Uh, tema polémico (?) Pero me pareció interesante exponer la situación por aquí y saber vuestra opinión. Para los latinoamericanos que no conozcan demasiado la situación voy a explicarla en este spoiler:
Y, mi opinión:
No me gustan los nacionalismos. Valoro, admiro e incluso considero necesario que haya amor y apoyo hacia una cultura propia, pero no me gusta que la diferencia cultural se utilice para justificar un sistema político diferente. No porque ese sistema político funcione mal, sino porque representa un colectivo al que no se quiere pertenecer. A mí esto no me parece relevante porque yo en la política no busco una representación, busco simplemente política. Y mientras esa política sea democrática, me es indiferente si me identifico o no con la cultura que la rodee (siempre y cuando se respete a la mía, claro). Es más, me atrae la idea de que si ese sistema llega a funcionar bien, alcance, se tome o inspire otros tantos colectivos más. Porque esas personas me importan y mi ideal de justicia no queda reducido solo a un trozo de tierra.
Todavía me convence menos cuando ese nacionalismo es en realidad un capitalismo disfrazado. Una región más rica que, debido a medidas del gobierno central, tiene que dar parte del dinero que genera. Y no queremos que nadie salvo nosotros se beneficie de lo que nosotros mismos producimos -obviando muchas veces los motivos de la menor riqueza del resto-. Cabe decir que la situación económica de Cataluña respecto a España es bastante más compleja y no se limita únicamente a dar o no dar dinero, pero aunque resulte de la extrapolación de un conflicto de la distribución económica desde ambos gobiernos, ese planteamiento existe.
Pero si una mayoría piensa lo contrario, lo respetaré. Soy catalán, vivo en Cataluña desde siempre y el catalán es mi lengua materna. Sería de las primeras personas en percibir las consecuencias que conllevaría, y no me importa. Creo que la posición más terrible que puede sufrir una comunidad es el autoritarismo. Porque el autoritarismo se convierte en represión y en censura, y entonces la democracia cae.
Y no, ir contra la Constitución o modificarla no significa ir contra la democracia. Eso es algo en lo que deberíamos ser bastante relativistas, porque por más que la escribamos con la intención de que no se necesite cambiar nunca, es inevitable que en algún momento se desfase.
Personalmente la existencia de la Constitución me chirría y me gusta por partes iguales. Existe para preservar determinados derechos y características del Estado que en algún momento se consideraron demasiado importantes como para dejarlo solo en manos de una pequeña mayoría. Esa idea me escama muchísimo, porque está admitiendo que no confía en su pueblo y que es peligroso dejar determinados aspectos en sus manos. Pero, por otro lado, me encanta que se haga consciente de la falacia de la mayoría que gobierna en la democracia de representación (toda una ironía), y me gusta que la forma de cambiarla sea desde el consenso absoluto. En realidad, lo único que realmente no me gusta e incluso detesto es que la Constitución se convierta en un argumento. O más bien, en una falacia de autoridad. No fue antidemocrático plantear el matrimonio homosexual y tuvimos que cambiar la Constitución. Maravilloso movimiento. Y tampoco lo sería ahora. Incluso podríamos buscarnos un vacío legal y hacer una consulta sin repercusiones políticas y cambiarla solo si es realmente necesario hacerlo y después de negociar. Y si es que realmente no se puede, de ninguna de las formas, entonces el cambio se vuelve urgente: con o sin independencia, la Constitución es antidemocrática y eso un Estado democrático no lo puede permitir.
No sé si el 1 de octubre podré votar, pero si no es entonces será más adelante. El gobierno es bastante inocente si cree que con estas medidas va a conseguir algo que no sea enfadar todavía más a la población. Y, cuando vote, mi elección dependerá de la legalidad del referéndum. Si España lo reconoce, votaré que no. Porque el nacionalismo es contrario a mi ideología y el gobierno central respeta mi opinión. Si España no lo reconoce, votaré que sí. Porque no quiero pertenecer a un país que no me quiere dejar hablar.
Cataluña es una comunidad autónoma situada al extremo noreste de España y tiene unos 7 millones de habitantes. El idioma que más se habla es el catalán, una lengua que encontramos en dos comunidades más aunque mucho menos hablado (Comunidad Valenciana y Baleares), en pequeñas zonas del sur de Francia y una ciudad de Italia (Alguer). A partir de la Renaixença, un período en el que resurge el catalán como lengua de culto que aparece en el siglo XIX, aparece el catalanismo. Este movimiento no solo pretende exaltar el uso del catalán, sino también la cultura catalana como propia y conformando una nación.
