@Fpt_leyenda @Mandrake @Rin-na
La humanidad vive a salvo en su reino de luz, embriagada por la felicidad brindada por la ignorancia. Pues donde hay luz, hay oscuridad. Y donde hay oscuridad, germina el mal. En las tinieblas viven seres monstruosos, sedientos de sangre; son amenazas que acechan desde las sombras, enemigos de los humanos: son vampiros.
Las entrañas de la Tierra están infestadas por el mal, estas tierras son conocidas como Transilvania, el Reino de los Vampiros. Desde su lúgubre castillo, el conde Drácula, antaño llamado Vlad III Tepes, lidera a su ejército de las tinieblas con el fin de acabar con la humanidad. No obstante, la humanidad no está indefensa, posee un escudo: el clan Belmont.
Desde el año 1094, el clan Belmont ha enfrentado las hordas del conde Drácula en pos de la humanidad; pero no fue hasta el año 1476 cuando el joven Trevor Belmont derrotó a Drácula empuñando el legendario látigo Matavampiros. La humanidad celebró su victoria, se habían salvado.
Pero el mal siempre habitará en la oscuridad y la oscuridad jamás puede ser destruida, solo puede ser menguada. Cien años después de la victoria de Trevor Belmont, Drácula volvió a la vida. Así, la disputa entre el reino de los hombres y el reino de los vampiros se repetiría cada cien años, siempre con la victoria de los Belmont.
No obstante, esta guerra no podía ser eterna. Un hombre llamado Nostradamus predijo que en el año 1999 un gran eclipse sería visible en el mundo entero, y este eclipse traería el terror sobre la humanidad con la última resurrección del conde Drácula. Nostradamus había pronosticado el fin de la humanidad.
Estamos en el año 1999. La humanidad ha reunido los restos de las familias cazavampiros, castigadas por la fatiga de más de 500 años de guerra. Apoyado por la familia Morris, Julius Belmont es el último miembro de su clan, es la última esperanza de la humanidad.
Pero los designios del destino quisieron postrar sus ojos en una muchacha de pelo plateado. Una muchacha olvidada por su raza que defendería una causa ya olvidada...
Este relato dividido en cinco actos forma parte de la saga de relatos Crónicas de Gensokyo, en la cual se narrarán los pasados de los personajes más relevantes que viven en Gensokyo, país ficticio donde se desarrolla Touhou Project. Son historias independientes las unas de las otras; aunque algunas hagan referencias a ciertos hechos que ocurren en otras crónicas, no hay un orden definido de lectura.
En esta primera Crónica de Gensokyo que escribo descubriréis el origen de la cazavampiros más controvertida de Gensokyo. Aquella con el poder de manipular el tiempo, aquella que fue atrapada por las garras del destino: la impasible sirvienta de la Mansión Escarlata, Sakuya Izayoi.
Todos los hechos que se narrarán a continuación siguen fielmente el canon de la saga Castlevania y Touhou Project; sin embargo, este relato no debe ser tratado como canon. Si bien se pretende acercar a la verdad, la inclusión del mundo de Castlevania en el relato podría restar la veracidad de la historia. Todos los personajes originales pueden y deben ser considerados fanon; pero con los hechos, con la idea general, pretendo que sea tratada como una teoría plausible.
De todas formas, al finalizar la historia incluiré un capítulo especial llamado La Verdad tras la Crónica, donde hablaré detalladamente de los aspectos importantes de la historia, las teorías descartadas y otras explicaciones.
Espero profundamente que disfrutes de la historia tanto como lo hice yo al investigar y construir esta crónica.
En esta primera Crónica de Gensokyo que escribo descubriréis el origen de la cazavampiros más controvertida de Gensokyo. Aquella con el poder de manipular el tiempo, aquella que fue atrapada por las garras del destino: la impasible sirvienta de la Mansión Escarlata, Sakuya Izayoi.
Todos los hechos que se narrarán a continuación siguen fielmente el canon de la saga Castlevania y Touhou Project; sin embargo, este relato no debe ser tratado como canon. Si bien se pretende acercar a la verdad, la inclusión del mundo de Castlevania en el relato podría restar la veracidad de la historia. Todos los personajes originales pueden y deben ser considerados fanon; pero con los hechos, con la idea general, pretendo que sea tratada como una teoría plausible.
