abrid los spoiler solo si soys valientes.....
A Martín le tocó este Halloween la
tediosa labor de acompañar a los niños del vecindario en su búsqueda de
caramelos tocando puerta por puerta. Todos los años uno de los padres
era el encargado de vigilar a los pequeños mientras corrían alegres
acumulando dulces y chocolatinas. No es que a Martín no le gustaran los
niños, los adoraba, pero tener que controlar a tanto pequeñajo era un
trabajo agotador. A su hijo de ocho años le podía pegar un par de gritos
para calmarlo pero cuando su misión era vigilar los hijos de los demás
su función era mucho más difícil.
Aún así tenía que reconocer que lo
estaba disfrutando mas de los que esperaba, los niños se estaban
portando muy bien y estaba viendo a su hijo disfrutar. Además los
vecinos del barrio residencial donde vivía eran realmente amables con
los niños e incluso con él, ya que varios le ofrecieron golosinas y le
daban ánimos con el arduo trabajo que controlar a más de una decena de
fierecillas. Aunque como en todo vecindario siempre hay un viejo
cascarrabias al que todos los niños le tienen miedo.
Don Clemente era el prototipo de viejo
viudo y amargado que aparece en las películas… El típico anciano que no
devuelve el balón a los niños cuando cae en su jardín y vivía en un
viejo caserón de esos que provocan un escalofrío al pasar. Martín sabía
que nunca abría la puerta a los pequeños en Halloween y mucho menos les
daba caramelos, pero era su obligación acompañar a los niños a golpear
la puerta. Por lo menos sería una buena excusa para asustar un poco a
los niños y poder controlarlos un poco mejor.
Su sorpresa fue mayúscula cuando a los
pocos segundos de golpear la puerta de Don Clemente éste apareció
totalmente cubierto por una sábana blanca, un disfraz improvisado de
fantasma que pareció encantar a los niños. Al fin el ogro (como le
llamaban algunos) se había ablandado y repartía caramelos, chocolatinas y
manzanas caramelizadas entre los pequeños. Nunca articuló ni una
palabra pero sin duda era todo un avance en su actitud. Martín agradeció
el gesto y se despidió de Don Clemente con un apretón de manos. Le
llamó la atención que usara guantes dentro de casa, pero la verdad es
que el viejo era tan excéntrico que no le dio mayor importancia. Al
menos no hasta pasados diez minutos…
El hijo de Martín súbitamente comenzó a
vomitar, parecía que se estuviera ahogando y aunque seguía respirando lo
hacía de forma muy débil y superficial. Segundos después comenzó a
convulsionar en el suelo y sus labios tomaron un color azulado. El
tiempo que tardó en llegar la ambulancia se le hizo eterno. Al llegar
los sanitarios el niño estaba en coma, le entubaron para ayudarle a
respirar y salieron a toda velocidad hacia el hospital mientras la
sirena de la ambulancia sacudía con su estruendo el pacífico y tranquilo
barrio.
A pesar de todo el esfuerzo del equipo
médico el hijo de Martín falleció en menos de media hora. El médico de
guardia nunca había visto un caso como el de esa noche, pero si había
leído mientras cursaba medicina un caso similar. Un envenenamiento por
cianuro.
Rápidamente revisó en la mochila que aún
llevaba el cadáver del niño y encontró la bolsa de caramelos que había
recolectado ese Halloween . Un inconfundible olor a almendras amargas
(olor que normalmente tiene el cianuro) se desprendía de una de las
chocolatinas. Al abrirla encontró en un interior un polvo blanco que
claramente alguien había introducido dentro del chocolate. Siguió
abriendo chocolatinas y encontró en algunas mas el polvo y algo aún más
inquietante… Al partir una de las manzanas caramelizadas encontró en su
interior cuchillas de afeitar y agujas. Sin duda alguien había decidido
envenenar a todos los niños del barrio o al menos provocarles daños
graves con agujas y cuchillas escondidas dentro de la comida.
El médico salió corriendo al pasillo y
sujetando fuertemente por los hombros a Martín le empezó a preguntar si
había más niños con su hijo
- Debemos avisar al resto de padres que
no dejen comer nada a los niños, no podemos permitir que ningún niño más
muera. – El médico en su afán por salvar vidas no había recordado
avisar al padre de la muerte de su hijo.La cara de preocupación de Martín cambió inmediatamente a una de total desolación
- ¿Ningún niño más? ¿Qué le ha pasado a mi hijo? ¿Dónde está?
Martín apartó al doctor y entró a
empujones en la sala donde habían atendido a su hijo. Destrozado por el
dolor de la pérdida se sentó en el suelo mientras abrazaba el cuerpecito
sin vida de su hijo.
Las lágrimas pronto se convirtieron en
un rostro de rabia mientras el doctor le explicaba que habían encontrado
restos de cianuro en las golosinas que alguien le había regalado a los
niños e incluso dentro de una manzana habían agujas y cuchillas de
afeitar. Martín recordó cual fue la única casa donde habían regalado
manzanas caramelizadas y entonces empezó a atar todos los cabos: la
amabilidad sin precedentes de Don Clemente, porqué llevaba guantes
dentro de casa y que su hijo minutos después de la visita comenzara a
sentirse mal.
Sin mediar palabra salió corriendo del
hospital al que justo en ese momento llegaba otro niño con los mismos
síntomas de su hijo. Martín reconociendo a su vecina le dijo que avisara
por teléfono al resto de madres que no dejaran comer nada a los niños.
No dijo nada mas ya que subió a un taxi y salió rumbo a la casa de Don
Clemente.
Martín no era un hombre muy corpulento
pero cualquier persona que se hubiera cruzado con él hubiese dado un
paso atrás al ver su rostro desencajado por la furia. De un patadón
reventó la puerta de entrada de Don Clemente y entró en su casa con la
intención de matarle con sus propias manos. Pero al llegar a la
habitación del viejo se dio cuenta de que alguien se le había
adelantado. Don Clemente estaba tirado en el suelo con la cabeza
destrozada y restos de sangre seca manchaban la alfombra sobre la que
estaba tendido su cadáver.
Pocos minutos después llegó la policía y
encontró a Martín sollozando y sentado en la cocina de Don Clemente
mientras sostenía una carta en la que el verdadero asesino había
escrito:
FELIZ HALLOWEEN
Un forense determinó que el viejo
llevaba muerto varias horas y no pudo ser quien entregó los dulces
envenenados, alguien amparado por un disfraz improvisado de fantasma
había suplantado al anciano y envenenado a los pequeños. Esa noche
fallecieron cuatro niños y varios más sufrieron cortes y pinchazos en
sus bocas al comer chocolatinas y manzanas.
tediosa labor de acompañar a los niños del vecindario en su búsqueda de
caramelos tocando puerta por puerta. Todos los años uno de los padres
era el encargado de vigilar a los pequeños mientras corrían alegres
acumulando dulces y chocolatinas. No es que a Martín no le gustaran los
niños, los adoraba, pero tener que controlar a tanto pequeñajo era un
trabajo agotador. A su hijo de ocho años le podía pegar un par de gritos
para calmarlo pero cuando su misión era vigilar los hijos de los demás
su función era mucho más difícil.
Aún así tenía que reconocer que lo
estaba disfrutando mas de los que esperaba, los niños se estaban
portando muy bien y estaba viendo a su hijo disfrutar. Además los
vecinos del barrio residencial donde vivía eran realmente amables con
los niños e incluso con él, ya que varios le ofrecieron golosinas y le
daban ánimos con el arduo trabajo que controlar a más de una decena de
fierecillas. Aunque como en todo vecindario siempre hay un viejo
cascarrabias al que todos los niños le tienen miedo.
Don Clemente era el prototipo de viejo
viudo y amargado que aparece en las películas… El típico anciano que no
devuelve el balón a los niños cuando cae en su jardín y vivía en un
viejo caserón de esos que provocan un escalofrío al pasar. Martín sabía
que nunca abría la puerta a los pequeños en Halloween y mucho menos les
daba caramelos, pero era su obligación acompañar a los niños a golpear
la puerta. Por lo menos sería una buena excusa para asustar un poco a
los niños y poder controlarlos un poco mejor.
