Épilogo en el prólogo porque mólogo.
Saludos aventurero. Donde se suponía que tendría que escribir un prólogo, mira tú por dónde, no va a ser así. Espero que no sea una decepción para ti, tú que estás leyendo ésto. Estarás pensando «¿Qué sentido tiene poner un epílogo en donde debería estar el prólogo?» Pues bien, yo te lo explico:
La lectura que vas a hacer a continuación, tiene demasiados detalles que pueden hacerla confusa o incluso disparatada. Encima, por si fuese poco, hay muchas partes en las que si lees al desnudo, posiblemente te pierdas. También quería decirte que, las cartas tienen unas fechas en la cabecera de todas ellas y concurren en los mismos días que comencé a escribirlas. Te darás cuenta que me cuesta narrarlas y que he tardado bastante en hacerlas, pero eso no importa.
Lo primero que quiero que sepas, es dónde surgió ésto. Un día cualquiera, estaba hablando con Saso, nuestro líder todopoderoso. Estábamos en el chat charlando sobre lo odioso que puede resultar a veces entrar en el baño de los hombres. Si me pongo a hacer memoria, ya me he encontrado con varias sorpresas y sería menospreciable a ojos de cualquiera narrar algo de ésto sobre semejante tema. Pero aquí ha llegado el faker, el puto amo, a poner su polla sobre la mesa y decir: ¡Ya basta, hora de rajar sobre ésto!
Tanto el Líder y yo somos conscientes que no todos son iguales. Lo que vas a leer no trata de ofender ni mucho menos, incluso si la ofensa se despertase en alguno. Imaginamos también que la falta de civismo y de higiene también ocurre con el baño de las mujeres, pero no nos corresponde a nosotros hablar de estas cosas.
En las historias que podrás leer a continuación, él y yo nos escribimos en forma de cartas. Elegí este “medio” porque hay una obra de Camio José Cela titulada La insólita y gloriosa hazaña del cipote archidonense. Siempre me ha fascinado. En ella, la hipérbole (la exageración de la realidad) predomina en todos sus rincones e incluye un lenguaje muy sobrio y culto para darle más importancia de la que tiene a un caso de escándalo público. Si bien lo que vas a leer aquí no tiene ni la mitad de parecido, insisto y repito; el uso de las cartas como medio para explicar las anécdotas sobre aseos es una inspiración, nada más. Notarás que he distorsionado completamente la realidad en cada una de ellas y he transformado unos “hechos reales” sobre los aseos masculinos en unas cartas muy poco creíbles pero que tienen la intención de sacarte una sonrisa. Una al menos, incluso aunque no te guste cómo está escrito.
¡Hablando de escribir! No se me debe olvidar que te vas a encontrar con un castellano un poco más subidito. «Ey, relájate colega, donde vas tú fablando de esas maneras con las haches por efes». Yo te lo digo, mira: El tema de las cartas es caca-culo-pedo-pis. Podrás anticipar que ésto tiene que ver con lo que te he contado antes de Camilo José. No obstante, las inspiraciones deben quedarse como lo que son y fallaría a mi persona si lo que tratara fuera copiar una obra ajena. En las cartas, hice primero unos escritos en las redactaba de una manera más casual; lamentablemente, quedaban muy simplonas y aquí tratamos de transformar un tema irrelevante en algo superior. Es lo único que encontrarás de parecido.
¡Vaya! Sigo sin explicarte por qué ésto es el epílogo y no el prólogo; o bueno, un prólogo con epílogo para ser más exactos. En los prólogos siempre se introduce al lector por un pasaje que lo mete de lleno en la materia que va a leer, o al menos es el uso que se le da en las novelas; y si has llegado hasta aquí, ¡enhorabuena para mí! Lo conseguí.
Si hay algo que no me gustaría que te pasase cuando leas mis cartas, es que no entendieras lo que te estoy contando, por ello, me gustaría pronunciarme sobre cada una de ellas para que pudiera serte “más cómoda la lectura”. Aquí es donde viene el problema.
¿Cómo evito arruinarte la sorpresa de lo que viene a continuación si te lo cuento ya? Pues bueno, en verdad, ésto iría mejor en el “epílogo”. Ya sabes cómo va ésto de los epílogos, te acabas de leer todo y algunas partes te han resultado pesadas. Vas al final, te doy la turra con lo que significa cada cosa y encima, lo único que he conseguido es que ahora me odies porque he escrito todo como si fuese un pedante. Lejos de mi intención la intención la verdad, es que te aburra y sobre todo, por encima de todo, por encima de los encimas, que no me entiendas. Los escritores (o los que escriben) tienen que hacerse de entender. O se entiende lo que dices o el mensaje entre el autor y el lector se diluye completamente y solo quedan palabras mal apuntadas hacia una dirección confusa.
<<¡No queremos spoilers!>> No te alteres. Hay partes en todas las cartas que tratan asuntos como La Feria de Agricultura de Madrid celebrada allá por la fecha que me da pereza ahora mismo mirar en la carta más abajo; o a veces hablo de Ribó, un alcalde muy simpático que gobierna ahora mismo en el municipio de Valencia y con el que, por cierto, no tengo nada en contra de su persona, aunque lo pueda parecer. Todo ello, forma parte, como ya he dicho, de una realidad que yo he distorsionado para contar una historia. Sin embargo, aún con todo ésto que te he dicho, es poco. Ahora, si me sigues leyendo por aquí, te voy a decir que vayas con pies de plomo. Voy a hacer una “aclaración” sobre las cartas que vienen y te ruego que si buscas mantener el “factor sorpresa” de todas las cartas, te aventures a leerlas y luego, si quieres te pasas por aquí de nuevo si no has entendido algo.
Si eres de los que te da igual el spoiler o te da rabia como escribo; o incluso bien deseas apuñalarme por la espalda, tan solo puedo decirte que eches un vistazo a lo que voy a decir sobre cada una de ellas.
Iré insertando las partes conforme vaya poniendo las cartas. De momento comencemos con la introducción:
La lectura que vas a hacer a continuación, tiene demasiados detalles que pueden hacerla confusa o incluso disparatada. Encima, por si fuese poco, hay muchas partes en las que si lees al desnudo, posiblemente te pierdas. También quería decirte que, las cartas tienen unas fechas en la cabecera de todas ellas y concurren en los mismos días que comencé a escribirlas. Te darás cuenta que me cuesta narrarlas y que he tardado bastante en hacerlas, pero eso no importa.
Lo primero que quiero que sepas, es dónde surgió ésto. Un día cualquiera, estaba hablando con Saso, nuestro líder todopoderoso. Estábamos en el chat charlando sobre lo odioso que puede resultar a veces entrar en el baño de los hombres. Si me pongo a hacer memoria, ya me he encontrado con varias sorpresas y sería menospreciable a ojos de cualquiera narrar algo de ésto sobre semejante tema. Pero aquí ha llegado el faker, el puto amo, a poner su polla sobre la mesa y decir: ¡Ya basta, hora de rajar sobre ésto!
Tanto el Líder y yo somos conscientes que no todos son iguales. Lo que vas a leer no trata de ofender ni mucho menos, incluso si la ofensa se despertase en alguno. Imaginamos también que la falta de civismo y de higiene también ocurre con el baño de las mujeres, pero no nos corresponde a nosotros hablar de estas cosas.