El catalanismo tuvo un peso considerable hasta la llegada de la dictadura de Primo de Rivera (1923), época en la que paralelamente empiezan a aparecer independentistas. Primo de Rivera recibe apoyo de la Lliga Regionalista, un movimiento catalanista de derechas, pero a la mitad del período el dictador termina posicionándose en contra con una represión hacia los catalanes. Al llegar la república el movimiento catalanista -y el independentista- cobran algo de fuerza no por demasiado tiempo. Franco asesina a muchos de los cabecillas catalanistas -algunos independentistas, pero no todos- y mantuvo una represión hacia Cataluña y el uso del catalán.
Al instaurar la democracia más o menos se arreglan las cosas salvo algunos puntos -como la inexplicable mayor autonomía de Estados como Navarra y el País Vasco (comunidades forales) frente a Cataluña. Sin embargo, el catalanismo y el independentismo no desaparece y siempre hay una intención latente de llegar a formar un nuevo Estado en algún momento -en palabras de Jordi Pujol, quien fue presidente de Cataluña en ese momento-.
En 2006 se aprueba una reforma del Estatuto que tiene a todos los catalanes muy contentos. Sin embargo, Rajoy -presidente de la oposición en ese momento- hace una recogida de firmas para llevarlo al Tribunal Constitucional y, finalmente, en 2012, consigue eliminarlo volviendo al Estatuto del 78.
Llegados a 2009 se aprueba un modelo de distribución económica que termina por perjudicar a Cataluña: Cataluña pasa de ser la tercera comunidad con más capacidad en recursos tributarios a la decimoquinta en recursos reales recibidos -lo cual, recién entrando en la crisis, se agrava-. El gobierno de Cataluña se ve obligado a reducir el déficit público para llegar al objetivo marcado por el Estado. Y, como es natural, Cataluña trata de revertir un poco la situación tratando de obtener un pacto como el de Navarra o el País Vasco, sin resultado.
Y en 2011 estalla un movimiento independentista. A pesar de todo, se sigue tratando de alcanzar un pacto fiscal hasta 2012 sin resultados, hasta que en ese mismo año tras otra Diada masiva, Mas (presidente de Cataluña, CiU) convoca unas nuevas elecciones para encaminar Cataluña hacia la independencia. Paralelamente, PSOE (la oposición) ofrece una propuesta para reformar la Constitución en la que se habla de reestructurar la división entre comunidades autónomas y Estado -recordemos que ya entonces Rubalcaba hablaba de pasar a un Estado federal- con una negativa del PP (partido que está al poder con mayoría absoluta, de derechas).
Pasan los años. Los partidos catalanistas tratan de conseguir la Independencia por métodos legales con una negativa absoluta, alegando que la Constitución no lo permite. Se hace una consulta -declarada ilegal por el gobierno central- para conocer la opinión del pueblo catalán al respecto con una participación de cerca de 2 millones y 1,5 millones de síes. Más adelante imputan al presidente por ese motivo y se le inhabilita para ocupar cargos públicos durante dos años.
En las elecciones pasadas forman una cohalición (Junts pel Sí) que pretende abarcar todos los partidos catalanistas para utilizar esas elecciones como un plebiscito. Junto con CUP (un partido pequeño independentista) obtienen mayoría de escaños pero no de votos (alrededor del 48%), sin embargo tenemos otros partidos cuyos integrantes no están necesariamente en contra de la independencia, por lo que la mayoría podría ser real.
Ponen una fecha: 1 de octubre para hacer un referéndum. Si sale sí, empezarán un proceso unilateral de independencia.
Este septiembre, desde el gobieron central no hemos hecho más que recibir amenazas. Han requisado todas las impresoras y papeletas que iban a utilizar para el proceso, han cerrado las páginas que iban a utilizar por la independencia, han prohibido que se haga propaganda al respecto, han tomado el control financiero de la Generalitat de Cataluña y ayer mismo la Guardia Civil entró en la Generalitat y se llevó alrededor de 20 detenidos, todos ellos altos cargos del gobierno catalán y uno de ellos el vicepresidente Oriol Junqueras. Ha habido incluso manifestaciones en contra de lo que ha ocurrido y el Partido Popular sigue en las mismas, llegando a amenazar con hacer una intervención militar si es necesario.