Su sorpresa fue mayúscula cuando a los
pocos segundos de golpear la puerta de Don Clemente éste apareció
totalmente cubierto por una sábana blanca, un disfraz improvisado de
fantasma que pareció encantar a los niños. Al fin el ogro (como le
llamaban algunos) se había ablandado y repartía caramelos, chocolatinas y
manzanas caramelizadas entre los pequeños. Nunca articuló ni una
palabra pero sin duda era todo un avance en su actitud. Martín agradeció
el gesto y se despidió de Don Clemente con un apretón de manos. Le
llamó la atención que usara guantes dentro de casa, pero la verdad es
que el viejo era tan excéntrico que no le dio mayor importancia. Al
menos no hasta pasados diez minutos…
El hijo de Martín súbitamente comenzó a
vomitar, parecía que se estuviera ahogando y aunque seguía respirando lo
hacía de forma muy débil y superficial. Segundos después comenzó a
convulsionar en el suelo y sus labios tomaron un color azulado. El
tiempo que tardó en llegar la ambulancia se le hizo eterno. Al llegar
los sanitarios el niño estaba en coma, le entubaron para ayudarle a
respirar y salieron a toda velocidad hacia el hospital mientras la
sirena de la ambulancia sacudía con su estruendo el pacífico y tranquilo
barrio.
A pesar de todo el esfuerzo del equipo
médico el hijo de Martín falleció en menos de media hora. El médico de
guardia nunca había visto un caso como el de esa noche, pero si había
leído mientras cursaba medicina un caso similar. Un envenenamiento por
cianuro.
Rápidamente revisó en la mochila que aún
llevaba el cadáver del niño y encontró la bolsa de caramelos que había
recolectado ese Halloween . Un inconfundible olor a almendras amargas
(olor que normalmente tiene el cianuro) se desprendía de una de las
chocolatinas. Al abrirla encontró en un interior un polvo blanco que
claramente alguien había introducido dentro del chocolate. Siguió
abriendo chocolatinas y encontró en algunas mas el polvo y algo aún más
inquietante… Al partir una de las manzanas caramelizadas encontró en su
interior cuchillas de afeitar y agujas. Sin duda alguien había decidido
envenenar a todos los niños del barrio o al menos provocarles daños
graves con agujas y cuchillas escondidas dentro de la comida.
El médico salió corriendo al pasillo y
sujetando fuertemente por los hombros a Martín le empezó a preguntar si
había más niños con su hijo
- Debemos avisar al resto de padres que
no dejen comer nada a los niños, no podemos permitir que ningún niño más
muera. – El médico en su afán por salvar vidas no había recordado
avisar al padre de la muerte de su hijo.La cara de preocupación de Martín cambió inmediatamente a una de total desolación
- ¿Ningún niño más? ¿Qué le ha pasado a mi hijo? ¿Dónde está?
Martín apartó al doctor y entró a
empujones en la sala donde habían atendido a su hijo. Destrozado por el
dolor de la pérdida se sentó en el suelo mientras abrazaba el cuerpecito
sin vida de su hijo.
Las lágrimas pronto se convirtieron en
un rostro de rabia mientras el doctor le explicaba que habían encontrado
restos de cianuro en las golosinas que alguien le había regalado a los
niños e incluso dentro de una manzana habían agujas y cuchillas de
afeitar. Martín recordó cual fue la única casa donde habían regalado
manzanas caramelizadas y entonces empezó a atar todos los cabos: la
amabilidad sin precedentes de Don Clemente, porqué llevaba guantes
dentro de casa y que su hijo minutos después de la visita comenzara a
sentirse mal.
Sin mediar palabra salió corriendo del
hospital al que justo en ese momento llegaba otro niño con los mismos
síntomas de su hijo. Martín reconociendo a su vecina le dijo que avisara
por teléfono al resto de madres que no dejaran comer nada a los niños.
No dijo nada mas ya que subió a un taxi y salió rumbo a la casa de Don
Clemente.
Martín no era un hombre muy corpulento
pero cualquier persona que se hubiera cruzado con él hubiese dado un
paso atrás al ver su rostro desencajado por la furia. De un patadón
reventó la puerta de entrada de Don Clemente y entró en su casa con la
intención de matarle con sus propias manos. Pero al llegar a la
habitación del viejo se dio cuenta de que alguien se le había
adelantado. Don Clemente estaba tirado en el suelo con la cabeza
destrozada y restos de sangre seca manchaban la alfombra sobre la que
estaba tendido su cadáver.
Pocos minutos después llegó la policía y
encontró a Martín sollozando y sentado en la cocina de Don Clemente
mientras sostenía una carta en la que el verdadero asesino había
escrito:
FELIZ HALLOWEEN
Un forense determinó que el viejo
llevaba muerto varias horas y no pudo ser quien entregó los dulces
envenenados, alguien amparado por un disfraz improvisado de fantasma
había suplantado al anciano y envenenado a los pequeños. Esa noche
fallecieron cuatro niños y varios más sufrieron cortes y pinchazos en
sus bocas al comer chocolatinas y manzanas.
Tras varios meses de papeleos y trámites
interminables, una pareja consiguió que se les adjudicara un pequeño
castillo en una zona rural. Debían habilitarlo como parador turístico y
por supuesto serían los encargados de su mantenimiento.
Era un negocio redondo porque el anterior dueño había fallecido hacia
menos de un año y el castillo se encontraba en un excelente estado de
conservación teniendo en cuenta que llevaba varios siglos en pie.
Transformarlo en un hotel de lujo sería pan comido y el banco, tras
evaluar los riesgos de la inversión, no dudó en concederles un crédito e
incluso en insinuar algún tipo de asociación. Pero ellos se negaron,
habían conseguido la concesión tras mucho esfuerzo, y por qué no
decirlo, sobornando a un par de funcionarios a los que parecía que el
sueldo no les llegaba a fin de mes.
Con la misma ilusión que un niño que abre sus regalos de navidad la
pareja iba visitando todas las habitaciones, los salones y el
subterráneo del castillo, un sistema canalizado bajo tierra que parecía
incluso más grande que la parte visible. Tenían incluso una sala de
torturas, un verdadero imán turístico que, si habilitaban de nuevo,
podría servir como museo. Pero lo que más les llamó la atención era una
enorme bodega llena de barriles de licor. Probablemente el vino, whisky y
otras bebidas estuvieran dañadas por el paso de los años, pero la
curiosidad les pudo y decidieron probarlos uno por uno. Para su sorpresa
no solamente estaban en condiciones de ser bebidos sino que además
parecía que los años habían mejorado su sabor: estaban deliciosos, y
ellos lo aprovecharon celebrando su primera noche en el castillo con una
gran borrachera.
Menos de un par de meses después el castillo inauguró sus puertas
transformándose en uno de los paradores nacionales con más tradición de
la zona. La gente venía de la capital a pasar un fin de semana y a
sentirse como un señor feudal rodeado de lujo. Incluso la gente del
pueblo solía visitarlo para beber el exquisito vino que allí servían. La
fama del licor fue tal que incluso expertos en vino viajaban cientos de
kilómetros para probar el delicioso elixir.
Muchas fueron las ofertar que recibieron por los barriles que tenían
en sus bodegas pero ellos sabían que parte del éxito de su negocio era
la fama que les otorgaba el ofrecer el mejor vino de mesa en toda la
región.
Pasó el tiempo y uno de los barriles se vació, por lo que decidieron
moverlo para llenarlo de nuevo y esperar unos cuantos años antes de
servirlo otra vez. Pero al tratar de desplazarlo se dieron cuenta de que
seguía pesando demasiado, sin duda el tamaño del colosal barril de
roble no era un peso fácil de manejar, pero éste era incluso demasiado
pesado, de modo que optaron por abrirlo en la misma bodega. Lo que
encontraron en su interior les dejó helados…
Dentro del barril, encorvado y en posición fetal se encontraba un cadáver de pequeño tamaño…
¡¡¡Era un niño!!!