En las historias que podrás leer a continuación, él y yo nos escribimos en forma de cartas. Elegí este “medio” porque hay una obra de Camio José Cela titulada La insólita y gloriosa hazaña del cipote archidonense. Siempre me ha fascinado. En ella, la hipérbole (la exageración de la realidad) predomina en todos sus rincones e incluye un lenguaje muy sobrio y culto para darle más importancia de la que tiene a un caso de escándalo público. Si bien lo que vas a leer aquí no tiene ni la mitad de parecido, insisto y repito; el uso de las cartas como medio para explicar las anécdotas sobre aseos es una inspiración, nada más. Notarás que he distorsionado completamente la realidad en cada una de ellas y he transformado unos “hechos reales” sobre los aseos masculinos en unas cartas muy poco creíbles pero que tienen la intención de sacarte una sonrisa. Una al menos, incluso aunque no te guste cómo está escrito.
¡Hablando de escribir! No se me debe olvidar que te vas a encontrar con un castellano un poco más subidito. «Ey, relájate colega, donde vas tú fablando de esas maneras con las haches por efes». Yo te lo digo, mira: El tema de las cartas es caca-culo-pedo-pis. Podrás anticipar que ésto tiene que ver con lo que te he contado antes de Camilo José. No obstante, las inspiraciones deben quedarse como lo que son y fallaría a mi persona si lo que tratara fuera copiar una obra ajena. En las cartas, hice primero unos escritos en las redactaba de una manera más casual; lamentablemente, quedaban muy simplonas y aquí tratamos de transformar un tema irrelevante en algo superior. Es lo único que encontrarás de parecido.
¡Vaya! Sigo sin explicarte por qué ésto es el epílogo y no el prólogo; o bueno, un prólogo con epílogo para ser más exactos. En los prólogos siempre se introduce al lector por un pasaje que lo mete de lleno en la materia que va a leer, o al menos es el uso que se le da en las novelas; y si has llegado hasta aquí, ¡enhorabuena para mí! Lo conseguí.
Si hay algo que no me gustaría que te pasase cuando leas mis cartas, es que no entendieras lo que te estoy contando, por ello, me gustaría pronunciarme sobre cada una de ellas para que pudiera serte “más cómoda la lectura”. Aquí es donde viene el problema.
¿Cómo evito arruinarte la sorpresa de lo que viene a continuación si te lo cuento ya? Pues bueno, en verdad, ésto iría mejor en el “epílogo”. Ya sabes cómo va ésto de los epílogos, te acabas de leer todo y algunas partes te han resultado pesadas. Vas al final, te doy la turra con lo que significa cada cosa y encima, lo único que he conseguido es que ahora me odies porque he escrito todo como si fuese un pedante. Lejos de mi intención la intención la verdad, es que te aburra y sobre todo, por encima de todo, por encima de los encimas, que no me entiendas. Los escritores (o los que escriben) tienen que hacerse de entender. O se entiende lo que dices o el mensaje entre el autor y el lector se diluye completamente y solo quedan palabras mal apuntadas hacia una dirección confusa.
<<¡No queremos spoilers!>> No te alteres. Hay partes en todas las cartas que tratan asuntos como La Feria de Agricultura de Madrid celebrada allá por la fecha que me da pereza ahora mismo mirar en la carta más abajo; o a veces hablo de Ribó, un alcalde muy simpático que gobierna ahora mismo en el municipio de Valencia y con el que, por cierto, no tengo nada en contra de su persona, aunque lo pueda parecer. Todo ello, forma parte, como ya he dicho, de una realidad que yo he distorsionado para contar una historia. Sin embargo, aún con todo ésto que te he dicho, es poco. Ahora, si me sigues leyendo por aquí, te voy a decir que vayas con pies de plomo. Voy a hacer una “aclaración” sobre las cartas que vienen y te ruego que si buscas mantener el “factor sorpresa” de todas las cartas, te aventures a leerlas y luego, si quieres te pasas por aquí de nuevo si no has entendido algo.
Si eres de los que te da igual el spoiler o te da rabia como escribo; o incluso bien deseas apuñalarme por la espalda, tan solo puedo decirte que eches un vistazo a lo que voy a decir sobre cada una de ellas.
Iré insertando las partes conforme vaya poniendo las cartas. De momento comencemos con la introducción:
Spoiler de la Introducción:
Empieza algo así como: Desde la otra punta del globo, cientos de miles de venezolanos… Piso fuerte el acelerador y desde el comienzo, hago una referencia a quien me animó también a hacer estos escritos, Yurex, y puedes imaginar por el resto de la carta que voy a referirme a otros usuarios, como cuando llego al Manual para mear de Aguesstini, quien es justo con nuestro Líder. Nada más que comentar.
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DESCRIPCIÓN E INSTRUCCIONES DE USO DEL ASEO PÚBLICO MASCULINO.
Sobre la disposición de la hacienda y cómo efectuar el buen regadío en tierras de porcelana.
Son muchas las cartas que han llegado a mí sobre el porqué de no empezar con las historias que aquí contaré sobre los lavabos masculinos y es mucha la ofensa que en mi persona han producido. Desde la otra punta del globo, cientos de miles de venezolanos han clamado con cierta condescendencia alegando que “solamente nos interesan las historietas, putita” o “a quién le importa saber cómo se mea, si eso está claro por todos”; ingleses de Reino Unido, por otra parte, molestos por el uso del castellano inventao y no referirme a ellos como teinómanos; y para colmo, si ésto no era suficiente, hasta el mismísimo Rey de España, me envió una misiva vía Aliexpress en la que ponía en duda la creación y obra que hoy acontece, con tales premisas como: “Soy Rey y por tanto, mear es ilegítimo”. Ya harto cansado, he de anunciarles a todos mis lectores, los motivos que me llevan a la explicación del uso correcto sobre el aseo masculino.
Existe un enser que diferencia, junto a los otros detalles que más tarde analizaremos, al baño de los hombres con el de las mujeres, conocido como Meadero. Este mecanismo es el causante de todas las atrocidades cometidas dentro de un aseo masculino; el monolito al que rinden culto miles de dioses de todas las culturas conocidas y por conocer, convirtiéndolo en un recipiente supraterrenal, de difícil comprensión para el ser humano o mejor dicho, para el hombre. Se ha observado en las cartas que podrán ustedes leer, una serie de acontecimientos en los que mis sospechas hacen pesar la importancia del Meadero como el culpable de todos los males. Es por por este motivo, dada la diferencia circunstancial que supone éste peculiar objeto creado por el mismísimo Satanás, que me dispongo a hacer una descripción exhaustiva sobre la arquitectura e interior de un aseo público:
Cuarto bajero, con techo de escayola o material pocho, siempre malrollero, no más de dos metros y medio en su altura, suma por su anchura y largura según la disposición del lugar a gusto de arquitecto o apretado local. Como medidas mínimas, cabe destacar, son próximas a la tortura del emparedamiento, práctica que por cierto parece poco extendida porque sólo (con acento) se encuentra aquí aún en días presentes. En sus máximas (medidas), más le pareciera a uno cagar en la solitud de los océanos sino en la boca de un cachalote, lleno de heces, orín y olores concupiscentes, provocando la histeria agorafóbica en el meador y sexualizando a parafílicos de las nuevas eras.