De todas formas, al finalizar la historia incluiré un capítulo especial llamado La Verdad tras la Crónica, donde hablaré detalladamente de los aspectos importantes de la historia, las teorías descartadas y otras explicaciones.
Espero profundamente que disfrutes de la historia tanto como lo hice yo al investigar y construir esta crónica.
"¿Crees en el destino? ¿Que hasta los poderes del tiempo pueden ser alterados por un propósito? (…)
En la vida hay tinieblas, mi niña, pero también hay luces. Y tú eres la luz de toda luz."
En la vida hay tinieblas, mi niña, pero también hay luces. Y tú eres la luz de toda luz."
Bram Stoker, Drácula
La humanidad vive a salvo en su reino de luz, embriagada por la felicidad brindada por la ignorancia. Pues donde hay luz, hay oscuridad. Y donde hay oscuridad, germina el mal. En las tinieblas viven seres monstruosos, sedientos de sangre; son amenazas que acechan desde las sombras, enemigos de los humanos: son vampiros.
Las entrañas de la Tierra están infestadas por el mal, estas tierras son conocidas como Transilvania, el Reino de los Vampiros. Desde su lúgubre castillo, el conde Drácula, antaño llamado Vlad III Tepes, lidera a su ejército de las tinieblas con el fin de acabar con la humanidad. No obstante, la humanidad no está indefensa, posee un escudo: el clan Belmont.
Desde el año 1094, el clan Belmont ha enfrentado las hordas del conde Drácula en pos de la humanidad; pero no fue hasta el año 1476 cuando el joven Trevor Belmont derrotó a Drácula empuñando el legendario látigo Matavampiros. La humanidad celebró su victoria, se habían salvado.
Pero el mal siempre habitará en la oscuridad y la oscuridad jamás puede ser destruida, solo puede ser menguada. Cien años después de la victoria de Trevor Belmont, Drácula volvió a la vida. Así, la disputa entre el reino de los hombres y el reino de los vampiros se repetiría cada cien años, siempre con la victoria de los Belmont.
No obstante, esta guerra no podía ser eterna. Un hombre llamado Nostradamus predijo que en el año 1999 un gran eclipse sería visible en el mundo entero, y este eclipse traería el terror sobre la humanidad con la última resurrección del conde Drácula. Nostradamus había pronosticado el fin de la humanidad.
Estamos en el año 1999. La humanidad ha reunido los restos de las familias cazavampiros, castigadas por la fatiga de más de 500 años de guerra. Apoyado por la familia Morris, Julius Belmont es el último miembro de su clan, es la última esperanza de la humanidad.
Pero los designios del destino quisieron postrar sus ojos en una muchacha de pelo plateado. Una muchacha olvidada por su raza que defendería una causa ya olvidada...
I
—… y cuando exterminamos al último ente maligno la cuarta cadena se disolvió. Allí estaba, frente a nosotros, la pintura que acabaría con la humanidad. Con nuestros corazones henchidos de valor, Jonathan y yo nos internamos en el mural. En su interior nos esperaba el infame vampiro Brauner.
—¿Y cómo le derrotasteis?
—Fue una dura batalla, Brauner combinaba las artes vampíricas con las demencias que invocaba desde sus diabólicos cuadros; pero con la tenacidad de Jonathan con la Matavampiros y el apoyo de mis conjuros Brauner no fue rival para nosotros.
—¡Oooh! ¡Debíais de ser muy poderosos!
—Lo éramos, mi niña. Pero has de saber que el mal nunca descansa, la derrota de Brauner no fue el final de la batalla. Cuando fue derrotado…
—¿Maestra Aulin?
Un hombre corpulento interrumpió el relato justo cuando llegaba a su clímax. La anciana miró al hombre, su atuendo de cuero con remates de plata mostraba los distintivos del clan Belmont. Era el heraldo que anunciaba la llegada del héroe. Posó su vista cansada en la niña que reposaba en su regazo, absorta por la historia de la que acababa de ser arrancada. Le dedicó una amarga sonrisa y respondió al caballero.
