Ola de mar.
Vengo a dejar un proyecto que llevo meses con él pero nunca tengo paciencia de escribir.
Es solo un capítulo de prueba, tengo la historia entera más o menos planeada pero siento que metí cosas que no venían a cuento asdfadsad.
Vengo a dejar un proyecto que llevo meses con él pero nunca tengo paciencia de escribir.
Es solo un capítulo de prueba, tengo la historia entera más o menos planeada pero siento que metí cosas que no venían a cuento asdfadsad.
No siempre suceden las cosas como planeas. Incluso puede que, si planeas una vida tranquila tengas la vida más ajetreada que haya existido jamás.
Puede que no te sientas bien con tu vida, y que siempre pienses en otro mundo: lleno de monstruos, animales mitológicos y personas en las que creer.
Es un mundo perfecto.
Pero sin embargo alejas tus pensamientos rápidamente de esta idea, porque sabes que algo así nunca existiría.
Pero, ¿y si te dijese que este mundo posee más de lo que todos vemos y creemos? Un mundo donde la magia fue escondida por los dioses más antiguos para evitar la destrucción entre los humanos. La leyenda cuenta que el dios de nombre Zacharias, decidió esconder a todas las especies que estuviesen bajo la amenaza humana: seres mágicos como los unicornios, elfos…
Tras esto, se dice que por usar todo su poder murió y reencarnaría en el joven portador.
Pero todo rumor tiene su parte falsa.
Y tendremos que ir con el protector de esta clase de arma y embarcarnos en su viaje de busca al elegido.
Su nombre es Arata, y se trata de un Isonade: un reino medio tiburón medio humano que se encuentra bajo el océano pacífico. Es el hijo del rey, y este lo proclamó barón de aquellas tierras mientras el rey seguía vivo.
Su mejor amigo se trata de Daiki, un ángel guardián criado por la familia de Arata. Su cara es de mujer, a pesar de que fue educado como hombre. ¿Quizás guarde cierto secreto…?
~~~~Él estaba siendo perseguido por quienes nosotros consideraríamos una especie de ciempiés gigantes y negros como el azabache. Él decidió enfrentarlos y sacar su espada, ya que derrotar a esos seres sería parte de su brutal entrenamiento de todos los días.
Como si de un espadachín experimentado se tratase, cortó el ciempiés en dos, empapándolo de una especie de líquido de color azulado. Asqueado, no vio venir el próximo monstruo que se acercaba y en el momento en el que casi está rozando al monstruo, aparece su ángel guardián para protegerlo. Arata cayó al suelo en el momento en el que esquivó a la amalgama.
Una niña pequeña que pasaba por ahí se quedó mirando cómo luchaba el ángel y Arata se lanzaba hacia el ciempiés para clavarle la espada en la cabeza.
La niña, que era hermana de Arata, corrió a abrazarle: a pesar de que estaba lleno de sangre. ¿Qué cómo estaba manchado de ese líquido? Cabe destacar que su reino poseía una barrera que impedía pasar el agua, así que podían respirar como cualquier humano.
El lugar en donde peleaba se trataba de algo parecido a un circo romano, de dimensiones gigantescas para permitir un gran movimiento. Las paredes de todos los edificios eran de un tono azulado para facilitar el camuflaje, pues después de todo seguían bajo el agua.
El chico de cabellos negros se dirigió a la salida de aquella arena, para posteriormente aparecer en las duchas y la lavandería para lavar su armadura de color azabache. Abrió el grifo lentamente y sintió caer el agua en su cara, cerrando los ojos instantáneamente debido a que esta clase de duchas siempre le relajaban.
Los recuerdos de cómo conoció a su mejor amigo inundaron su cabeza y ante este acto sonrió. Él no recordaba cuando lo conoció exactamente, pero sí sabía que eran amigos de toda la vida.
Antes de haberse dado cuenta, ya estaba completamente limpio así que decidió secarse y ponerse la ropa que usaba siempre. El atuendo era negro y estaba emperifollado de medallas. También llevaba una capa de color violeta.
Siempre le hubiese gustado vestir normal, con una sudadera y pantalones cómodos. Pero un príncipe debía vestir correctamente, ¿cierto?
Esta clase de sentimientos siempre le producían algo de estrés. Era un muchacho calmado, pero no soportaba la presión de ser príncipe y aún encima tener el título de barón.
Mientras muchos niños sueñan ser príncipes, él sólo deseaba ser normal.