Sus paredes, normalmente de azulejos, han de estar salpicadas de algún líquido, requisito indispensable. Si no es así, no podría considerarse un baño de hombres. Podría ser el escupitajo de algún cabrón, un chorro a manguerazo traidor, mas me temo yo que los vertidos pueden ser variados y pasar desde la almendrada mierda de presiones astronómicas hasta líquido amniótico de prematuro parto; incluso podría ser sangre de seres inhabitados que raramente se avistan en la Tierra, como el unicornio o los centauros.
El suelo, de cierto parecido al azulejo antes mencionado, aunque algunas veces porcelánicos y otras graníticos, mojado ha de estar siempre y empastrado por alguna extraña razón. Existen diversas teorías, cuya aceptación es dispar en cada una de ellas.
La más reconocida podría ser en la que diversos científicos del Himalaya, pescadores natos y licenciados en neurocirugía afrodisíaca, aseguran la presencia de limificación en aquellos suelos. A fin de hacer proteger del orina el suelo de los hombres, se recubre con una película gelatinosa, que pasadas las horas, tiene una fuerza adherente de tres mil quinientos kilos, consiguiendo romper suelas de zapatillas en masa y haciendo que el consumo de los zapatos sea más recurrente de lo que cabría. Ni las Chiruca, ni los mocasines revestidos de cuero de búfalo; incluso las botas de hierro macizo pueden resistir la pegajosidad de esta película pasada con premeditación por el suelo.
Si lo que se cuenta pudiera confirmarse, estaríamos hablando de un secreto de multinacionales y zapateros tratando de proteger la mala imagen de los lavabos masculinos, tratándose de una pérfida situación que quisiese por voluntad de malvados acabar con ellos y dar sentido a estas cuestiones planteadas anteriormente, como si el capitalismo los amparase. ¿Quién sabe qué secretos aguardan los Estados Unidos, naciones de Europa y otros territorios con tal de manejar nuestros antojos hacia el consumo imperecedero?
En fin, también ocurre que, entre otras afirmaciones no se descarta que, lo que quizá más simple es a la lógica del mundano pensar, debiera tratarse del parásito conocido como La Tontería, que habita en los cuerpos de hombres y despierta a tiempo inoportuno y sin avisar. Su función es segregar neuropéptidos que afectan directamente a la cognición del macho, haciéndolo más tonto de lo que es ya por defecto y produciendo en la meada el efecto centrífugo de las lavadoras. Ésto causaría una marejada de riachuelos dorados y efluvios de orín por toda la tapa del váter, la cisterna, en incluso si me apuras, se llegarían a mear así mismos, apuntando boca arriba, esgrimiendo un sable de agua contrapicado, catarata ascendente y enjuagándose la cara, quién sabe por qué razón.
Por último, encontramos en el aseo de los hombres el Meadero(en mayúsculas, porque comparte nombre propio como si de una persona se tratase), criatura que ya he nombrado y que causa el estupor y delirios entre los más despistados. Esta colmena se encuentra arraigada desde el centro de la tierra, cuya forma recuerda al sistema nervioso de los homínidos, y se extiende entre todos los servicios públicos de los países, compartiendo núcleo en donde habita su forma original, aunque no se conoce figura ni silueta alguna pero se sospecha que habría de ser como Ygdrassil. Se colocan sus larvas por fontaneros(de quienes pienso que también participan en esta conspiración), en una fila de 1x2 o 3x5 lateral L u 8x13, siendo números de la sucesión de Fibonacci, para dibujar geometrías precisas y no desmoronar el cuerpo de la criatura, creando cierta belleza estructural en ella. Tienen una textura porcelánica(las larvas) y parecen inofensivas, con un diseño acogedor, pero no es sino cuando el hombre se dispone a desenvainar la gomosa fibra, entra en estado catatónico, como si de un derrame cerebral se tratase y mea de manera atolondrada, de forma escopetada, arrítimica, no más de 10 sacudidas y luego expulsa una erupción líquida que estrella con rabia contra todas las baldosas causando las situaciones descritas anteriormente y provocando de nuevo el uso de limificación, materiales baratos, y otras muchas más cosas que no habré comentado. Aunque todo ésto son teorías, claro.
Ahora, siendo conocedores de estas situaciones, entenderéis que era preciso analizar la conspiración entre zapateros, fontaneros, Estados políticos, capitalismo e incluso seres de otros planetas.
Así pues, algo me inquieta desde las profundidades de mi pensamiento y eludiría mis responsabilidades si diese por sentado que la gente sabe cómo un hombre mea. Por un lado, soy conocedor de las intrigas que supone hacer pis cuando se carece de miembro viril. Las mujeres, ángeles sobre la Tierra, no tienen que sufrir tales miserias. Por otro lado, habiendo sido testigo de la apresurada y loca manera de usar el pene en los cuartos de baño, mucho me temo que hasta una mujer, un delfín o incluso una piedra de compañía podría atinar mejor en la zona acuosa que se encuentra en el centro justo de la taza del váter. No se confunda con la tapa, por favor. Aquí añado un fragmento del conocido “Manuali di Mearini per a homines” de Aguesstini il Rex dil Chisti traducido al castellano para quienes desconozcan o no hayan tenido instrucción sobre ésto a lo largo de sus vidas.
“Mear es muy sencillo –decía su manual–. Diríjase directo al váter. Una vez aquí, manténgase de pie e inclínese en un ángulo suficiente como para levantar las dos tapas con las manos. Una de ellas sirve para cubrir los desperdicios del organismo que puedan efectuarse en forma líquida y la otra para no caerse por el agujero y perderse por el desagüe. Levante las dos tapas si procede a la micción. Si va a evacuar, meta los pies en la zona de agua y póngase de cunclillas, dirigiendo la mirada a la pared y apuntando hacia alguna persona que pase despistada por detrás suya. Presione el esfínter con muchísima fuerza cuando lo haga y acierte a su objetivo para ganar el premio.
En lo que respecta a orinar, si ha levantado las dos tapas como se le requiere, usted debería de ser capaz de maniobrar el movimiento oportuno para desenfundar, bien por la bragueta o con el pantalón bajado, su tan preciado órgano sexual. En caso de que no pueda o no sepa, colóquese en decúbito lateral, pase a posición fetal y empiece a llorar; algún parroquiano de los váteres o el trabajador que limpie le asistirá.
Si ha conseguido desabrochar la bragueta sin generar el caos o activar alguna bomba nuclear, una vez tenga fuera todo el bajo, restaría apuntar hacia el agujero de las mil delicias por el que tan bien vaciamos nuestros esfínteres y vejigas. Si usted desconoce cómo acertar porque está bajo influencia psicónica del Meadero o simplemente es idiota, podría sugerirle inscribirse a clases de tiro con arco o incluso replantearse la existencia.
Aposentada su necesidad grácil y bella cual sinuoso pétalo cae con el apogeo de la primavera japonesa, simplemente estire de la cadena, si es de estirar, o aprete al botón que hace al efecto la acción de esconder nuestras mierdas y meadas en el fondo del mar. Miles de peces ahogados en nuestras heces y un mar de verde riñonada, aunque ésto no es lo que nos importa.”
Pues bien, sin más dilación, ahora procederé a ilustraros con las ya tan esperadas historietas, que son acogidas en forma de misiva entre yo y mi amigo Álex Andrade, o Androide, quien con mucho gusto nos acompañará en esta atrevida revolución contra todas las cosas dichas.