—¿Ya ha llegado sir Julius Belmont?
—Así es. Julius Belmont y la familia Morris esperan su presencia.
—Está bien. Diles que ahora mismo voy.
—Maestra Aulin.
Con una reverencia, el heraldo dejó a la anciana y a la niña a solas. La pequeña de pelo plateado la miró decepcionada.
—¿No vas a contarme el final?
—Lo siento, pequeña. Me temo que ya no va a poder ser. La humanidad me necesita. Oh cielo, pero no te preocupes. Tu hermano conoce la historia. Cuando acabe la reunión pídele que te cuente el final.
—¡De acuerdo, abuela Charlotte!
Satisfecha, la joven de 15 años bajó de su regazo y se marchó de la cabaña despidiéndose con una sonrisa. No era tan pequeña para ser tratada tan infantilmente, pero toda la familia Morris la trataba con excesivo cariño, no por su extrema dulzura, ni por su impecable educación. Ella era especial.
Las circunstancias de su nacimiento fueron singulares. Bañada por la luz de la luna, el vástago de la familia Morris nació bendito. Su pelo era plateado, su piel era pálida como la nieve que cubría el Cáucaso. Eran señales divinas, un regalo de los ángeles. Su destino era erradicar a los vampiros, todos estaban seguros: había nacido una leyenda. Fue bautizada con el nombre de Ariene; Ariene Morris, la estaca de plata que se clavaría en el corazón de las tinieblas.
Tras Ariene salió su abuela, la ilustre Charlotte Aulin. A paso quedo Charlotte se dirigió a la cabaña principal, donde todas las cabezas de familia la esperaban para debatir la estrategia que usarían en la batalla final. Ariene se quedó rondando por los alrededores de la cabaña principal, jugueteando con las huellas que iba dejando en la nieve.
Al entrar, Charlotte pudo ver a todos los presentes en la reunión. Empezando por su izquierda estaba el famoso héroe de la prestigiosa familia Belmont, Julius Belmont. A la temprana edad de 19 años ya se había ganado su fama como cazador de vampiros. Definitivamente, la sangre Belmont era especial. Enfrente suya se sentaban William Morris y su hijo, Albert. Padre e hijo tenían muchas similitudes: ojos azules, barbilla prominente, nariz delgada y pelo rubio. Pero ninguno superaba la belleza del pelo plateado de la menor de los Morris. Mirarles le hacía recordar a su querido Jonathan. Habían pasado tantas aventuras… Qué cruel destino le tenía reservado el futuro, el mismo que tendría toda la humanidad si no detenían a las hordas de Drácula.
—Ya estamos todos, pues. Acabemos prestos y saldremos cuanto antes a poner fin esta locura —el joven Belmont mostraba un entusiasmo jovial propio de su edad, pero Charlotte temía que fuese demasiado impulsivo.
—Comparto tus inquietudes, sir Julius Belmont, pero hay cosas que han de prepararse antes de partir a la batalla. Una mente ciega es tan inefectiva como una espada roma —Julius se incomodó por las palabras de la anciana—. Veo que seremos tres… —aunque Albert asistiría a la reunión, él no participaría en la batalla por orden de su padre. Cuando contó a todos los presentes reparó en un quinto asistente encapuchado del que no se había percatado, y eso le dio mala espina—. Perdón, cuatro. Seremos cuatro combatientes. ¿Qué opciones tenemos?
—¿No está claro? ¡Obraremos como lo hemos hecho siempre! Irrumpiremos en el castillo y lo recorreremos hasta dar con el cubil de esa alimaña. Los Belmont siempre han vencido contra las huestes de Drácula y esta no será la excepción —Julius Belmont mostraba una seguridad capaz de elevar la moral del soldado más cobarde, pero Charlotte no estaba complacida por esa resolución.
—Esta vez es distinta. Las profecías señalan que esta será la resurrección definitiva de Drácula. No podemos derrotarle con los métodos convencionales, podríamos fracasar. Hemos de destruirle definitivamente, para siempre.