Pero decidió resignarse e ir hacia la corte, a comentar a su padre que tras años de entrenamiento, lo había terminado. Su duro adiestramiento había llegado por fin a su final.
Él había derrotado al último amalgama que se le escapó al un científico del lugar y aunque hubiese sido salvado, no le importó lo más mínimo, debido a que había llevado a cabo su cometido. Y desde luego, vencer a tantos seres le había hecho el Isonade más feliz del mundo.
Como premio el rey le permitió tener un gran banquete junto con su comida favorita.
Todos se hallaron en el comedor real y un mayordomo comenzó a servir un plato característico de los Isonades que su madre solía cocinar a Arata cuando era pequeño. Por desgracia, la reina había fallecido, así que hacía tiempo que no comía aquella delicia. El alimento desprendía un dulce aroma que le producía nostalgia y malos recuerdos.
De dónde estaba totalmente solo y no tenía que ver absolutamente nada con el rey, que acabó siendo su padre adoptivo.
Mientras él estaba emocionado, llamaron a la puerta.
Su padre fue a la puerta, cuando Arata descubrió que se hallaba desangrándose.
— ¡Papá!
Su asesino se adentró hacia la casa con una espada, para sacarle la cabeza a su madre, la cual seguía cocinando. Su sangre salpicó el piso y la pota de guiso.
Arata, enfadado cogió un cuchillo que había clavado en su padre y se dirigió al asesino para incrustar el cuchillo en su carne.
Sin embargo, quién acabó herido fue él, siendo rasguñado en la barriga por la espada.
Se notaba que el asesino no lo iba a matar, pero no comprendió por qué.
— Tú te vienes conmigo. — le agarró del pelo para posteriormente llevárselo de su casa.
Arata se retorció de dolor a pesar de que aquel rasguño no era tan grande, y mucho menos mortal.
Cuando se hizo de noche acamparon al aire libre y cuando aquel señor se durmió, decidió escaparse.
Cuando sus pulmones ardían de correr y sus piernas no lograban mover ni un sólo centímetro más, cayó al suelo cansado por semejante esfuerzo que nunca antes había realizado.
El rey Isonade, que estaba paseando, lo encontró y lo llevó hacia el palacio.
Arata despertó en una cama mullida con unas sábanas con olor a cerezo. Todavía notaba el dolor del corte. Aún así se puso en pie y se dirigió hacia la puerta. El rey lo recibió.
— Siento haberte traído así al palacio. ¿Quién eres?
A Arata le dolía la cabeza. No quería recordar todo lo que había pasado el día anterior. Tocó su abdomen y notó una venda.
Tras haber corrido tanto, se le había abierto la herida y había perdido un poco de sangre.
Cuando se dio cuenta de que la persona que tenía enfrente no era nada más y nada menos que el rey, contó todo lo que había pasado en aquel día.
El monarca decidió adoptarlo y así estaría a salvo. Pues, se dio cuenta enseguida de que sería alguien valioso. ¿Por qué? Ni él lo sabía.
Aquel guiso era su preferido, pero… todavía le venían a la cabeza recuerdos de sus verdaderos padres.
Arata tenía un muy mal presentimiento. El isonade suspiró y se levantó de la mesa. Quería creer que no pasaría nada, pero no solía equivocarse.
Así que cuando tuvo un poco más de libertad, fue a dar un paseo.
Salió de la “burbuja”, pues le encantaba ir a nadar hacia la villa humana, aunque tenía que pasar desapercibido. Siempre que iba a aquel sitio, se ponía un sombrero de copa para que no notasen su aleta, pues de verla alguien, él se metería en problemas.
Porque él no es un monstruo, el monstruo son los humanos según la leyenda. Son los únicos seres que tiran piedras contra su misma especie. Sin embargo todos los humanos le habían tratado bien; aunque sabía que no debía confiar en ellos. El sólo hecho de ser descubierto yendo hacia el mundo humano, muchos lo denotarían como traición.
Digamos que en varios años, se habían descubierto los Isonade y comenzó una pequeña guerra. Bueno, entre los que conocían su existencia y los Isonade.
Arata recordó el día en el que Daiki vino con la enorme cicatriz que él tenía en el ojo. Venía de la guerra, y aún sabiendo esto decidió confiar en los humanos.
— Qué patético...— pensó.
El Isonade nunca había destacado por su autoestima, pues su pasado prácticamente no se lo permitía. La muerte de sus verdaderos padres había sido SU culpa. Y simplemente no podía fingir que no lo fuese, porque lo sabía. A pesar de poder respirar en el agua, se comenzó a ahogar. Esos pensamientos le estresaban, no podía con ellos.