Su cuerpo se había disuelto casi totalmente por el efecto del alcohol
y era poco más que huesos, uñas y pelo. Pero el cuerpo era claramente
el de un niño de no más de siete años.
Ahora todo cobraba sentido, el excelente estado de la sala de
torturas, la curiosa manía del anterior propietario por no relacionarse
con el resto del pueblo, las desapariciones de niños que durante años
habían ocurrido en la zona.
Al llegar la Policía se descubrió lo que más temían: dentro de los
otros barriles estaban los cuerpos de otros pequeños y pequeñas que no
debían tener más de diez años.
Sin saberlo habían estado bebiendo un licor que contenía la esencia
de los pequeños que se descomponían en el interior de cada uno de los
barriles.
interminables, una pareja consiguió que se les adjudicara un pequeño
castillo en una zona rural. Debían habilitarlo como parador turístico y
por supuesto serían los encargados de su mantenimiento.
Era un negocio redondo porque el anterior dueño había fallecido hacia
menos de un año y el castillo se encontraba en un excelente estado de
conservación teniendo en cuenta que llevaba varios siglos en pie.
Transformarlo en un hotel de lujo sería pan comido y el banco, tras
evaluar los riesgos de la inversión, no dudó en concederles un crédito e
incluso en insinuar algún tipo de asociación. Pero ellos se negaron,
habían conseguido la concesión tras mucho esfuerzo, y por qué no
decirlo, sobornando a un par de funcionarios a los que parecía que el
sueldo no les llegaba a fin de mes.
Con la misma ilusión que un niño que abre sus regalos de navidad la
pareja iba visitando todas las habitaciones, los salones y el
subterráneo del castillo, un sistema canalizado bajo tierra que parecía
incluso más grande que la parte visible. Tenían incluso una sala de
torturas, un verdadero imán turístico que, si habilitaban de nuevo,
podría servir como museo. Pero lo que más les llamó la atención era una
enorme bodega llena de barriles de licor. Probablemente el vino, whisky y
otras bebidas estuvieran dañadas por el paso de los años, pero la
curiosidad les pudo y decidieron probarlos uno por uno. Para su sorpresa
no solamente estaban en condiciones de ser bebidos sino que además
parecía que los años habían mejorado su sabor: estaban deliciosos, y
ellos lo aprovecharon celebrando su primera noche en el castillo con una
gran borrachera.
Menos de un par de meses después el castillo inauguró sus puertas
transformándose en uno de los paradores nacionales con más tradición de
la zona. La gente venía de la capital a pasar un fin de semana y a
sentirse como un señor feudal rodeado de lujo. Incluso la gente del
pueblo solía visitarlo para beber el exquisito vino que allí servían. La
fama del licor fue tal que incluso expertos en vino viajaban cientos de
kilómetros para probar el delicioso elixir.
Muchas fueron las ofertar que recibieron por los barriles que tenían
en sus bodegas pero ellos sabían que parte del éxito de su negocio era
la fama que les otorgaba el ofrecer el mejor vino de mesa en toda la
región.
Pasó el tiempo y uno de los barriles se vació, por lo que decidieron
moverlo para llenarlo de nuevo y esperar unos cuantos años antes de
servirlo otra vez. Pero al tratar de desplazarlo se dieron cuenta de que
seguía pesando demasiado, sin duda el tamaño del colosal barril de
roble no era un peso fácil de manejar, pero éste era incluso demasiado
pesado, de modo que optaron por abrirlo en la misma bodega. Lo que
encontraron en su interior les dejó helados…
Dentro del barril, encorvado y en posición fetal se encontraba un cadáver de pequeño tamaño…
¡¡¡Era un niño!!!
Su cuerpo se había disuelto casi totalmente por el efecto del alcohol
y era poco más que huesos, uñas y pelo. Pero el cuerpo era claramente
el de un niño de no más de siete años.
Ahora todo cobraba sentido, el excelente estado de la sala de
torturas, la curiosa manía del anterior propietario por no relacionarse
con el resto del pueblo, las desapariciones de niños que durante años
habían ocurrido en la zona.
Al llegar la Policía se descubrió lo que más temían: dentro de los
otros barriles estaban los cuerpos de otros pequeños y pequeñas que no
debían tener más de diez años.
Sin saberlo habían estado bebiendo un licor que contenía la esencia
de los pequeños que se descomponían en el interior de cada uno de los
barriles.
Un autobús de servicio nocturno hacía su
ronda por el centro de la capital, aunque en fin de semana solía ir
lleno de jóvenes que regresaban de fiesta, entre semana el transporte no
llevaba a mas de tres o cuatro personas en cada viaje.
Sandra era una de esas trabajadoras noctámbulas que terminaban su
jornada laboral al amanecer, pero hoy había tenido suerte y se pudo
escapar un par de horas antes de la empresa donde trabajaba como
teleoperadora. Mientras subía al autobús iba pensando que con un poco
de suerte podría dormir del tirón y levantarse a una hora “normal”, como
el resto de sus conocidos, para pasear por el parque a la luz del sol.
Como echaba de menos hacer vida diurna, pero por desgracia su trabajo
por la noche era agotador y en más de una ocasión los jefes les
obligaban a hacer unas horas extras, que por supuesto no se reflejaban
en su sueldo.
El conductor de la ruta ya era un
habitual, pero la verdad es que Sandra no era muy dada a hablar con
desconocidos por lo que al “picar” su billete intercambio una sonrisa
con él y continuó avanzando. Sentada en la parte central del autobús,
luchaba contra el sueño mientras trataba de mantenerse despierta, no
quería pasarse de su parada y acabar en la otra punta de la ciudad. Como
casi siempre el transporte estaba casi vacío, sólo un chico con aspecto
de universitario escuchando música con su ipod mientras ojeaba cientos
de hojas de apuntes.
Sandra miraba aburrida por la ventana cuando sintió que el autobús se
detuvo a recoger otros pasajeros. Dos hombres subieron colgando de sus
hombros a un mujer que parecía inconsciente, muy probablemente se
hubiera pasado con la copas y sus amigos la estuvieran llevando a casa,
era el pan nuestro de cada día durante el fin de semana pero un martes
era más extraño ver un espectáculo como aquel.
Los hombres avanzaron de lado por el pasillo mientras la mujer
parecía envolver con sus brazos el cuellos de sus acompañantes, sin duda
estaba totalmente inconsciente porque arrastraban sus pies por el suelo
con cada paso que daban hasta el fondo del autobús. Una vez allí se
sentaron en la última fila uno a cada lado de la mujer. Su aspecto
desaliñado y el pelo cubriendo su cara impedían ver si se encontraba
bien. Pero Sandra que no tenía mucho más que hacer lanzaba miradas
furtivas a los extraños compañeros de viaje.
Los tres se mantenían en silencio y los hombres parecían un tanto
agitados, probablemente por tener que cargar a cuestas a la mujer, que
francamente tenía unos kilitos de más, cuando descubrieron que Sandra
les miraba continuamente le lanzaron una mirada tan fría e
intimidatoria, y se dijeron algo el uno al otro que no alcanzó a
escuchar. De inmediato bajó la cabeza y asustada no se atrevió a mirar
de nuevo hacia atrás.
Pero pasados unos minutos su curiosidad pudo a su miedo y se acordó
que tenía un set de maquillaje en el bolso, sacó un pequeño espejito y
empezó a buscar el ángulo para mirar que hacía el trío sin ser
descubierta. Los hombres estaban distraídos mirando por las ventanillas
como intentando descubrir donde estaban o buscando algún lugar. La mujer
que ya no estaba rodeando con los brazos los cuellos de sus
acompañantes y se había recostado en el asiento, parecía que se había
despertado y miraba hacia ella. Sandra aprovechó que los hombres no
podían verla para girarse a mirar a la mujer.