Existe un enser que diferencia, junto a los otros detalles que más tarde analizaremos, al baño de los hombres con el de las mujeres, conocido como Meadero. Este mecanismo es el causante de todas las atrocidades cometidas dentro de un aseo masculino; el monolito al que rinden culto miles de dioses de todas las culturas conocidas y por conocer, convirtiéndolo en un recipiente supraterrenal, de difícil comprensión para el ser humano o mejor dicho, para el hombre. Se ha observado en las cartas que podrán ustedes leer, una serie de acontecimientos en los que mis sospechas hacen pesar la importancia del Meadero como el culpable de todos los males. Es por por este motivo, dada la diferencia circunstancial que supone éste peculiar objeto creado por el mismísimo Satanás, que me dispongo a hacer una descripción exhaustiva sobre la arquitectura e interior de un aseo público:
Cuarto bajero, con techo de escayola o material pocho, siempre malrollero, no más de dos metros y medio en su altura, suma por su anchura y largura según la disposición del lugar a gusto de arquitecto o apretado local. Como medidas mínimas, cabe destacar, son próximas a la tortura del emparedamiento, práctica que por cierto parece poco extendida porque sólo (con acento) se encuentra aquí aún en días presentes. En sus máximas (medidas), más le pareciera a uno cagar en la solitud de los océanos sino en la boca de un cachalote, lleno de heces, orín y olores concupiscentes, provocando la histeria agorafóbica en el meador y sexualizando a parafílicos de las nuevas eras.
Sus paredes, normalmente de azulejos, han de estar salpicadas de algún líquido, requisito indispensable. Si no es así, no podría considerarse un baño de hombres. Podría ser el escupitajo de algún cabrón, un chorro a manguerazo traidor, mas me temo yo que los vertidos pueden ser variados y pasar desde la almendrada mierda de presiones astronómicas hasta líquido amniótico de prematuro parto; incluso podría ser sangre de seres inhabitados que raramente se avistan en la Tierra, como el unicornio o los centauros.
El suelo, de cierto parecido al azulejo antes mencionado, aunque algunas veces porcelánicos y otras graníticos, mojado ha de estar siempre y empastrado por alguna extraña razón. Existen diversas teorías, cuya aceptación es dispar en cada una de ellas.
La más reconocida podría ser en la que diversos científicos del Himalaya, pescadores natos y licenciados en neurocirugía afrodisíaca, aseguran la presencia de limificación en aquellos suelos. A fin de hacer proteger del orina el suelo de los hombres, se recubre con una película gelatinosa, que pasadas las horas, tiene una fuerza adherente de tres mil quinientos kilos, consiguiendo romper suelas de zapatillas en masa y haciendo que el consumo de los zapatos sea más recurrente de lo que cabría. Ni las Chiruca, ni los mocasines revestidos de cuero de búfalo; incluso las botas de hierro macizo pueden resistir la pegajosidad de esta película pasada con premeditación por el suelo.
Si lo que se cuenta pudiera confirmarse, estaríamos hablando de un secreto de multinacionales y zapateros tratando de proteger la mala imagen de los lavabos masculinos, tratándose de una pérfida situación que quisiese por voluntad de malvados acabar con ellos y dar sentido a estas cuestiones planteadas anteriormente, como si el capitalismo los amparase. ¿Quién sabe qué secretos aguardan los Estados Unidos, naciones de Europa y otros territorios con tal de manejar nuestros antojos hacia el consumo imperecedero?
En fin, también ocurre que, entre otras afirmaciones no se descarta que, lo que quizá más simple es a la lógica del mundano pensar, debiera tratarse del parásito conocido como La Tontería, que habita en los cuerpos de hombres y despierta a tiempo inoportuno y sin avisar. Su función es segregar neuropéptidos que afectan directamente a la cognición del macho, haciéndolo más tonto de lo que es ya por defecto y produciendo en la meada el efecto centrífugo de las lavadoras. Ésto causaría una marejada de riachuelos dorados y efluvios de orín por toda la tapa del váter, la cisterna, en incluso si me apuras, se llegarían a mear así mismos, apuntando boca arriba, esgrimiendo un sable de agua contrapicado, catarata ascendente y enjuagándose la cara, quién sabe por qué razón.
Por último, encontramos en el aseo de los hombres el Meadero(en mayúsculas, porque comparte nombre propio como si de una persona se tratase), criatura que ya he nombrado y que causa el estupor y delirios entre los más despistados. Esta colmena se encuentra arraigada desde el centro de la tierra, cuya forma recuerda al sistema nervioso de los homínidos, y se extiende entre todos los servicios públicos de los países, compartiendo núcleo en donde habita su forma original, aunque no se conoce figura ni silueta alguna pero se sospecha que habría de ser como Ygdrassil. Se colocan sus larvas por fontaneros(de quienes pienso que también participan en esta conspiración), en una fila de 1x2 o 3x5 lateral L u 8x13, siendo números de la sucesión de Fibonacci, para dibujar geometrías precisas y no desmoronar el cuerpo de la criatura, creando cierta belleza estructural en ella. Tienen una textura porcelánica(las larvas) y parecen inofensivas, con un diseño acogedor, pero no es sino cuando el hombre se dispone a desenvainar la gomosa fibra, entra en estado catatónico, como si de un derrame cerebral se tratase y mea de manera atolondrada, de forma escopetada, arrítimica, no más de 10 sacudidas y luego expulsa una erupción líquida que estrella con rabia contra todas las baldosas causando las situaciones descritas anteriormente y provocando de nuevo el uso de limificación, materiales baratos, y otras muchas más cosas que no habré comentado. Aunque todo ésto son teorías, claro.
Ahora, siendo conocedores de estas situaciones, entenderéis que era preciso analizar la conspiración entre zapateros, fontaneros, Estados políticos, capitalismo e incluso seres de otros planetas.
Así pues, algo me inquieta desde las profundidades de mi pensamiento y eludiría mis responsabilidades si diese por sentado que la gente sabe cómo un hombre mea. Por un lado, soy conocedor de las intrigas que supone hacer pis cuando se carece de miembro viril. Las mujeres, ángeles sobre la Tierra, no tienen que sufrir tales miserias. Por otro lado, habiendo sido testigo de la apresurada y loca manera de usar el pene en los cuartos de baño, mucho me temo que hasta una mujer, un delfín o incluso una piedra de compañía podría atinar mejor en la zona acuosa que se encuentra en el centro justo de la taza del váter. No se confunda con la tapa, por favor. Aquí añado un fragmento del conocido “Manuali di Mearini per a homines” de Aguesstini il Rex dil Chisti traducido al castellano para quienes desconozcan o no hayan tenido instrucción sobre ésto a lo largo de sus vidas.
“Mear es muy sencillo –decía su manual–. Diríjase directo al váter. Una vez aquí, manténgase de pie e inclínese en un ángulo suficiente como para levantar las dos tapas con las manos. Una de ellas sirve para cubrir los desperdicios del organismo que puedan efectuarse en forma líquida y la otra para no caerse por el agujero y perderse por el desagüe. Levante las dos tapas si procede a la micción. Si va a evacuar, meta los pies en la zona de agua y póngase de cunclillas, dirigiendo la mirada a la pared y apuntando hacia alguna persona que pase despistada por detrás suya. Presione el esfínter con muchísima fuerza cuando lo haga y acierte a su objetivo para ganar el premio.