El 1 de octubre se hace un referéndum. El gobierno trata de evitarlo mandando miles de guardias civiles por toda la comundiad, convirtiéndose en una brutal represión policial con 893 heridos. Sin embargo, el referéndum sigue adelante con 2,2 millones de votantes (42-43% del censo) con una victoria del sí del 90%. Cabe decir que se calcula que la participación llegó al 50% pero muchas urnas se perdieron debido a la guardia civil.
El Partido Popular está convencido de haber actuado correctamente.
El catalanismo tuvo un peso considerable hasta la llegada de la dictadura de Primo de Rivera (1923), época en la que paralelamente empiezan a aparecer independentistas. Primo de Rivera recibe apoyo de la Lliga Regionalista, un movimiento catalanista de derechas, pero a la mitad del período el dictador termina posicionándose en contra con una represión hacia los catalanes. Al llegar la república el movimiento catalanista -y el independentista- cobran algo de fuerza no por demasiado tiempo. Franco asesina a muchos de los cabecillas catalanistas -algunos independentistas, pero no todos- y mantuvo una represión hacia Cataluña y el uso del catalán.
Al instaurar la democracia más o menos se arreglan las cosas salvo algunos puntos -como la inexplicable mayor autonomía de Estados como Navarra y el País Vasco (comunidades forales) frente a Cataluña. Sin embargo, el catalanismo y el independentismo no desaparece y siempre hay una intención latente de llegar a formar un nuevo Estado en algún momento -en palabras de Jordi Pujol, quien fue presidente de Cataluña en ese momento-.
En 2006 se aprueba una reforma del Estatuto que tiene a todos los catalanes muy contentos. Sin embargo, Rajoy -presidente de la oposición en ese momento- hace una recogida de firmas para llevarlo al Tribunal Constitucional y, finalmente, en 2012, consigue eliminarlo volviendo al Estatuto del 78.
Llegados a 2009 se aprueba un modelo de distribución económica que termina por perjudicar a Cataluña: Cataluña pasa de ser la tercera comunidad con más capacidad en recursos tributarios a la decimoquinta en recursos reales recibidos -lo cual, recién entrando en la crisis, se agrava-. El gobierno de Cataluña se ve obligado a reducir el déficit público para llegar al objetivo marcado por el Estado. Y, como es natural, Cataluña trata de revertir un poco la situación tratando de obtener un pacto como el de Navarra o el País Vasco, sin resultado.
Y en 2011 estalla un movimiento independentista. A pesar de todo, se sigue tratando de alcanzar un pacto fiscal hasta 2012 sin resultados, hasta que en ese mismo año tras otra Diada masiva, Mas (presidente de Cataluña, CiU) convoca unas nuevas elecciones para encaminar Cataluña hacia la independencia. Paralelamente, PSOE (la oposición) ofrece una propuesta para reformar la Constitución en la que se habla de reestructurar la división entre comunidades autónomas y Estado -recordemos que ya entonces Rubalcaba hablaba de pasar a un Estado federal- con una negativa del PP (partido que está al poder con mayoría absoluta, de derechas).
Pasan los años. Los partidos catalanistas tratan de conseguir la Independencia por métodos legales con una negativa absoluta, alegando que la Constitución no lo permite. Se hace una consulta -declarada ilegal por el gobierno central- para conocer la opinión del pueblo catalán al respecto con una participación de cerca de 2 millones y 1,5 millones de síes. Más adelante imputan al presidente por ese motivo y se le inhabilita para ocupar cargos públicos durante dos años.
En las elecciones pasadas forman una cohalición (Junts pel Sí) que pretende abarcar todos los partidos catalanistas para utilizar esas elecciones como un plebiscito. Junto con CUP (un partido pequeño independentista) obtienen mayoría de escaños pero no de votos (alrededor del 48%), sin embargo tenemos otros partidos cuyos integrantes no están necesariamente en contra de la independencia, por lo que la mayoría podría ser real.
Ponen una fecha: 1 de octubre para hacer un referéndum. Si sale sí, empezarán un proceso unilateral de independencia.
Este septiembre, desde el gobieron central no hemos hecho más que recibir amenazas. Han requisado todas las impresoras y papeletas que iban a utilizar para el proceso, han cerrado las páginas que iban a utilizar por la independencia, han prohibido que se haga propaganda al respecto, han tomado el control financiero de la Generalitat de Cataluña y ayer mismo la Guardia Civil entró en la Generalitat y se llevó alrededor de 20 detenidos, todos ellos altos cargos del gobierno catalán y uno de ellos el vicepresidente Oriol Junqueras. Ha habido incluso manifestaciones en contra de lo que ha ocurrido y el Partido Popular sigue en las mismas, llegando a amenazar con hacer una intervención militar si es necesario.
