresaltó Paolo.
-Así es, soy un hada, y cumpliré dos deseos tuyos.
-¿Dos deseos míos? ¡Vaya! ¡Qué suerte! Pues mi primer deseo es que dejen de seguirme los aldeanos y mi segundo deseo es que… Sea rico y así no tener que trabajar más de pastor.
Y así, el hada Mireille, hizo cumplir sus deseos… Feliz, Paolo, con los bolsillos llenos de dinero más una bolsa llena también, volvió a su hogar para restregarles lo que había conseguido. Pero cuando llegó, las casas estaban deshabitadas. Paolo se preguntó a sí mismo: <<No he estado fuera tanto tiempo, 2 meses>> Entonces fue al Ayuntamiento, allí estaba el alcalde, que cuando lo vio le dijo:
-¡Paolo! ¿Dónde has estado? Nos has dejado sin verduras, por eso, así está la ciudad, no debiste haberte ido.
-Alcalde, lo siento…
-¿Cómo es que llevas los bolsillos de tu pantalón tan llenos?- preguntó el alcalde.
-Pues… son semillas, para el cultivo.
Paolo dejó el Ayuntamiento corriendo y fue a llamar a Mireille, pero esta no contestó. Paolo lloró y lloró hasta que una voz le susurro: <<Usa el dinero, dinero, dinero…>> Paolo reconoció la voz, era de Mireille. Decidió hacerle caso y compartió el dinero con todos los habitantes de las ciudades. Paolo aprendió que él necesario para el mantenimiento de las ciudades y volvió a trabajar como pastor. Mireille, desde su casa, sonreía.
Un día se dijo a sí mismo: << ¡No aguanto ni un día más, me voy, dejo el huerto!>>. Se lo comunicó a los alcaldes de las ciudades de alrededor y estos fueron a verle para hablar con él. Era demasiado tarde, Paolo ya se había ido pero había dejado una nota: <<Me he ido, no volveré, he decidido salir a explorar mundo>>. Los alcaldes ordenaron buscarle.
Cuando Paolo se enteró, aligeró el paso y fue alejándose. El muchacho, muerto de frío, decidió buscar cobijo. Finalmente, encontró una casita, más bien una cabaña, donde lo acogió una joven, guapa moza. Le dio de comer y ropa nueva. Paolo le preguntó:
-Bondadosa jovencita, ¿cómo te llamas?
A lo que la chica le respondió:
-Mi nombre es Mireille, ¿y el vuestro?
-El mío es Paolo, pero, ¿cómo es que vives sola en esta casa, aquí, en medio de Los Alpes?
-Pues…- no dijo nada más, y se quitó el atuendo que la tapaba. Sus alas se desplegaban mientras la envolvía una capa de polvos brillantes.
-¡¿Eres un hada?!- se sobresaltó Paolo.
-Así es, soy un hada, y cumpliré dos deseos tuyos.
-¿Dos deseos míos? ¡Vaya! ¡Qué suerte! Pues mi primer deseo es que dejen de seguirme los aldeanos y mi segundo deseo es que… Sea rico y así no tener que trabajar más de pastor.
Y así, el hada Mireille, hizo cumplir sus deseos… Feliz, Paolo, con los bolsillos llenos de dinero más una bolsa llena también, volvió a su hogar para restregarles lo que había conseguido. Pero cuando llegó, las casas estaban deshabitadas. Paolo se preguntó a sí mismo: <<No he estado fuera tanto tiempo, 2 meses>> Entonces fue al Ayuntamiento, allí estaba el alcalde, que cuando lo vio le dijo:
-¡Paolo! ¿Dónde has estado? Nos has dejado sin verduras, por eso, así está la ciudad, no debiste haberte ido.
-Alcalde, lo siento…
-¿Cómo es que llevas los bolsillos de tu pantalón tan llenos?- preguntó el alcalde.
-Pues… son semillas, para el cultivo.
Paolo dejó el Ayuntamiento corriendo y fue a llamar a Mireille, pero esta no contestó. Paolo lloró y lloró hasta que una voz le susurro: <<Usa el dinero, dinero, dinero…>> Paolo reconoció la voz, era de Mireille. Decidió hacerle caso y compartió el dinero con todos los habitantes de las ciudades. Paolo aprendió que él necesario para el mantenimiento de las ciudades y volvió a trabajar como pastor. Mireille, desde su casa, sonreía.
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