En lo que respecta a orinar, si ha levantado las dos tapas como se le requiere, usted debería de ser capaz de maniobrar el movimiento oportuno para desenfundar, bien por la bragueta o con el pantalón bajado, su tan preciado órgano sexual. En caso de que no pueda o no sepa, colóquese en decúbito lateral, pase a posición fetal y empiece a llorar; algún parroquiano de los váteres o el trabajador que limpie le asistirá.
Si ha conseguido desabrochar la bragueta sin generar el caos o activar alguna bomba nuclear, una vez tenga fuera todo el bajo, restaría apuntar hacia el agujero de las mil delicias por el que tan bien vaciamos nuestros esfínteres y vejigas. Si usted desconoce cómo acertar porque está bajo influencia psicónica del Meadero o simplemente es idiota, podría sugerirle inscribirse a clases de tiro con arco o incluso replantearse la existencia.
Aposentada su necesidad grácil y bella cual sinuoso pétalo cae con el apogeo de la primavera japonesa, simplemente estire de la cadena, si es de estirar, o aprete al botón que hace al efecto la acción de esconder nuestras mierdas y meadas en el fondo del mar. Miles de peces ahogados en nuestras heces y un mar de verde riñonada, aunque ésto no es lo que nos importa.”
Pues bien, sin más dilación, ahora procederé a ilustraros con las ya tan esperadas historietas, que son acogidas en forma de misiva entre yo y mi amigo Álex Andrade, o Androide, quien con mucho gusto nos acompañará en esta atrevida revolución contra todas las cosas dichas.
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La mierda jupiterina.
De lo que contó un amigo sobre la ofensa astronómica de los váteres y la posible conspiración a su amigo Álex.
La mierda jupiterina.
De lo que contó un amigo sobre la ofensa astronómica de los váteres y la posible conspiración a su amigo Álex.
A 7 de Agosto de 2020, para mi querido Álex Androide
Estimado buen amigo,
Hará mucho tiempo que no me dirijo a ti. Mis más sinceras disculpas. Entre ausencias, ni el trabajo ni los quehaceres cotidianos han dejado lugar para mis escritos hasta el día de hoy, en donde me resolveré ante ti con unas cuestiones y un hecho que me dejó tanto perturbado ayer.
Estoy seguro que aún recuerdas el día en que nos reunimos en Valladolid. No he dejado de pensar en ello ni un solo instante. Si bien no es el objeto principal de la carta, constataré con detalles todo lo que pueda contribuir a la precisión del enigma que plantearé en posterior narración. De este modo, eludiremos posibles malentendidos tanto por nosotros como para los posibles lectores que pudieren leer lo que acontecerá en las siguientes líneas. Relataré, pues, lo que sucedió aquel día 20 de Enero de 2019, tiempos previos a la pandemia:
Eran las siete de la tarde y planeábamos tenernos en la mejor fiesta de nuestras infructuosas vidas. No sabíamos muy bien adonde ir, así que preguntamos a nuestra amiga Laura. Ella sabía muy bien qué recomendarnos, porque decía que nuestros conocidos gustos por la dendrofilia[sup]1[/sup] solo tenían lugar en las tiendas para veganos; pero nos delegó por el amigo de un amigo el consejo y nos eligió un lugar que dijo, con palabras textuales: “Jamás olvidaríamos”.
Nos dio un folleto en el que salían dos hombres dándose cariño y tan rápido como supimos que nosotros también éramos hombres y necesitábamos cariño, fuimos allá. Al fondo de la Calle El Papá, en el bar Nunca digo No, varios seguratas de extrema musculosidad, fornidos y algo coquetos se encontraban en la puerta esperando a la entrada de la testosterona. Nuestro aspecto pusilánime y algo pajero nos delataba, pero al final, bien por pena o concordia nos dejaron pasar, aunque desconozco si era para aprovecharse de nuestra inocencia. Mientras nos acompañaban por el pasillo entre murmullos y risitas, había una sala oscura en cuyo espacio abundaban ciertas disposiciones lúdicas, y por un momento pensé que entre las luces de neón, las esculturas grecorromanas y el látex de castigadores sadomasoquistas debíamos estar en alguna especie de pub de estética Vaporwave o que rememorase la nostalgia de los años 80.
En algunas paredes, unas setas alargadas afloraban algo tímidas esperando a ser tapadas por alguna razón. Unos desconocidos asistían a recolectarlas, no sin antes estudiando el entorno y seleccionándolas con lujo o con lujuria, ya no sé qué palabra elegir. Primero, se arrodillaban hacia ellas e inhalaban con una gran aspiración el aroma que desprendían. Luego, pasaban a realizar una cata colectiva entre unos y otros, palpando con diferentes lenguas todas y cada una de las notas afrutadas, avainilladas y de nuez moscada. Cuando conseguían meterse en la boca toda la seta desde su cabeza hasta el tronco, procedían a mover con varios vaivenes sus cabezas, a fin de apreciar el principio y el fin, sin separar en ningún momento la boca. Se les notaba que ponían esfuerzo en la cata. Cuando se cansaba un juez, el otro se ponía a repetir los mismos pasos. Finalmente, las mejores supuraban una viscosidad melífera, en la boca de los catadores o no, y al ocurrir ésto, siempre se acompañaba con un estallido ronco y potente a la par que una gran exhalación honda. Los ecos del lugar del amplio espacio se entremezclaban al conseguir la hazaña y el concurso de micología[sup]2[/sup] no parecía aminorar conforme entrábamos, sino que salían más y más setas, aunque ya no lo pudimos ver.
Caminamos a la zona de bar e hice un barrido de izquierda a derecha con la cabeza, tratando de recordar todos los detalles de la sala principal. En la sala más oscura y alejada de la barra, la burundanga, las toneladas de popper y profilácticos se situaban como el Everest se sitúa entre las montañas de su cordillera. Papá Oso obligaba a usar todo lo que había en las mesas, ya que si no era así, a los más despistados les esperaba un castigo de chicos muy malos. Se nos invitó a entrar en aquella zona VIP gratuitamente, pero dejamos pasar la oportunidad; al fin y al cabo las experiencias fuertes no eran nuestro rollo.
Lejos de perpetrar allí, nos sentamos en la barra que había en la zona de baile y el barman se acercó a invitarnos a unas copas. Era un hombre encorbado, cuya vestimenta era la clásica en su oficio; una camisa blanca, arropada por un chalequillo de algodón fino y engarzado el cuello con su pajarita negra, junto a un pantalón de gala negro sin grandes adornos y mocasines de lustroso cuero. Le rodeaba en la muñeca un Patek Philippe Grandmaster Chime, o eso decía. Hacía juego con su cara, porque tan cara como su sonrisa, oro blanco que ilumina soles, no había ninguna. Se dirigió a prepararnos una de sus especialidades.
–¡Calmará vuestros tormentos! –aseguró muy convencido.