Casi se cae al suelo del susto cuando vio la cara de la mujer con la
boca totalmente abierta y los ojos como platos mientras la miraba,
nuevamente agachó la cabeza y se giró al frente. El aspecto de la mujer
la había dejado impactada, la miraba como con ojos de terror y tan fija y
fríamente que parecía una muñeca. Sin poder evitarlo miraba por el
espejo qué sucedía una y otra vez, pero la mujer no dejaba de mirarla,
inmóvil.
Mientras se giraba nuevamente a ver que sucedía sintió una mano en el
hombro que casi la mata del susto, era el chico del ipod que se había
levantado mientras ella estaba distraída. Con una cara de miedo que
Sandra nunca podrá olvidar la miró y la susurró al oído.
“Bájate conmigo en esta parada y por lo que más quieras no mires a la gente que está sentada detrás”
Sandra sintió algo en su tono de voz que no le hizo dudar que el
chico estaba muerto de miedo y debía obedecerle. Ambos bajaron en la
siguiente parada, con la cabeza agachada y sin mirar a los extraños
personajes que se habían sentado en la otra punta del autobús.
El autobús continuó su viaje y cuando sintieron que ya se había alejado lo suficiente el chico se giró hacia Sandra y le dijo:
“Esa mujer estaba muerta, esos locos la llevaban como si estuviera borracha o desmayada pero estaba muerta,]
ronda por el centro de la capital, aunque en fin de semana solía ir
lleno de jóvenes que regresaban de fiesta, entre semana el transporte no
llevaba a mas de tres o cuatro personas en cada viaje.
Sandra era una de esas trabajadoras noctámbulas que terminaban su
jornada laboral al amanecer, pero hoy había tenido suerte y se pudo
escapar un par de horas antes de la empresa donde trabajaba como
teleoperadora. Mientras subía al autobús iba pensando que con un poco
de suerte podría dormir del tirón y levantarse a una hora “normal”, como
el resto de sus conocidos, para pasear por el parque a la luz del sol.
Como echaba de menos hacer vida diurna, pero por desgracia su trabajo
por la noche era agotador y en más de una ocasión los jefes les
obligaban a hacer unas horas extras, que por supuesto no se reflejaban
en su sueldo.
El conductor de la ruta ya era un
habitual, pero la verdad es que Sandra no era muy dada a hablar con
desconocidos por lo que al “picar” su billete intercambio una sonrisa
con él y continuó avanzando. Sentada en la parte central del autobús,
luchaba contra el sueño mientras trataba de mantenerse despierta, no
quería pasarse de su parada y acabar en la otra punta de la ciudad. Como
casi siempre el transporte estaba casi vacío, sólo un chico con aspecto
de universitario escuchando música con su ipod mientras ojeaba cientos
de hojas de apuntes.
Sandra miraba aburrida por la ventana cuando sintió que el autobús se
detuvo a recoger otros pasajeros. Dos hombres subieron colgando de sus
hombros a un mujer que parecía inconsciente, muy probablemente se
hubiera pasado con la copas y sus amigos la estuvieran llevando a casa,
era el pan nuestro de cada día durante el fin de semana pero un martes
era más extraño ver un espectáculo como aquel.
Los hombres avanzaron de lado por el pasillo mientras la mujer
parecía envolver con sus brazos el cuellos de sus acompañantes, sin duda
estaba totalmente inconsciente porque arrastraban sus pies por el suelo
con cada paso que daban hasta el fondo del autobús. Una vez allí se
sentaron en la última fila uno a cada lado de la mujer. Su aspecto
desaliñado y el pelo cubriendo su cara impedían ver si se encontraba
bien. Pero Sandra que no tenía mucho más que hacer lanzaba miradas
furtivas a los extraños compañeros de viaje.
Los tres se mantenían en silencio y los hombres parecían un tanto
agitados, probablemente por tener que cargar a cuestas a la mujer, que
francamente tenía unos kilitos de más, cuando descubrieron que Sandra
les miraba continuamente le lanzaron una mirada tan fría e
intimidatoria, y se dijeron algo el uno al otro que no alcanzó a
escuchar. De inmediato bajó la cabeza y asustada no se atrevió a mirar
de nuevo hacia atrás.
Pero pasados unos minutos su curiosidad pudo a su miedo y se acordó
que tenía un set de maquillaje en el bolso, sacó un pequeño espejito y
empezó a buscar el ángulo para mirar que hacía el trío sin ser
descubierta. Los hombres estaban distraídos mirando por las ventanillas
como intentando descubrir donde estaban o buscando algún lugar. La mujer
que ya no estaba rodeando con los brazos los cuellos de sus
acompañantes y se había recostado en el asiento, parecía que se había
despertado y miraba hacia ella. Sandra aprovechó que los hombres no
podían verla para girarse a mirar a la mujer.
Casi se cae al suelo del susto cuando vio la cara de la mujer con la
boca totalmente abierta y los ojos como platos mientras la miraba,
nuevamente agachó la cabeza y se giró al frente. El aspecto de la mujer
la había dejado impactada, la miraba como con ojos de terror y tan fija y
fríamente que parecía una muñeca. Sin poder evitarlo miraba por el
espejo qué sucedía una y otra vez, pero la mujer no dejaba de mirarla,
inmóvil.
Mientras se giraba nuevamente a ver que sucedía sintió una mano en el
hombro que casi la mata del susto, era el chico del ipod que se había
levantado mientras ella estaba distraída. Con una cara de miedo que
Sandra nunca podrá olvidar la miró y la susurró al oído.
“Bájate conmigo en esta parada y por lo que más quieras no mires a la gente que está sentada detrás”
Sandra sintió algo en su tono de voz que no le hizo dudar que el
chico estaba muerto de miedo y debía obedecerle. Ambos bajaron en la
siguiente parada, con la cabeza agachada y sin mirar a los extraños
personajes que se habían sentado en la otra punta del autobús.
El autobús continuó su viaje y cuando sintieron que ya se había alejado lo suficiente el chico se giró hacia Sandra y le dijo:
“Esa mujer estaba muerta, esos locos la llevaban como si estuviera borracha o desmayada pero estaba muerta,]
Paula había bebido mas de la cuenta por
lo que aquella noche regresaría temprano a casa, se sentía bastante mal y
muy mareada pero como era relativamente temprano decidió que en lugar
de gastarse su dinero en un taxi, como hacía habitualmente cuando
regresaba de la discoteca, aprovecharía que el Metro aún seguía abierto
para ahorrarse unos cuantos euros.
El trayecto era largo y las pocas personas que viajaban en su vagón
parecían tan cansadas como ella, sólo un grupo de amigos que bromeaban
al fondo del tren hacían el suficiente ruido con sus bromas y risas para
mantenerla despierta, pero cada vez tenía que luchar con más fuerza
para no quedarse dormida. Por desgracia en la siguiente estación tenía
que hacer un transbordo así que se bajó y tras caminar por los pasillos
de la estación llegó al andén en el que abordaría el metro que la
llevaría a casa.
El cartel luminoso avisaba que el próximo tren tardaría seis minutos
en llegar, por lo que Paula decidió esperar sentada en uno de los bancos
junto al andén. El silencio y la soledad de esa estación provocaron lo
inevitable y a pesar de sus esfuerzos se durmió y casi sin darse cuenta
se recostó en el banco usándolo como si fuera una cama. Era tan profundo
su sueño provocado por la borrachera que cuando pasó el último metro de
la noche ni siquiera lo sintió pasar.
Hasta pasada más de una hora no se
despertó, por suerte la borrachera parecía haberse esfumado parcialmente
tras la cabezadita, pero algo parecía no ir bien. El cartel que avisaba
la llegada del próximo tren estaba apagado y al mirar la hora en su
teléfono móvil se dio cuenta que eran casi las dos de la mañana.
Asustada empezó a subir las escaleras mecánicas de la estación, que
ya estaban apagadas, para salir de allí. La parada en la que tenía que
hacer trasbordo era una de las más antiguas, viejas y pequeñas de la
ciudad por lo que la sensación de agobio y miedo eran mucho más
intensas. Al llegar a la salida la peor de sus pesadillas se hizo
realidad. Las puertas estaban cerradas y no había nadie en la estación
por lo que por más que gritara nadie podría escucharla desde la calle.