Porque por mucho que se esforzase no iba a cambiar la situación de que sus padres muriesen cuando era simplemente un niño.
Él no era un niño ni tampoco un adulto. Trató de cambiar sus pensamientos, pues hoy iba a ser un gran día.
Decidió no interactuar con los humanos y regresó.
Sin embargo se topó con que el poblado estaba desierto.
No podía ser posible. ¿Dónde estaban todos? Solía ser un lugar muy animado, donde siempre encuentras fiesta en el centro de la ciudad. Entró al palacio, y de nuevo… nadie.
Acababa de recordar que hoy era su cumpleaños, así que decidió no preocuparse. Seguramente el rey querría darle una sorpresa.
Arata tomó un buen libro de la estantería y se acostó en la cama de un salto, para comenzar a leerlo.
Él suspiró, esperando que su “padre” apareciese. Pero las horas pasaron, y nadie apareció.
Salió de la habitación y encontró un cadáver de un cuerpo conocido, cuando notó que una mano tapaba su boca.
— No digas nada y ve a tu habitación.— sintió la voz de Daiki, mientras tiraba de él hacia atrás.
¿Qué estaba pasando? Cuando notó algo de libertad, se giró hacia su amigo.
— ¿Qué sucede? — preguntó el Isonade.
— Luego te explico, solo escapa.
A Arata no le quedó otro remedio que hacer lo que su amigo le decía. Saltó por la ventana y se dirigió hacia el lugar en donde se terminaba la barrera.
Daiki lo seguía detrás.
Cuando creyeron encontrar un escondrijo, el de cabellos dorados como el trigo le dijo que el rey estaba muerto y tenían que escapar.
Una vez en la arena de la playa de Tokyo el amigo del Isonade procedió a colocarle un sombrero.
— Esto.. será una solución temporal.
Ambos caminaban sin saber qué hacer. ¿Comprarían una casa? No tenían dinero.
¿Trabajarían? Ni siquiera sabían si podrían hacerlo.
Realmente estaban en un apuro.
Lo que debían hacer era acceder a otro océano. Si lo hiciesen, los persecutores no los encontrarían.
Pero, ¿cómo iban a recorrer medio mundo sin que desfallezcan de hambre y sed?
Puede que no te sientas bien con tu vida, y que siempre pienses en otro mundo: lleno de monstruos, animales mitológicos y personas en las que creer.
Es un mundo perfecto.
Pero sin embargo alejas tus pensamientos rápidamente de esta idea, porque sabes que algo así nunca existiría.
Pero, ¿y si te dijese que este mundo posee más de lo que todos vemos y creemos? Un mundo donde la magia fue escondida por los dioses más antiguos para evitar la destrucción entre los humanos. La leyenda cuenta que el dios de nombre Zacharias, decidió esconder a todas las especies que estuviesen bajo la amenaza humana: seres mágicos como los unicornios, elfos…
Tras esto, se dice que por usar todo su poder murió y reencarnaría en el joven portador.
Pero todo rumor tiene su parte falsa.
Y tendremos que ir con el protector de esta clase de arma y embarcarnos en su viaje de busca al elegido.
Su nombre es Arata, y se trata de un Isonade: un reino medio tiburón medio humano que se encuentra bajo el océano pacífico. Es el hijo del rey, y este lo proclamó barón de aquellas tierras mientras el rey seguía vivo.
Su mejor amigo se trata de Daiki, un ángel guardián criado por la familia de Arata. Su cara es de mujer, a pesar de que fue educado como hombre. ¿Quizás guarde cierto secreto…?
~~~~Él estaba siendo perseguido por quienes nosotros consideraríamos una especie de ciempiés gigantes y negros como el azabache. Él decidió enfrentarlos y sacar su espada, ya que derrotar a esos seres sería parte de su brutal entrenamiento de todos los días.
Como si de un espadachín experimentado se tratase, cortó el ciempiés en dos, empapándolo de una especie de líquido de color azulado. Asqueado, no vio venir el próximo monstruo que se acercaba y en el momento en el que casi está rozando al monstruo, aparece su ángel guardián para protegerlo. Arata cayó al suelo en el momento en el que esquivó a la amalgama.
Una niña pequeña que pasaba por ahí se quedó mirando cómo luchaba el ángel y Arata se lanzaba hacia el ciempiés para clavarle la espada en la cabeza.