Sorprendidos por su presencia, la postura chepuda que adoptaba en su trabajo y los golpes nacarados que pulían el hielo, eran vestigio de años de trabajo en el arte del cóctel. Espolvoreaba miguitas mágicas, secreto milenario de su familia, precisaba el muy buen hombre, y por lo que pude adivinar eran virutas de limón con un toque de sal refinada para nada sospechosa. Todo ésto, claro, entremezclando una selecta combinación de bebidas. Por ser la primera vez, nos azuzó a beber con la apreciación de un sumillier gratuitamente y sus bebidas las presentaba con tanta belleza que transportaban en gusto y vista hacia un entramado galáctico en donde las estrellas más preciosas nacían e iluminaban el camino de los humanos en los días más oscuros.
Pasando los ratos, cuando arribaron más personas en horas del contubernio del amor, decidimos acabar saliendo de aquel lugar de gente de mente ahumada, no sin antes recordando el aseo, porque admito que íbamos algo apurados después de tanta bebida. Tratamos de esquivar el tumulto de personas que se arremolinaba en torno al final del aseo. Allí, un hombre vestido de enfermera y con los pantalones bajados estaba arrodillado en L, postura de lumbagos, con una cara algo espantosa, como si fuese a perder el conocimiento entre gemidos y grandes vociferios. Mientras tanto, le acompañaba un señor bigotudo, desnudo y embadurnado en aceites florales y le asistía con la maniobra de Heimlich, para poder, por supuesto, ayudar al afectado a expulsar el alimento que debió haber ingerido. Nunca antes había visto a alguien hacer la maniobra con tanta animosidad. Imagino que al final todo debió salir bien; al salir del se encontraba el flaco recuperando el aliento y con los ojos en blanco, aunque parecía de placer. Estaría cogiendo aliento.
Es aquí donde tenemos que pararnos y el hecho que me lleva a escribir toda la carta. Mi mear es discreto, y no fui yo quien pude vaciarme con el recuerdo de aquellos señores. Creo que nos metimos en un día de fiesta de disfraces. Al entrar en el aseo, supuse mal al ver como hiciste alarde de tu valentía y orinaste entre todos aquellos hombres. Fue al depositar el mal de riñones, cuando algo se torció en aquella noche.
Yo me salí rápido y aguanté como pude, porque no me sentí muy cómodo y fue al cuarto de hora cuando tu cara se desencajaba y como si algo te obligase a cometer locuras. De pronto, estabas eufórico, como jamás te había visto y al salir a la calle comenzaste a pregonar a diestro y siniestro sobre el estado de tus almorranas (de las que no tenía conocimiento) a todo el que pasaba por ella.
–¡Son gigantes, miradlas! –decías excitado.
No es común en nadie, y ni la embriaguez ni la hilarante consecuencia de humillación autoprovocada podrían justificar tan extraña reacción. Jamás te imaginé buscando un médico entre personas, con los ojos desorbitados y las pupilas en júbilo, enseñando el recto a todo el que pasase a fin de encontrar la pomada mágica que, efectivamente, pudieran curarlas.
–¡Miradme todos, necesito ayuda por favor, ayuda!– clamabas al cielo.
Como si ello fuese a ayudar en algo. Tuve que alejarte tan pronto como pude del espacio público y ponerte a salvo a todos los efectos.
Imagino que si has llegado aquí, sabrás de sobra que nada de ésto es verdad y que me lo he inventado todo; sin embargo, si cierras los ojos muy muy fuertemente y pides un deseo al Hado Guadalupe, podremos seguir indagando en el misterio que provocó en ti esta reacción totalmente innecesaria.
En donde tu pesadumbre comenzaba, la pérdida de tus vergüenzas y el mal atino en el váter cuando yo sospeché que algo “paranormal” sucedía al entrar en aquel aseo. Anticipé que cierto trance se te enturbiaba poco a poco al entrar en aquel lecho de mala muerte. No le di importancia, pero supe que algo estaba sucediendo y me atrevo a decir con toda seguridad que no fue ni el cóctel adulterado con metanfetamina ni las otras bebidas espirituosas lo que hizo que acabases en tan mal estado. Álex, podemos afirmar con total seguridad, que fuiste cómplice de una gran conspiración que aún hoy acecha tras las sombras del anonimato y que busca el fin de los hombres. Permíteme explicar qué me ha llevado a tal conclusión con esta última anécdota que paso a relatarte:
Ayer me topé con el Extraño. Casi meado estaba encima de mi mismo cuando encontré la única salida; el aseo público situado en el Centro Fnac. Subí las pocas escaleras que se encuentran en el pasillo. Al entrar, un ráfaga de hedor pestilente y abrumador llegaba hasta mi pituitaria y si no hubiese sido por el aprieto, rápido habría salido yo de aquél lugar. Conforme penetraba en aquel espacio invocado por la lengua de Yaldabaoth, juraría que las baldosas que recubrían el aspecto inerte temblaban con pánico y poco a poco, conforme más ahondaba, se resquebrajaban y se retorcían con dolor.
Encontré entre dos y cuatro hombres allí, como si nada pasase. Estaban cara a la pared, en el Meadero, con la polla al aire y la cara perdida pero sin mear; sus ojos apuntaban al techo y debía ser Dios y la Patria Española quien estaba ahí porque ya sabemos que Arriba España. Parecía una catarsis sin fin y me resultó significativo ver cómo toleraban el olor insufrible y no hacían gesto ninguno de moverse más que el de quedarse ahí mirando pasmados la nada.
Me dirigí hacia los váteres, ignorando los hechos anteriores y, ya en el pasillo, entre las cinco puertas que se encontraban, habían cuatro que estaban atascadas y sólo una se encontraba entreabierta. Surgía de ésta última un vendaval a metano y golpeaba con tanta fuerza la madera que la puerta se balanceaba como una mecedora. Intenté evitar a toda costa esta última, me revolví sobre mis adentros y traté de forzar las cerraduras sin éxito. Cuando ya no pude aguantar más, mi cuerpo estaba incendiado con el fuego del temor y dudé entre dos y tres veces entrar allí, caminando atrás y adelante como un tonto. Era entrar u orinarme encima. Al final me decanté por la peor opción.
Al abrir la puerta, la madera rechinó y algunas fibras de madera explotaban conforme lo hacía. Miré de lleno hacia donde debería de haber un inodoro y “un cuerpo” se aposentaba sobre la tapa:
Callado, sobre su boca mortecina en blanco porcelánico y salpicada con el trueno de las entrañas por el mayor de los hijos de puta, se encontraba El Extraño. Aquél ser pisciforme había tomado un rostro híbrido entre el pez espada y ser humano, pues me fulminó con unos ojos descompuestos de una manera tan brutal que tuve que correr despavorido. Mientras me apuntaba con una nariz tan larga como las pollas de la poesía Roldanesca, trató de ensartarme por el medio. Suerte para mí, que se movía demasiado lenta aquella cosa.
Cuando El Extraño trató alcanzarme chorreba un caldo parecido al puré que hacía mi abuela y dejó a su paso un reguero de líquido gris, pestilente y fétido pero del que desconozco más detalles. La mierda era más grande que la distancia entre Andromeda y la Vía Láctea y si hubiese tenido fuerzas para perseguirme, posiblemente hubiese muerto en el instante, como si un sol me hubiese tocado a escasos metros de distancia. Las proporciones jupiterinas hacían de la criatura un injusto ser que jamás hombre alguno debería de haber creado (y menos de su ano). Aposentada en el váter, con un estado de vigilia, imagino que enturbié su plácido sueño, como aquellos caballeros que buscaban en las novelas de fantasía el gran tesoro de los dragones; solo que aquí no había mayor tesoro que el mear. Rápido supe, como bien sabes, que tenía que escapar de aquél lugar de sectarios de la caca y pude conseguirlo.