Además su teléfono estaba sin cobertura, esas malditas estaciones casi
nunca tenían señal y las puertas de cristal herméticamente cerradas la
separaban del exterior aún por unos cuentos metros.
Paula no sabía que hacer, miraba a las cámaras de seguridad y hacía
gestos esperando que alguien desde algún puesto de control pudiera
verla, pero ella misma sabía que eso era imposible, no había nadie
controlando las cámaras porque la estación había sido cerrada desde
fuera.
¿Cómo era posible que nadie la despertara? ¿No tenían los guardias de
seguridad que comprobar que nadie quedara dentro de la estación antes
de cerrar?
Su miedo se convertía por momentos en cólera y confusión. Desde luego
no podía esperar hasta que a la mañana siguiente abrieran de nuevo el
Metro, faltaban más de cuatro horas para que se reiniciara el servicio y
si llegaba a casa a las 7 de la mañana su padre probablemente la
mataría.
Con la mente aún nublada por el alcohol decidió que lo mejor que
podía hacer era caminar por los raíles del tren hasta la siguiente
parada. El camino era oscuro y realmente tétrico pero sabía que su
destino no estaba muy lejos y gracias a la luz del flash de su teléfono
podría alumbrar el camino. La siguiente estación era una de las más
importantes, con gran cantidad de líneas y recientemente había sido
remodelada por lo que estaba segura que allí podría encontrar a alguien
que la permitiera salir a la calle donde abordaría un taxi.
La idea parecía muy buena, pero a la
hora de la verdad recorrer aquellos túneles era realmente escalofriante,
un silencio casi sepulcral hacía que hasta la más leve de sus pisadas
resonaran con el eco de las paredes. Se podían escuchar los chirridos de
las ratas y el goteo de algunas zonas en las que parecía que había
leves escapes de agua.
Sus pasos eran cortos y se detenía a menudo a escuchar porque sentía
como si alguien la observara desde la oscuridad. El miedo la invadía y
paralizaba por momentos, pero ya era demasiado tarde para volverse
atrás, debía estar casi a mitad de camino cuando unas voces la
alertaron. Por un momento pensó en gritar para que supieran que estaba
allí pero decidió ser cauta y apagar la luz de su teléfono mientras se
escondía en un estrecho pasillo que había en un lateral del túnel.
Mientras permanecía escondida y en silencio pudo ver la figura de dos
hombres bastante corpulentos, sus ojos cada vez se adaptaban más a la
escasa iluminación de las luces de emergencia que había cada muchos
metros en el túnel. Ambos parecían discutir acaloradamente por un cartón
de vino y a escasos metros de donde se encontraba Paula comenzaron los
empujones y golpes. El más grande de ellos le propinó un puñetazo que
tumbó al otro y gloriosamente alzó su trofeo mientras de un trago se
bebía casi la mitad del contenido del cartón de vino.
El más pequeño enfurecido sacó un cuchillo de la espalda y se lo
clavó repetidamente en el cuello a su rival, realmente se ensañó con su
cadáver y a pesar de la poca luz Paula pudo ver con claridad como tenía
toda la cara manchada de sangre. Recogió el poco vino que quedaba y se
lo tomó de un trago.
Paula estaba temblando del miedo, no se
atrevía ni a respirar y desde luego mucho menos a moverse, si estaba lo
suficientemente quieta tal vez el vagabundo asesino se iría de allí sin
verla. Pero la casualidad no se quiso aliar con ella y justo cuando el
asesino se daba la vuelta para marcharse del lugar la batería de su
teléfono la delató. Un incesante pitido advirtiendo que la carga estaba a
punto de agotarse comenzó a sonar y el vagabundo se giró de inmediato.
¿Hay alguien ahí? Puedo escucharte, ¡Sal inmediatamente o te rajo!
La pobre chica se quedó petrificada y no sabía como actuar mientras
el asesino se acercaba a ella. Por instinto decidió tirarle el teléfono
con tan mala puntería que este pasó por encima del vagabundo y golpeó la
pared del fondo. Él, que todavía no había visto a la chica, escuchó un
ruido a sus espalda y se giró, momento que aprovechó Paula para salir de
la oscuridad y empujarle a la vez que salía corriendo.
El vagabundo enfureció de tal manera que
no dejaba de gritar e insultar a Paula, se levantó y comenzó a
perseguirla por los túneles. Ella no era una buena deportista pero el
miedo se apoderó de sus piernas y le dio fuerza para correr dejando
atrás los zapatos de medio tacón que llevaba aquella noche, sus pies se
ensangrentaron mientras corría sobre la gravilla y guijarros del suelo
de túnel. Sin embargo el miedo era más fuerte que el dolor y no se
detuvo a pesar de que en varias ocasiones estuvo a punto de caerse al
tropezar por culpa de la casi total oscuridad de su ruta de huída.
Al llegar a la estación Paula ya había logrado sacar unos cuantos
metros a su perseguidor y subió al andén para adentrarse en los pasillos
que la llevaban a la salida del Metro. A sus piernas empezaban a
fallarle las fuerzas pero no se podía parar a descansar así que casi
extenuada subió el último tramo de escaleras.
Lo que vio allí la heló la sangre, la estación estaba al igual que la
anterior cerrada y no parecía haber nadie, comenzó a gritar
desesperada, a gesticular a las cámaras y golpear las puertas. Pero su
perseguidor que conocía a la perfección los horarios y hábitos de los
trabajadores del metro ya había subido la escalera y la había cortado
toda posible ruta de escape.
El asesino se abalanzó sobre ella y tras
inmovilizarla la violó y sometió durante más de una hora. Cuando había
saciado todos sus apetitos sexuales sacó de nuevo el oxidado y
ensangrentado cuchillo con el que había matado al otro vagabundo y se lo
hundió repetidamente en el pecho hasta que Paula dejó de patalear y
murió con una horrible expresión de terror en su rostro.
Al día siguiente los trabajadores se
encontraron con un surco de sangre que se perdía en la profundidad del
túnel, asustados deciden revisar las cintas de vídeo que grabaron esa
noche y pudieron observar la desgarradora escena de la violación y
asesinato y como el vagabundo arrastraba el cuerpo de Paula dejándolo
caer escaleras abajo para de nuevo arrastrarlo hasta la oscuridad de las
vías del tren.
La policía localizó los dos cuerpos pero no encontraron ni rastro del
asesino, del cual se dice que todavía utiliza los túneles del
subterráneo para esconderse de noche.
lo que aquella noche regresaría temprano a casa, se sentía bastante mal y
muy mareada pero como era relativamente temprano decidió que en lugar
de gastarse su dinero en un taxi, como hacía habitualmente cuando
regresaba de la discoteca, aprovecharía que el Metro aún seguía abierto
para ahorrarse unos cuantos euros.
El trayecto era largo y las pocas personas que viajaban en su vagón
parecían tan cansadas como ella, sólo un grupo de amigos que bromeaban
al fondo del tren hacían el suficiente ruido con sus bromas y risas para
mantenerla despierta, pero cada vez tenía que luchar con más fuerza
para no quedarse dormida. Por desgracia en la siguiente estación tenía
que hacer un transbordo así que se bajó y tras caminar por los pasillos
de la estación llegó al andén en el que abordaría el metro que la
llevaría a casa.
El cartel luminoso avisaba que el próximo tren tardaría seis minutos
en llegar, por lo que Paula decidió esperar sentada en uno de los bancos
junto al andén. El silencio y la soledad de esa estación provocaron lo
inevitable y a pesar de sus esfuerzos se durmió y casi sin darse cuenta
se recostó en el banco usándolo como si fuera una cama. Era tan profundo
su sueño provocado por la borrachera que cuando pasó el último metro de
la noche ni siquiera lo sintió pasar.
Hasta pasada más de una hora no se
despertó, por suerte la borrachera parecía haberse esfumado parcialmente
tras la cabezadita, pero algo parecía no ir bien. El cartel que avisaba
la llegada del próximo tren estaba apagado y al mirar la hora en su
teléfono móvil se dio cuenta que eran casi las dos de la mañana.