La niña, que era hermana de Arata, corrió a abrazarle: a pesar de que estaba lleno de sangre. ¿Qué cómo estaba manchado de ese líquido? Cabe destacar que su reino poseía una barrera que impedía pasar el agua, así que podían respirar como cualquier humano.
El lugar en donde peleaba se trataba de algo parecido a un circo romano, de dimensiones gigantescas para permitir un gran movimiento. Las paredes de todos los edificios eran de un tono azulado para facilitar el camuflaje, pues después de todo seguían bajo el agua.
El chico de cabellos negros se dirigió a la salida de aquella arena, para posteriormente aparecer en las duchas y la lavandería para lavar su armadura de color azabache. Abrió el grifo lentamente y sintió caer el agua en su cara, cerrando los ojos instantáneamente debido a que esta clase de duchas siempre le relajaban.
Los recuerdos de cómo conoció a su mejor amigo inundaron su cabeza y ante este acto sonrió. Él no recordaba cuando lo conoció exactamente, pero sí sabía que eran amigos de toda la vida.
Antes de haberse dado cuenta, ya estaba completamente limpio así que decidió secarse y ponerse la ropa que usaba siempre. El atuendo era negro y estaba emperifollado de medallas. También llevaba una capa de color violeta.
Siempre le hubiese gustado vestir normal, con una sudadera y pantalones cómodos. Pero un príncipe debía vestir correctamente, ¿cierto?
Esta clase de sentimientos siempre le producían algo de estrés. Era un muchacho calmado, pero no soportaba la presión de ser príncipe y aún encima tener el título de barón.
Mientras muchos niños sueñan ser príncipes, él sólo deseaba ser normal.
Pero decidió resignarse e ir hacia la corte, a comentar a su padre que tras años de entrenamiento, lo había terminado. Su duro adiestramiento había llegado por fin a su final.
Él había derrotado al último amalgama que se le escapó al un científico del lugar y aunque hubiese sido salvado, no le importó lo más mínimo, debido a que había llevado a cabo su cometido. Y desde luego, vencer a tantos seres le había hecho el Isonade más feliz del mundo.
Como premio el rey le permitió tener un gran banquete junto con su comida favorita.
Todos se hallaron en el comedor real y un mayordomo comenzó a servir un plato característico de los Isonades que su madre solía cocinar a Arata cuando era pequeño. Por desgracia, la reina había fallecido, así que hacía tiempo que no comía aquella delicia. El alimento desprendía un dulce aroma que le producía nostalgia y malos recuerdos.
De dónde estaba totalmente solo y no tenía que ver absolutamente nada con el rey, que acabó siendo su padre adoptivo.
~~~~
Nuestro pequeño Arata se levantó de la cama, pues iba a ser un gran día. Sería la primera vez que saldría del poblado Isonade para vigilar a los humanos, cosa que hacen los Isonade como una especie de ritual de iniciación. Como era costumbre, su madre estaba cocinando su guiso preferido.Mientras él estaba emocionado, llamaron a la puerta.
Su padre fue a la puerta, cuando Arata descubrió que se hallaba desangrándose.
— ¡Papá!
Su asesino se adentró hacia la casa con una espada, para sacarle la cabeza a su madre, la cual seguía cocinando. Su sangre salpicó el piso y la pota de guiso.
Arata, enfadado cogió un cuchillo que había clavado en su padre y se dirigió al asesino para incrustar el cuchillo en su carne.
Sin embargo, quién acabó herido fue él, siendo rasguñado en la barriga por la espada.
Se notaba que el asesino no lo iba a matar, pero no comprendió por qué.
— Tú te vienes conmigo. — le agarró del pelo para posteriormente llevárselo de su casa.
Arata se retorció de dolor a pesar de que aquel rasguño no era tan grande, y mucho menos mortal.
Cuando se hizo de noche acamparon al aire libre y cuando aquel señor se durmió, decidió escaparse.
Cuando sus pulmones ardían de correr y sus piernas no lograban mover ni un sólo centímetro más, cayó al suelo cansado por semejante esfuerzo que nunca antes había realizado.
El rey Isonade, que estaba paseando, lo encontró y lo llevó hacia el palacio.
Arata despertó en una cama mullida con unas sábanas con olor a cerezo. Todavía notaba el dolor del corte. Aún así se puso en pie y se dirigió hacia la puerta. El rey lo recibió.
— Siento haberte traído así al palacio. ¿Quién eres?
A Arata le dolía la cabeza. No quería recordar todo lo que había pasado el día anterior. Tocó su abdomen y notó una venda.