Todo ello, en resumen, me hace pensar que no es una mera coincidencia. Aquellos hombres estaban demasiado dispersos como para no sentir lo que yo en aquel día y El Extraño no dudo en ningún momento en tratarles como a aliados. Me escapé por suerte, pero no quiero que este tema quede indemne, porque las injusticias hay que castigarlas sea como sea.
Estaré, pues, a la espera de tu respuesta. Espero que con todo ésto hayas sacado conclusiones y que de alguna forma, podamos descubrir juntos qué demonios puede estar sucediendo en los aseos.
Tu amigo David
1“Dendro” viene del griego y significa “árbol” mientras que las “filias” significan “gusto por algo”. También vale para definir a aquella persona que se frota con las cortezas de los árboles o mide sus energías con péndulos en medio de un bosque.
2La micología es el campo en el que se estudian las setas, los hongos y las pollas.
Hará mucho tiempo que no me dirijo a ti. Mis más sinceras disculpas. Entre ausencias, ni el trabajo ni los quehaceres cotidianos han dejado lugar para mis escritos hasta el día de hoy, en donde me resolveré ante ti con unas cuestiones y un hecho que me dejó tanto perturbado ayer.
Estoy seguro que aún recuerdas el día en que nos reunimos en Valladolid. No he dejado de pensar en ello ni un solo instante. Si bien no es el objeto principal de la carta, constataré con detalles todo lo que pueda contribuir a la precisión del enigma que plantearé en posterior narración. De este modo, eludiremos posibles malentendidos tanto por nosotros como para los posibles lectores que pudieren leer lo que acontecerá en las siguientes líneas. Relataré, pues, lo que sucedió aquel día 20 de Enero de 2019, tiempos previos a la pandemia:
Eran las siete de la tarde y planeábamos tenernos en la mejor fiesta de nuestras infructuosas vidas. No sabíamos muy bien adonde ir, así que preguntamos a nuestra amiga Laura. Ella sabía muy bien qué recomendarnos, porque decía que nuestros conocidos gustos por la dendrofilia[sup]1[/sup] solo tenían lugar en las tiendas para veganos; pero nos delegó por el amigo de un amigo el consejo y nos eligió un lugar que dijo, con palabras textuales: “Jamás olvidaríamos”.
Nos dio un folleto en el que salían dos hombres dándose cariño y tan rápido como supimos que nosotros también éramos hombres y necesitábamos cariño, fuimos allá. Al fondo de la Calle El Papá, en el bar Nunca digo No, varios seguratas de extrema musculosidad, fornidos y algo coquetos se encontraban en la puerta esperando a la entrada de la testosterona. Nuestro aspecto pusilánime y algo pajero nos delataba, pero al final, bien por pena o concordia nos dejaron pasar, aunque desconozco si era para aprovecharse de nuestra inocencia. Mientras nos acompañaban por el pasillo entre murmullos y risitas, había una sala oscura en cuyo espacio abundaban ciertas disposiciones lúdicas, y por un momento pensé que entre las luces de neón, las esculturas grecorromanas y el látex de castigadores sadomasoquistas debíamos estar en alguna especie de pub de estética Vaporwave o que rememorase la nostalgia de los años 80.
En algunas paredes, unas setas alargadas afloraban algo tímidas esperando a ser tapadas por alguna razón. Unos desconocidos asistían a recolectarlas, no sin antes estudiando el entorno y seleccionándolas con lujo o con lujuria, ya no sé qué palabra elegir. Primero, se arrodillaban hacia ellas e inhalaban con una gran aspiración el aroma que desprendían. Luego, pasaban a realizar una cata colectiva entre unos y otros, palpando con diferentes lenguas todas y cada una de las notas afrutadas, avainilladas y de nuez moscada. Cuando conseguían meterse en la boca toda la seta desde su cabeza hasta el tronco, procedían a mover con varios vaivenes sus cabezas, a fin de apreciar el principio y el fin, sin separar en ningún momento la boca. Se les notaba que ponían esfuerzo en la cata. Cuando se cansaba un juez, el otro se ponía a repetir los mismos pasos. Finalmente, las mejores supuraban una viscosidad melífera, en la boca de los catadores o no, y al ocurrir ésto, siempre se acompañaba con un estallido ronco y potente a la par que una gran exhalación honda. Los ecos del lugar del amplio espacio se entremezclaban al conseguir la hazaña y el concurso de micología[sup]2[/sup] no parecía aminorar conforme entrábamos, sino que salían más y más setas, aunque ya no lo pudimos ver.
Caminamos a la zona de bar e hice un barrido de izquierda a derecha con la cabeza, tratando de recordar todos los detalles de la sala principal. En la sala más oscura y alejada de la barra, la burundanga, las toneladas de popper y profilácticos se situaban como el Everest se sitúa entre las montañas de su cordillera. Papá Oso obligaba a usar todo lo que había en las mesas, ya que si no era así, a los más despistados les esperaba un castigo de chicos muy malos. Se nos invitó a entrar en aquella zona VIP gratuitamente, pero dejamos pasar la oportunidad; al fin y al cabo las experiencias fuertes no eran nuestro rollo.
Lejos de perpetrar allí, nos sentamos en la barra que había en la zona de baile y el barman se acercó a invitarnos a unas copas. Era un hombre encorbado, cuya vestimenta era la clásica en su oficio; una camisa blanca, arropada por un chalequillo de algodón fino y engarzado el cuello con su pajarita negra, junto a un pantalón de gala negro sin grandes adornos y mocasines de lustroso cuero. Le rodeaba en la muñeca un Patek Philippe Grandmaster Chime, o eso decía. Hacía juego con su cara, porque tan cara como su sonrisa, oro blanco que ilumina soles, no había ninguna. Se dirigió a prepararnos una de sus especialidades.
–¡Calmará vuestros tormentos! –aseguró muy convencido.
Sorprendidos por su presencia, la postura chepuda que adoptaba en su trabajo y los golpes nacarados que pulían el hielo, eran vestigio de años de trabajo en el arte del cóctel. Espolvoreaba miguitas mágicas, secreto milenario de su familia, precisaba el muy buen hombre, y por lo que pude adivinar eran virutas de limón con un toque de sal refinada para nada sospechosa. Todo ésto, claro, entremezclando una selecta combinación de bebidas. Por ser la primera vez, nos azuzó a beber con la apreciación de un sumillier gratuitamente y sus bebidas las presentaba con tanta belleza que transportaban en gusto y vista hacia un entramado galáctico en donde las estrellas más preciosas nacían e iluminaban el camino de los humanos en los días más oscuros.
Pasando los ratos, cuando arribaron más personas en horas del contubernio del amor, decidimos acabar saliendo de aquel lugar de gente de mente ahumada, no sin antes recordando el aseo, porque admito que íbamos algo apurados después de tanta bebida. Tratamos de esquivar el tumulto de personas que se arremolinaba en torno al final del aseo. Allí, un hombre vestido de enfermera y con los pantalones bajados estaba arrodillado en L, postura de lumbagos, con una cara algo espantosa, como si fuese a perder el conocimiento entre gemidos y grandes vociferios. Mientras tanto, le acompañaba un señor bigotudo, desnudo y embadurnado en aceites florales y le asistía con la maniobra de Heimlich, para poder, por supuesto, ayudar al afectado a expulsar el alimento que debió haber ingerido. Nunca antes había visto a alguien hacer la maniobra con tanta animosidad. Imagino que al final todo debió salir bien; al salir del se encontraba el flaco recuperando el aliento y con los ojos en blanco, aunque parecía de placer. Estaría cogiendo aliento.