Asustada empezó a subir las escaleras mecánicas de la estación, que
ya estaban apagadas, para salir de allí. La parada en la que tenía que
hacer trasbordo era una de las más antiguas, viejas y pequeñas de la
ciudad por lo que la sensación de agobio y miedo eran mucho más
intensas. Al llegar a la salida la peor de sus pesadillas se hizo
realidad. Las puertas estaban cerradas y no había nadie en la estación
por lo que por más que gritara nadie podría escucharla desde la calle.
Además su teléfono estaba sin cobertura, esas malditas estaciones casi
nunca tenían señal y las puertas de cristal herméticamente cerradas la
separaban del exterior aún por unos cuentos metros.
Paula no sabía que hacer, miraba a las cámaras de seguridad y hacía
gestos esperando que alguien desde algún puesto de control pudiera
verla, pero ella misma sabía que eso era imposible, no había nadie
controlando las cámaras porque la estación había sido cerrada desde
fuera.
¿Cómo era posible que nadie la despertara? ¿No tenían los guardias de
seguridad que comprobar que nadie quedara dentro de la estación antes
de cerrar?
Su miedo se convertía por momentos en cólera y confusión. Desde luego
no podía esperar hasta que a la mañana siguiente abrieran de nuevo el
Metro, faltaban más de cuatro horas para que se reiniciara el servicio y
si llegaba a casa a las 7 de la mañana su padre probablemente la
mataría.
Con la mente aún nublada por el alcohol decidió que lo mejor que
podía hacer era caminar por los raíles del tren hasta la siguiente
parada. El camino era oscuro y realmente tétrico pero sabía que su
destino no estaba muy lejos y gracias a la luz del flash de su teléfono
podría alumbrar el camino. La siguiente estación era una de las más
importantes, con gran cantidad de líneas y recientemente había sido
remodelada por lo que estaba segura que allí podría encontrar a alguien
que la permitiera salir a la calle donde abordaría un taxi.
La idea parecía muy buena, pero a la
hora de la verdad recorrer aquellos túneles era realmente escalofriante,
un silencio casi sepulcral hacía que hasta la más leve de sus pisadas
resonaran con el eco de las paredes. Se podían escuchar los chirridos de
las ratas y el goteo de algunas zonas en las que parecía que había
leves escapes de agua.
Sus pasos eran cortos y se detenía a menudo a escuchar porque sentía
como si alguien la observara desde la oscuridad. El miedo la invadía y
paralizaba por momentos, pero ya era demasiado tarde para volverse
atrás, debía estar casi a mitad de camino cuando unas voces la
alertaron. Por un momento pensó en gritar para que supieran que estaba
allí pero decidió ser cauta y apagar la luz de su teléfono mientras se
escondía en un estrecho pasillo que había en un lateral del túnel.
Mientras permanecía escondida y en silencio pudo ver la figura de dos
hombres bastante corpulentos, sus ojos cada vez se adaptaban más a la
escasa iluminación de las luces de emergencia que había cada muchos
metros en el túnel. Ambos parecían discutir acaloradamente por un cartón
de vino y a escasos metros de donde se encontraba Paula comenzaron los
empujones y golpes. El más grande de ellos le propinó un puñetazo que
tumbó al otro y gloriosamente alzó su trofeo mientras de un trago se
bebía casi la mitad del contenido del cartón de vino.
El más pequeño enfurecido sacó un cuchillo de la espalda y se lo
clavó repetidamente en el cuello a su rival, realmente se ensañó con su
cadáver y a pesar de la poca luz Paula pudo ver con claridad como tenía
toda la cara manchada de sangre. Recogió el poco vino que quedaba y se
lo tomó de un trago.
Paula estaba temblando del miedo, no se
atrevía ni a respirar y desde luego mucho menos a moverse, si estaba lo
suficientemente quieta tal vez el vagabundo asesino se iría de allí sin
verla. Pero la casualidad no se quiso aliar con ella y justo cuando el
asesino se daba la vuelta para marcharse del lugar la batería de su
teléfono la delató. Un incesante pitido advirtiendo que la carga estaba a
punto de agotarse comenzó a sonar y el vagabundo se giró de inmediato.
¿Hay alguien ahí? Puedo escucharte, ¡Sal inmediatamente o te rajo!
La pobre chica se quedó petrificada y no sabía como actuar mientras
el asesino se acercaba a ella. Por instinto decidió tirarle el teléfono
con tan mala puntería que este pasó por encima del vagabundo y golpeó la
pared del fondo. Él, que todavía no había visto a la chica, escuchó un
ruido a sus espalda y se giró, momento que aprovechó Paula para salir de
la oscuridad y empujarle a la vez que salía corriendo.
El vagabundo enfureció de tal manera que
no dejaba de gritar e insultar a Paula, se levantó y comenzó a
perseguirla por los túneles. Ella no era una buena deportista pero el
miedo se apoderó de sus piernas y le dio fuerza para correr dejando
atrás los zapatos de medio tacón que llevaba aquella noche, sus pies se
ensangrentaron mientras corría sobre la gravilla y guijarros del suelo
de túnel. Sin embargo el miedo era más fuerte que el dolor y no se
detuvo a pesar de que en varias ocasiones estuvo a punto de caerse al
tropezar por culpa de la casi total oscuridad de su ruta de huída.
Al llegar a la estación Paula ya había logrado sacar unos cuantos
metros a su perseguidor y subió al andén para adentrarse en los pasillos
que la llevaban a la salida del Metro. A sus piernas empezaban a
fallarle las fuerzas pero no se podía parar a descansar así que casi
extenuada subió el último tramo de escaleras.
Lo que vio allí la heló la sangre, la estación estaba al igual que la
anterior cerrada y no parecía haber nadie, comenzó a gritar
desesperada, a gesticular a las cámaras y golpear las puertas. Pero su
perseguidor que conocía a la perfección los horarios y hábitos de los
trabajadores del metro ya había subido la escalera y la había cortado
toda posible ruta de escape.
El asesino se abalanzó sobre ella y tras
inmovilizarla la violó y sometió durante más de una hora. Cuando había
saciado todos sus apetitos sexuales sacó de nuevo el oxidado y
ensangrentado cuchillo con el que había matado al otro vagabundo y se lo
hundió repetidamente en el pecho hasta que Paula dejó de patalear y
murió con una horrible expresión de terror en su rostro.
Al día siguiente los trabajadores se
encontraron con un surco de sangre que se perdía en la profundidad del
túnel, asustados deciden revisar las cintas de vídeo que grabaron esa
noche y pudieron observar la desgarradora escena de la violación y
asesinato y como el vagabundo arrastraba el cuerpo de Paula dejándolo
caer escaleras abajo para de nuevo arrastrarlo hasta la oscuridad de las
vías del tren.
La policía localizó los dos cuerpos pero no encontraron ni rastro del
asesino, del cual se dice que todavía utiliza los túneles del
subterráneo para esconderse de noche.
que le encantaban los niños en cierta ocasión detectó el caso más
espeluznante que se recuerda en la historia de la aviación. Cuando tras
acercarse a una madre con su bebé detectó algo raro…
Los viajes cruzando el Atlántico siempre
habían sido los más odiados por Alicia, una azafata de una importante
aerolínea internacional que desde hacía pocos meses había sentido como
su instinto maternal se disparaba tras contraer matrimonio y el
nacimiento de su primer sobrinito de menos de un año. Desde entonces no
desaprovechaba ninguna ocasión para hacerle carantoñas y dedicarle unas
palabras de cariño a cuanto bebé se cruzaba. Sentirse mamá aunque fuera
por unos instantes la reconfortaba y animaba cada vez más en su idea de
tener una gran familia que la esperara con los brazos abiertos después
de cada vuelo.
