Pienso en los sentimientos que gotean al avanzar por el camino de la vida. Avanzamos empapados y poco a poco nos vamos secando. Gota a gota, latido a latido. Para no secarnos del todo dejamos que otros viajeros nos acompañen en el camino, aunque algunos nos dejan más secos de lo que ya estábamos. Pero los que nos nutren, aquellos que nos mantienen frescos de por vida, a ellos son a los que me abrazaría hasta el final del camino. Lástima que yo ya esté marchito, rociado penosamente por una llovizna de espejismos. Al menos puedo regocijarme observando aquellas gotas que dejé por el camino, unas gotas pertenecientes a un yo mucho más real, más auténtico. Para un viajero ficticio, un sendero ilusorio. Para una vida artificial, sentimientos sintéticos. A un viajero cuyo camino es desviado por quimeras se le podría tachar de demente, pero esa demencia es la que me mantiene con vida.
Un diminuto cactus arraigado a un hermoso oasis de sueños.