Es aquí donde tenemos que pararnos y el hecho que me lleva a escribir toda la carta. Mi mear es discreto, y no fui yo quien pude vaciarme con el recuerdo de aquellos señores. Creo que nos metimos en un día de fiesta de disfraces. Al entrar en el aseo, supuse mal al ver como hiciste alarde de tu valentía y orinaste entre todos aquellos hombres. Fue al depositar el mal de riñones, cuando algo se torció en aquella noche.
Yo me salí rápido y aguanté como pude, porque no me sentí muy cómodo y fue al cuarto de hora cuando tu cara se desencajaba y como si algo te obligase a cometer locuras. De pronto, estabas eufórico, como jamás te había visto y al salir a la calle comenzaste a pregonar a diestro y siniestro sobre el estado de tus almorranas (de las que no tenía conocimiento) a todo el que pasaba por ella.
–¡Son gigantes, miradlas! –decías excitado.
No es común en nadie, y ni la embriaguez ni la hilarante consecuencia de humillación autoprovocada podrían justificar tan extraña reacción. Jamás te imaginé buscando un médico entre personas, con los ojos desorbitados y las pupilas en júbilo, enseñando el recto a todo el que pasase a fin de encontrar la pomada mágica que, efectivamente, pudieran curarlas.
–¡Miradme todos, necesito ayuda por favor, ayuda!– clamabas al cielo.
Como si ello fuese a ayudar en algo. Tuve que alejarte tan pronto como pude del espacio público y ponerte a salvo a todos los efectos.
Imagino que si has llegado aquí, sabrás de sobra que nada de ésto es verdad y que me lo he inventado todo; sin embargo, si cierras los ojos muy muy fuertemente y pides un deseo al Hado Guadalupe, podremos seguir indagando en el misterio que provocó en ti esta reacción totalmente innecesaria.
En donde tu pesadumbre comenzaba, la pérdida de tus vergüenzas y el mal atino en el váter cuando yo sospeché que algo “paranormal” sucedía al entrar en aquel aseo. Anticipé que cierto trance se te enturbiaba poco a poco al entrar en aquel lecho de mala muerte. No le di importancia, pero supe que algo estaba sucediendo y me atrevo a decir con toda seguridad que no fue ni el cóctel adulterado con metanfetamina ni las otras bebidas espirituosas lo que hizo que acabases en tan mal estado. Álex, podemos afirmar con total seguridad, que fuiste cómplice de una gran conspiración que aún hoy acecha tras las sombras del anonimato y que busca el fin de los hombres. Permíteme explicar qué me ha llevado a tal conclusión con esta última anécdota que paso a relatarte:
Ayer me topé con el Extraño. Casi meado estaba encima de mi mismo cuando encontré la única salida; el aseo público situado en el Centro Fnac. Subí las pocas escaleras que se encuentran en el pasillo. Al entrar, un ráfaga de hedor pestilente y abrumador llegaba hasta mi pituitaria y si no hubiese sido por el aprieto, rápido habría salido yo de aquél lugar. Conforme penetraba en aquel espacio invocado por la lengua de Yaldabaoth, juraría que las baldosas que recubrían el aspecto inerte temblaban con pánico y poco a poco, conforme más ahondaba, se resquebrajaban y se retorcían con dolor.
Encontré entre dos y cuatro hombres allí, como si nada pasase. Estaban cara a la pared, en el Meadero, con la polla al aire y la cara perdida pero sin mear; sus ojos apuntaban al techo y debía ser Dios y la Patria Española quien estaba ahí porque ya sabemos que Arriba España. Parecía una catarsis sin fin y me resultó significativo ver cómo toleraban el olor insufrible y no hacían gesto ninguno de moverse más que el de quedarse ahí mirando pasmados la nada.
Me dirigí hacia los váteres, ignorando los hechos anteriores y, ya en el pasillo, entre las cinco puertas que se encontraban, habían cuatro que estaban atascadas y sólo una se encontraba entreabierta. Surgía de ésta última un vendaval a metano y golpeaba con tanta fuerza la madera que la puerta se balanceaba como una mecedora. Intenté evitar a toda costa esta última, me revolví sobre mis adentros y traté de forzar las cerraduras sin éxito. Cuando ya no pude aguantar más, mi cuerpo estaba incendiado con el fuego del temor y dudé entre dos y tres veces entrar allí, caminando atrás y adelante como un tonto. Era entrar u orinarme encima. Al final me decanté por la peor opción.
Al abrir la puerta, la madera rechinó y algunas fibras de madera explotaban conforme lo hacía. Miré de lleno hacia donde debería de haber un inodoro y “un cuerpo” se aposentaba sobre la tapa:
Callado, sobre su boca mortecina en blanco porcelánico y salpicada con el trueno de las entrañas por el mayor de los hijos de puta, se encontraba El Extraño. Aquél ser pisciforme había tomado un rostro híbrido entre el pez espada y ser humano, pues me fulminó con unos ojos descompuestos de una manera tan brutal que tuve que correr despavorido. Mientras me apuntaba con una nariz tan larga como las pollas de la poesía Roldanesca, trató de ensartarme por el medio. Suerte para mí, que se movía demasiado lenta aquella cosa.
Cuando El Extraño trató alcanzarme chorreba un caldo parecido al puré que hacía mi abuela y dejó a su paso un reguero de líquido gris, pestilente y fétido pero del que desconozco más detalles. La mierda era más grande que la distancia entre Andromeda y la Vía Láctea y si hubiese tenido fuerzas para perseguirme, posiblemente hubiese muerto en el instante, como si un sol me hubiese tocado a escasos metros de distancia. Las proporciones jupiterinas hacían de la criatura un injusto ser que jamás hombre alguno debería de haber creado (y menos de su ano). Aposentada en el váter, con un estado de vigilia, imagino que enturbié su plácido sueño, como aquellos caballeros que buscaban en las novelas de fantasía el gran tesoro de los dragones; solo que aquí no había mayor tesoro que el mear. Rápido supe, como bien sabes, que tenía que escapar de aquél lugar de sectarios de la caca y pude conseguirlo.
Todo ello, en resumen, me hace pensar que no es una mera coincidencia. Aquellos hombres estaban demasiado dispersos como para no sentir lo que yo en aquel día y El Extraño no dudo en ningún momento en tratarles como a aliados. Me escapé por suerte, pero no quiero que este tema quede indemne, porque las injusticias hay que castigarlas sea como sea.
Estaré, pues, a la espera de tu respuesta. Espero que con todo ésto hayas sacado conclusiones y que de alguna forma, podamos descubrir juntos qué demonios puede estar sucediendo en los aseos.
Tu amigo David
1“Dendro” viene del griego y significa “árbol” mientras que las “filias” significan “gusto por algo”. También vale para definir a aquella persona que se frota con las cortezas de los árboles o mide sus energías con péndulos en medio de un bosque.
2La micología es el campo en el que se estudian las setas, los hongos y las pollas.
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