A pesar del cansancio y el maldito
”jetlag” de esos vuelos transoceánicos en los que no daba tiempo a
acostumbrarse al nuevo horario Alicia estaba especialmente feliz ese
día. Tras diez días de trabajo con vuelos interminables y aburridas
noches de insomnio en el hotel por fin llegaría a casa con su marido y
disfrutaría de unos merecidos días de descanso. Su alegría era
claramente visible y dedicaba sonrisas y atenciones a todos los
viajeros, incluso sus compañeros estaban sorprendidos de su alegría,
sobre todo teniendo en cuenta que aún faltaban más de nueve horas de
vuelo para llegar a Madrid.
Mientras avanzaba por uno de los
pasillos del avión repartiendo las bandejas de comida, observó una mujer
con cara de pocos amigos sosteniendo un bebé en brazos, tras ofrecerle
el escaso menú (pollo o carne) le preguntó por la criatura que estaba
dormida.
- Pobrecito debe estar muy cansado,
¿necesita usted algo para que el bebé descanse mejor? ¿una manta extra o
tal vez calentar el biberón cuando se despierte?
- No gracias – Respondió la mujer con el ceño fruncido, una respuesta
tajante y tan escueta que dejó claro que no quería que les molestasen.
Alicia continuó avanzando por el pasillo
mientras insultaba mentalmente a la mujer a la que había ofrecido ayuda
y la había tratado como un desecho.
Al acabar de repartir las bandejas le
comentó a uno de sus compañeros lo impertinente que había sido con ella y
éste le dijo que a él le había pasado algo similar cuando trató de
ayudarla a subir la maleta, se había llevado un empujón por ser amable y
acercarse a ella. Al parecer la mujer era una maleducada de mucho
cuidado.
Varios minutos después comenzó el turno
de recoger las bandejas y restos de comida así que Alicia decidió dar
una segunda oportunidad a la mujer, al fin y al cabo el bebé no tenía la
culpa del comportamiento de su madre.
- Espero que la comida haya sido de su
agrado – Le dijo Alicia con una sonrisa forzada – Si desea cambiar el
pañal al bebé tenemos en la parte posterior del avión una mesita
habilitada para tal efecto.
-Ya le dije antes que no necesito ninguna ayuda – Contestó la impertinente mujer.
Alicia a estas alturas ya había
declarado su odio a la señora y furiosa la observaba cada minuto como
esperando que infringiera alguna norma para llamarle la atención. Pero
la mujer prácticamente no se movía ni para pestañear y lo más curioso,
su bebé permanecía dormido desde hacía más de seis horas sin tan
siquiera haber recibido un cambio de pañal o tomado un biberón. La
azafata que había hecho de niñera de su sobrino en más de una ocasión
sabía de sobre que con pocos meses los bebés son como esponjas y comen
cada tres horas y si no se les cambia el pañal con asiduidad se les
puede irritar el culito.
Alicia decidió acercarse una vez más
para comprobar que la criatura estuviera bien. La mujer había cerrado
los ojos y se había dormido con el bebé en brazos y la mantita que
cubría a la criatura se había desplazado un poco dejando su cabecita al
descubierto.
Alicia aprovechó para mirar la carita de
lo que parecía un bebé de no más de dos meses de edad. Su piel estaba
pálida y su carita parecía hinchada, además desprendía mal olor, por lo
que supuso que se habría hecho caca encima y su descuidada madre no se
había dado cuenta. Decidió despertar a la señora para advertirla.
- Disculpe señora – dijo mientras tocaba
levemente el hombro de la mujer – Creo que el bebé se hizo caquita
¿quiere que le habilite la mesita para cambiarle el pañal?
- No moleste mas, ya le dije antes que no necesito ayuda.- La mujer al
ver que su bebé estaba destapado rápidamente le volvió a cubrir con la
manta toda la cabecita.
- Pero señora si no cambia usted el pañal al bebé puede ocasionar
molestias a los otros pasajeros y lo que es peor puede provocar una
irritación de la piel a su bebé.
- ¡No me va a decir usted como cuidar a mi hijo!, ¡Váyase inmediatamente o le pongo una denuncia al bajar del avión!
Alicia se fue cabizbaja hacia la cabina
del avión, tenían terminantemente prohibido discutir con un viajero sin
la presencia del jefe de cabina. Tras contarle a su jefe la situación
ambos regresaron al asiento de la señora.
- Buenas noches señora – dijo el jefe de
cabina con la voz más dulce que podía – Quisiera informarle de la
posibilidad de cambiar el pañal a su bebé de una forma más cómoda en la
parte trasera del avión y le ruego que lo haga para evitar molestias a
los otros pasajeros.
- Ya le he dicho a la chica que cambiaré a mi hijo cuando yo quiera
¡¿Quiénes se creen ustedes para ordenarme lo que tengo o no que hacer?!
- Señora por supuesto no le estamos ordenando nada, pero como usted
leería al comprar el billete de su infante es su obligación mantener la
higiene de su hijo y traer con usted el alimento que este precise. En
todo caso le informo que existen preparados de leche a bordo del avión y
si necesita le podemos preparar uno.
- Si no me dejan de molestar les pondré una denuncia y le diré a mi
marido que es abogado que se encargue de que nunca más vuelvan a volar.
- Disculpe señora pero creo que está usted confundiendo lo que es una
muestra de preocupación y nuestra obligación como tripulantes con una
orden o mandato. Únicamente le estamos informando de las que son sus
obligaciones.
La mujer en este punto de la discusión
estaba tan acalorada que se había olvidado de tapar de nuevo la cabecita
del bebé y el olor se hizo aún más insoportable. Además el color que
con la oscuridad de la cabina en las horas de descanso parecía pálido en
realidad era mas bien tirando a violeta o un morado claro y se podía
observar que en efecto el bebé tenía muy mal aspecto, hinchado y
totalmente inmóvil.
Los tripulantes se quedaron mirando fijamente al niño y la madre al darse cuenta le tapó de nuevo.
- Señora su bebé tiene mal aspecto es
nuestra obligación comprobar el buen estado de salud de todos los
ocupantes del avión ¿me permite que le revise?
- Usted no va a tocar a mi bebé ¡pederasta asqueroso!
- Señora me veo obligado a pedirle que me permita comprobar que el bebé se encuentra bien o deberé informar al capitán.
- Llame usted al presidente si quiere pero no van a tocar a mi hijo.
El jefe de cabina le pidió a Alicia que
se acercara a la cabina y le comunicara al capitán todo lo que había
pasada y que un pasajero se negaba a seguir sus indicaciones. El capitán
pidió un relevo a uno de los copilotos y se dirigió al asiento de la
señora.
- Buenas señora, mi nombre es Armando
Fuentes y soy el capitán de este vuelo. Como máxima autoridad de este
avión le solicito que inmediatamente permita a los tripulantes revisar
el estado de salud de su hijo o me veré obligado a advertir a las
fuerzas del orden del país de destino para que le estén esperando al
aterrizar el avión.
- Capitán usted entenderá que no quiero que personas desconocidas toquen
a mi hijo – dijo con cara de asustada- yo misma iré al baño y cambiaré a
mi bebé. Perdón.
- Alicia acompañe usted a la señora al baño y cerciórese de que cumple con mis indicaciones. – dijo el capitán.
Alicia sabía que algo no iba bien, es
imposible que ningún bebé duerma tantas horas sin tomar un biberón,
recibir un cambio de pañal y lo que es más importante con varias
personas gritando a su alrededor. Así que mientras la mujer se encerraba
en el baño con el niño decidió espiar por una rendija de la puerta (por
suerte para ella la puerta estaba parcialmente rota). Lo que vio dentro
la dejó sin habla, la mujer desnudó al bebé y un olor pútrido salió por
la rendija, el niño estaba totalmente morado y una gran cicatriz le
cruzaba todo el pecho, no se movía ni hacía ningún gesto.
Alicia dio un grito desgarrador y uno de
sus compañeros, mucho más fornido que Alicia, empujó la puerta hasta
abrirla por la fuerza (tan nerviosos estaban que ni recordaron que
tenían una llave). La mujer se abalanzó contra ellos dejando caer al
bebé al suelo y gracias a la ayuda de un pasajero pudieron
inmovilizarla.