—Por eso tenemos un aliado más —Julius señaló al hombre encapuchado que no se había pronunciado hasta ahora. El hombre se descubrió el rostro. La sorpresa fue generalizada, Charlotte incluso pudo oír la aguda ovación de la pequeña Ariene, posiblemente saciando su curiosidad a través de algún agujero del entablado de la cabaña—. Su nombre es Adrian Fahrenheit Tepes, también conocido como Alucard.
Sus rasgos no daban lugar a duda: el pelo blanco, la piel lechosa, esa mirada muerta y los colmillos prominentes propios de un vampiro. Era el hijo del mismísimo conde Drácula.
—¡Imposible! ¡El enemigo entre nosotros! En nombre de Dios, ¿qué blasfemia es esta? —William Morris se levantó de la silla y echó mano a su espada de plata. Charlotte le indicó con un movimiento que se sentará y William la obedeció sin protestar.
—Tengo conocimientos de que antaño un miembro cercano al conde Drácula traicionó a su especie y colaboró en su destrucción… Pero jamás habría pensado que se trataba de su propio hijo.
Julius iba a hablar, pero Alucard se adelantó. Su voz era serena, firme, y fría como el témpano.
—Hace 500 años ayudé Trevor Belmont en su batalla contra mi p… —se mordió el labio, un vivaz hilo rojo de sangre brotó por su labio y se relamió— el conde Drácula. Hace 200 años volví a colaborar con los Belmont desmantelando el ardid del brujo Shaft que había estado controlando a Richter Belmont. Si con ello consigo librar al mundo de la tiranía de mi padre, lucharé una tercera vez junto a los Belmont.
Hubo unos instantes de silencio. Charlotte estaba sorprendida, había pasado toda su vida luchando contra los vampiros, pero nunca había visto en un vampiro tanta humanidad como la que acababa de mostrar Alucard. Tenía dudas respecto a un hombre que había traicionado a su raza y a su padre; pero por alguna razón, esa convicción le agradaba más que la imprudencia del Belmont. Opinión que no compartía su hijo.
—¡Es inaudito! ¿Cómo podemos fiarnos de un ser capaz de traicionar a su propia especie? ¡Sigue siendo un vampiro! ¡Se alimenta de nuestra sangre! ¡Toma a nuestras mujeres!
Las ofensas de William no hicieron mella en la impasividad del vampiro. No era la primera vez que sentía el desprecio de los humanos, de aquellos a los que intentaba proteger.
—Alucard ya ha demostrado en el pasado su lealtad hacia la humanidad. No hay motivos para sospechar de él ahora. Necesitamos todos los aliados posibles para esta batalla y, desde luego, Alucard es un aliado del que no podemos prescindir —Charlotte sonrió por las palabras cabales de Julius, se preguntó si en el fondo estaría siendo seducida por una idea audaz pero insensata.
—Considero que lo mejor sería que Alucard nos prestase su fuerza para apoyarnos en estos tiempos oscuros. El enemigo será más fuerte que nunca y nosotros tenemos que serlo aún más. ¿Alguna objeción, William?
—Ninguna. Espero no tener que arrepentirme…
—En ese caso doy por finalizada la reunión. Mañana al alba partiremos al castillo de Drácula. Cuando lleguemos buscaremos un punto de entrada. Descansad, camaradas. Bien esta podría ser nuestra última noche.
Todos los presentes se levantaron al mismo tiempo y se dirigieron a sus respectivos aposentos. Cuando Charlotte se levantó, miró hacia donde intuía que estaría su pequeña espía. Efectivamente, pudo entrever un par de ojitos cenizos parpadeando al otro lado del muro. Charlotte hizo como si no la hubiese visto y, escondiendo su sonrisa, habló en voz alta.
—Las niñas que se acuestan tarde son devoradas por los vampiros.
Cuando salió de la cabaña comprobó que la espía había abandonado su posición. Al fin y al cabo es una buena niña, pensó Charlotte. Estaba a punto de entrar en su casa cuando oyó una discusión apagada. Reconoció las voces de William y Albert Morris. Entrar ahora interrumpiría la conversación, aguantar un poco el frío valdría la pena por tal de descubrir las inquietudes familiares.