El 1 de octubre se hace un referéndum. El gobierno trata de evitarlo mandando miles de guardias civiles por toda la comundiad, convirtiéndose en una brutal represión policial con 893 heridos. Sin embargo, el referéndum sigue adelante con 2,2 millones de votantes (42-43% del censo) con una victoria del sí del 90%. Cabe decir que se calcula que la participación llegó al 50% pero muchas urnas se perdieron debido a la guardia civil.
El Partido Popular está convencido de haber actuado correctamente.
Y, mi opinión:
No me gustan los nacionalismos. Valoro, admiro e incluso considero necesario que haya amor y apoyo hacia una cultura propia, pero no me gusta que la diferencia cultural se utilice para justificar un sistema político diferente. No porque ese sistema político funcione mal, sino porque representa un colectivo al que no se quiere pertenecer. A mí esto no me parece relevante porque yo en la política no busco una representación, busco simplemente política. Y mientras esa política sea democrática, me es indiferente si me identifico o no con la cultura que la rodee (siempre y cuando se respete a la mía, claro). Es más, me atrae la idea de que si ese sistema llega a funcionar bien, alcance, se tome o inspire otros tantos colectivos más. Porque esas personas me importan y mi ideal de justicia no queda reducido solo a un trozo de tierra.
Todavía me convence menos cuando ese nacionalismo es en realidad un capitalismo disfrazado. Una región más rica que, debido a medidas del gobierno central, tiene que dar parte del dinero que genera. Y no queremos que nadie salvo nosotros se beneficie de lo que nosotros mismos producimos -obviando muchas veces los motivos de la menor riqueza del resto-. Cabe decir que la situación económica de Cataluña respecto a España es bastante más compleja y no se limita únicamente a dar o no dar dinero, pero aunque resulte de la extrapolación de un conflicto de la distribución económica desde ambos gobiernos, ese planteamiento existe.
Pero si una mayoría piensa lo contrario, lo respetaré. Soy catalán, vivo en Cataluña desde siempre y el catalán es mi lengua materna. Sería de las primeras personas en percibir las consecuencias que conllevaría, y no me importa. Creo que la posición más terrible que puede sufrir una comunidad es el autoritarismo. Porque el autoritarismo se convierte en represión y en censura, y entonces la democracia cae.
Y no, ir contra la Constitución o modificarla no significa ir contra la democracia. Eso es algo en lo que deberíamos ser bastante relativistas, porque por más que la escribamos con la intención de que no se necesite cambiar nunca, es inevitable que en algún momento se desfase.
Personalmente la existencia de la Constitución me chirría y me gusta por partes iguales. Existe para preservar determinados derechos y características del Estado que en algún momento se consideraron demasiado importantes como para dejarlo solo en manos de una pequeña mayoría. Esa idea me escama muchísimo, porque está admitiendo que no confía en su pueblo y que es peligroso dejar determinados aspectos en sus manos. Pero, por otro lado, me encanta que se haga consciente de la falacia de la mayoría que gobierna en la democracia de representación (toda una ironía), y me gusta que la forma de cambiarla sea desde el consenso absoluto. En realidad, lo único que realmente no me gusta e incluso detesto es que la Constitución se convierta en un argumento. O más bien, en una falacia de autoridad. No fue antidemocrático plantear el matrimonio homosexual y tuvimos que cambiar la Constitución. Maravilloso movimiento. Y tampoco lo sería ahora. Incluso podríamos buscarnos un vacío legal y hacer una consulta sin repercusiones políticas y cambiarla solo si es realmente necesario hacerlo y después de negociar. Y si es que realmente no se puede, de ninguna de las formas, entonces el cambio se vuelve urgente: con o sin independencia, la Constitución es antidemocrática y eso un Estado democrático no lo puede permitir.
No sé si el 1 de octubre podré votar, pero si no es entonces será más adelante. El gobierno es bastante inocente si cree que con estas medidas va a conseguir algo que no sea enfadar todavía más a la población. Y, cuando vote, mi elección dependerá de la legalidad del referéndum. Si España lo reconoce, votaré que no. Porque el nacionalismo es contrario a mi ideología y el gobierno central respeta mi opinión. Si España no lo reconoce, votaré que sí. Porque no quiero pertenecer a un país que no me quiere dejar hablar.
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