El capitán comunicó al aeropuerto de
destino que estuvieran esperando las fuerzas de seguridad, el bebé
estaba muerto y las continuas negativas de la madre a recibir ayuda se
debían a que intentaba esconder su estado.
La policía al revisar al bebé se
llevaron una desagradable sorpresa. Habían sido vaciados todos sus
órganos internos y dentro de su cuerpecito cosido con hilo quirúrgico
había gran cantidad de droga. La supuesta “madre” al entrar en el baño
lo que planeaba era tirar por el wc toda la droga que había en el
interior del niño muerto para evitar ser capturada por la aduana y
enjuiciada por narcotráfico[/spoiler]
Una chica llega a altas horas de la
noche a la residencia de estudiantes donde vive, se ha quedado hasta
tarde con unas amigas y cuando llega a dormir son más de las tres.
Entra en la habitación tratando de no
hacer ruido para no despertar a su compañera de cuarto, tampoco enciende
la luz para no molestarla por lo que tiene que avanzar a oscuras
empleando solo la luz de tu teléfono móvil para no golpearse con los
muebles.
Cuando se mete en la cama empieza a oír
unos quejidos ahogados, la chica se queda en silencio para escuchar
mejor. El sonido es como pequeños grititos ahogados o quejidos sin
fuerza. Se imagina que su compañera se habrá traído a su novio al cuarto
y estarán teniendo una noche apasionada, le sorprende que no colgara
una prenda de ropa en la puerta como acostumbran a hacer como señal de
que tienen “visitas”. Pero está demasiado cansada para levantarse y
buscar otro sitio donde dormir. Sin darse cuenta cae en un profundo
sueño entre lamentos y quejidos.
A la mañana siguiente se despierta
sintiendo una humedad en su cama, aún medio dormida lleva su mano al
líquido que empapa la manta y pega un salto tras comprobar que es
sangre. Sobre su colcha la cabeza cortada de su amiga con un pañuelo en
la boca que le sirvió de mordaza la noche pasada.
La habitación parece un matadero, todo está ensangrentado y en la pared escrito con la sangre de su amiga se podía leer:
“Suerte que no encendiste la luz”
Al llegar el forense dictaminó que la
chica llevaba pocas horas muerta, al parecer el asesino la había estado
torturando toda la noche a escasos metros de la cama donde descansaba.
Los quejidos eran gritos de dolor que quedaban ahogados por la mordaza
mientras el psicópata despellejaba y mutilaba viva a la víctima. Sin
saberlo la chica había salvado su vida al no encender la luz y
sorprender al asesino en mitad del crimen.
noche a la residencia de estudiantes donde vive, se ha quedado hasta
tarde con unas amigas y cuando llega a dormir son más de las tres.
Entra en la habitación tratando de no
hacer ruido para no despertar a su compañera de cuarto, tampoco enciende
la luz para no molestarla por lo que tiene que avanzar a oscuras
empleando solo la luz de tu teléfono móvil para no golpearse con los
muebles.
Cuando se mete en la cama empieza a oír
unos quejidos ahogados, la chica se queda en silencio para escuchar
mejor. El sonido es como pequeños grititos ahogados o quejidos sin
fuerza. Se imagina que su compañera se habrá traído a su novio al cuarto
y estarán teniendo una noche apasionada, le sorprende que no colgara
una prenda de ropa en la puerta como acostumbran a hacer como señal de
que tienen “visitas”. Pero está demasiado cansada para levantarse y
buscar otro sitio donde dormir. Sin darse cuenta cae en un profundo
sueño entre lamentos y quejidos.
A la mañana siguiente se despierta
sintiendo una humedad en su cama, aún medio dormida lleva su mano al
líquido que empapa la manta y pega un salto tras comprobar que es
sangre. Sobre su colcha la cabeza cortada de su amiga con un pañuelo en
la boca que le sirvió de mordaza la noche pasada.
La habitación parece un matadero, todo está ensangrentado y en la pared escrito con la sangre de su amiga se podía leer:
“Suerte que no encendiste la luz”
Al llegar el forense dictaminó que la
chica llevaba pocas horas muerta, al parecer el asesino la había estado
torturando toda la noche a escasos metros de la cama donde descansaba.
Los quejidos eran gritos de dolor que quedaban ahogados por la mordaza
mientras el psicópata despellejaba y mutilaba viva a la víctima. Sin
saberlo la chica había salvado su vida al no encender la luz y
sorprender al asesino en mitad del crimen.
La citada historia le sucedió a una niña
de 9 años, hija única de padres de gran influencia en la política
local; esta niña tenía todo lo que hubiese querido y deseado una niña
normal, con buena educación, pero con una soledad incomparable. Sus
padres solían salir a fiestas de caridad y reuniones del ámbito
político, y la dejaban sola.
Todo cambió cuando le compraron un cachorro de raza grande para que
cuidase a la niña cuando creciera, pasaron los años y la niña y el perro
se volvieron inseparables. Una noche como cualquier otra los padres
fueron a despedirse de la niña; el perro, ya acostumbrado a dormir con
la niña, se tumbaba bajo de la cama.
Los padres se fueron y pronto la niña se
sumió en un sueño profundo, aproximadamente a las 2:30 de la
madrugada, un fuerte ruido la despertó, eran como rasguños leves y luego
más fuertes. Entonces, temerosa, bajó la mano para que el perro la
lamiese (era como un código entre ella y el perro) al sentir su lengua
en la mano se tranquilizó y durmió otra vez.
Cuando se despertó por la mañana
descubrió algo espantoso: En el espejo del tocador había algo escrito
con letras rojas. Cuando se acercó, vio que era un rastro de sangre que
decía así:
“NO SÓLO LOS PERROS LAMEN”.
Entonces dio un grito de terror al ver a su perro desangrado en el suelo de su habitación.
Se dice que cuando los padres la encontraron ella no decía otra cosa más que:
“¿Quién me lamió?” y decía el nombre de
su perro, se volvió loca y hasta la fecha está en un manicomio y sus
padres, tratando de olvidar lo que hallaron en el cuarto y a su hija, se
fueron al extranjero.
La incógnita más grande es: según los
que fueron a investigar al cuarto de la niña, el perro ya estaba muerto,
desangrado en el suelo, desde hace horas. ¿Quién le lamió la mano a la
niña debajo de la cama?
de 9 años, hija única de padres de gran influencia en la política
local; esta niña tenía todo lo que hubiese querido y deseado una niña
normal, con buena educación, pero con una soledad incomparable. Sus
padres solían salir a fiestas de caridad y reuniones del ámbito
político, y la dejaban sola.
Todo cambió cuando le compraron un cachorro de raza grande para que
cuidase a la niña cuando creciera, pasaron los años y la niña y el perro
se volvieron inseparables. Una noche como cualquier otra los padres
fueron a despedirse de la niña; el perro, ya acostumbrado a dormir con
la niña, se tumbaba bajo de la cama.
Los padres se fueron y pronto la niña se
sumió en un sueño profundo, aproximadamente a las 2:30 de la
madrugada, un fuerte ruido la despertó, eran como rasguños leves y luego
más fuertes. Entonces, temerosa, bajó la mano para que el perro la
lamiese (era como un código entre ella y el perro) al sentir su lengua
en la mano se tranquilizó y durmió otra vez.
Cuando se despertó por la mañana
descubrió algo espantoso: En el espejo del tocador había algo escrito
con letras rojas. Cuando se acercó, vio que era un rastro de sangre que
decía así:
“NO SÓLO LOS PERROS LAMEN”.
Entonces dio un grito de terror al ver a su perro desangrado en el suelo de su habitación.
Se dice que cuando los padres la encontraron ella no decía otra cosa más que:
“¿Quién me lamió?” y decía el nombre de
su perro, se volvió loca y hasta la fecha está en un manicomio y sus
padres, tratando de olvidar lo que hallaron en el cuarto y a su hija, se
fueron al extranjero.
La incógnita más grande es: según los
que fueron a investigar al cuarto de la niña, el perro ya estaba muerto,
desangrado en el suelo, desde hace horas. ¿Quién le lamió la mano a la
niña debajo de la cama?
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