Tras haber corrido tanto, se le había abierto la herida y había perdido un poco de sangre.
Cuando se dio cuenta de que la persona que tenía enfrente no era nada más y nada menos que el rey, contó todo lo que había pasado en aquel día.
El monarca decidió adoptarlo y así estaría a salvo. Pues, se dio cuenta enseguida de que sería alguien valioso. ¿Por qué? Ni él lo sabía.
~~~
Se había perdido en sus pensamientos. Habían comenzado a comer. Era como si tuviese una laguna en su memoria de los últimos minutos, como si hubiese revivido aquella escena. Antes de que se diese cuenta, ya habían terminado el plato.Aquel guiso era su preferido, pero… todavía le venían a la cabeza recuerdos de sus verdaderos padres.
Arata tenía un muy mal presentimiento. El isonade suspiró y se levantó de la mesa. Quería creer que no pasaría nada, pero no solía equivocarse.
Así que cuando tuvo un poco más de libertad, fue a dar un paseo.
Salió de la “burbuja”, pues le encantaba ir a nadar hacia la villa humana, aunque tenía que pasar desapercibido. Siempre que iba a aquel sitio, se ponía un sombrero de copa para que no notasen su aleta, pues de verla alguien, él se metería en problemas.
Porque él no es un monstruo, el monstruo son los humanos según la leyenda. Son los únicos seres que tiran piedras contra su misma especie. Sin embargo todos los humanos le habían tratado bien; aunque sabía que no debía confiar en ellos. El sólo hecho de ser descubierto yendo hacia el mundo humano, muchos lo denotarían como traición.
Digamos que en varios años, se habían descubierto los Isonade y comenzó una pequeña guerra. Bueno, entre los que conocían su existencia y los Isonade.
Arata recordó el día en el que Daiki vino con la enorme cicatriz que él tenía en el ojo. Venía de la guerra, y aún sabiendo esto decidió confiar en los humanos.
— Qué patético...— pensó.
El Isonade nunca había destacado por su autoestima, pues su pasado prácticamente no se lo permitía. La muerte de sus verdaderos padres había sido SU culpa. Y simplemente no podía fingir que no lo fuese, porque lo sabía. A pesar de poder respirar en el agua, se comenzó a ahogar. Esos pensamientos le estresaban, no podía con ellos.
Porque por mucho que se esforzase no iba a cambiar la situación de que sus padres muriesen cuando era simplemente un niño.
Él no era un niño ni tampoco un adulto. Trató de cambiar sus pensamientos, pues hoy iba a ser un gran día.
Decidió no interactuar con los humanos y regresó.
Sin embargo se topó con que el poblado estaba desierto.
No podía ser posible. ¿Dónde estaban todos? Solía ser un lugar muy animado, donde siempre encuentras fiesta en el centro de la ciudad. Entró al palacio, y de nuevo… nadie.
Acababa de recordar que hoy era su cumpleaños, así que decidió no preocuparse. Seguramente el rey querría darle una sorpresa.
Arata tomó un buen libro de la estantería y se acostó en la cama de un salto, para comenzar a leerlo.
Él suspiró, esperando que su “padre” apareciese. Pero las horas pasaron, y nadie apareció.
Salió de la habitación y encontró un cadáver de un cuerpo conocido, cuando notó que una mano tapaba su boca.
— No digas nada y ve a tu habitación.— sintió la voz de Daiki, mientras tiraba de él hacia atrás.
¿Qué estaba pasando? Cuando notó algo de libertad, se giró hacia su amigo.
— ¿Qué sucede? — preguntó el Isonade.
— Luego te explico, solo escapa.
A Arata no le quedó otro remedio que hacer lo que su amigo le decía. Saltó por la ventana y se dirigió hacia el lugar en donde se terminaba la barrera.
Daiki lo seguía detrás.
Cuando creyeron encontrar un escondrijo, el de cabellos dorados como el trigo le dijo que el rey estaba muerto y tenían que escapar.
Una vez en la arena de la playa de Tokyo el amigo del Isonade procedió a colocarle un sombrero.
— Esto.. será una solución temporal.
Ambos caminaban sin saber qué hacer. ¿Comprarían una casa? No tenían dinero.
¿Trabajarían? Ni siquiera sabían si podrían hacerlo.
Realmente estaban en un apuro.
Lo que debían hacer era acceder a otro océano. Si lo hiciesen, los persecutores no los encontrarían.
Pero, ¿cómo iban a recorrer medio mundo sin que desfallezcan de hambre y sed?
Responder