—Por favor, padre. Déjame ir contigo. Ya tengo 18 años, he estado entrenando mucho. He matado a varios vampiros. Estoy listo para enfrentarme a Drácula.
—No, no lo estás. Las huestes de Drácula no tienen nada que ver con esos vampiros menores. Tu misión es proteger a la familia, mantener el legado. No dejes que el apellido Morris muera. Tu madre y tu hermana dependerán de ti cuando yo no esté.
—Padre, no…
—Albert, sé maduro. Estamos hablando de Drácula. Aun si conseguimos vencerle nada nos garantiza que salgamos vivos. Ya me he hecho la idea de que no os volveré a ver.
—Padre…
—Por eso no quiero que el último recuerdo de mi hijo esté difuminado por tus lágrimas. Por favor, déjame recordarte con una sonrisa. Quiero recordar por qué lucho…
Desde el interior se escuchó un sollozo. Charlotte se apoyó en su burdo bastón y se sentó en un banco cercano. Quizás tendría que esperar un poco más… El viento arreciaba cada vez más, cuanto más entraba la noche más gélidos se volvía el aire. Este es el clima ideal para los vampiros, la baja visibilidad es perfecta para sus cacerías. Mañana se enfrentarían al vampiro más peligroso de todos. Incuso con la ayuda de Alucard, ¿serían capaces de vencer? Tenía un extraño presentimiento, algo le decía que en el castillo de Drácula les esperaba un destino que ninguno imaginaría.
Una sombra perturbó sus pensamientos. Charlotte se levantó, miró a los lados. ¿De dónde provenía? ¿Serían los vampiros? ¿Se iban a adelantar a sus planes? Preparó un hechizo por si acababa siendo atacada, pero la presencia no se mostró. La oscuridad trae malos augurios, era mejor entrar ya en casa. Debía descansar mientras pudiera.
Las ruedas del destino ya habían comenzado a girar, pero había un engranaje que aún estaba suelto. Había una pieza a la que el destino tenía preparado un papel muy, muy distinto. La pequeña Ariene había sido descubierta por el sagaz ojo de su abuela, se preguntaba lo perspicaz que habría sido cuando era joven. Desde luego, sus historias tenían que ser ciertas. Lo que no sabía era hasta que punto eran ciertas. Siempre había oído a su abuela relatar historias de vampiros, y ahora que había visto uno en directo era totalmente distinto a lo que se había imaginado. ¿Dónde estaban los rasgos monstruosos? ¿La desenfrenada sed de sangre? Ese tal Alucard había destruido toda imagen que tenía de los vampiros, y causar semejante conmoción en una niña de su edad implicaba despertar su más profunda curiosidad. Si seguía a ese vampiro podría aprender más sobre ellos.
Se dirigió en dirección a donde había ido Alucard, pero no pudo dar más de tres pasos antes de ser descubierta.
—Ah, ah. Jovencita, ¿no le enseñaron modales en su casa? Hay que hacer caso a los mayores. Acabará siendo devorada por los vampiros.
Era una voz nueva para ella. Al darse la vuelta vio a un distinguido hombre alto de atuendo extravagante. Vestía una chaqueta roja, una camisa negra abotonada, un ajustado pantalón blanco y llevaba una chistera. Del cinto le colgaba una espada, un florete en particular. Tenía una melena rubia que le llegaba hasta los hombros y lucía con orgullo un hermoso bigote de caballero. Fuese quien fuese, no debía de ser de la zona.
—Oh, hablo de modales ajenos cuando no cuido los míos. Monsieur Saint Germain, para servirla —el sujeto hizo una exagerada reverencia con chistera incluida—. Qué buen momento he escogido para hablar contigo. Podría haber vuelto para venir después, pero no es buena idea jugar con el tiempo. ¿Sabe?
Ariene no entendía ni una palabra de lo que estaba diciendo ese señor. Estaba a punto de responder, pero el caballero intervino de nuevo.
—Claro, entiendo. ¿Cómo podría una niña entender de paradojas temporales? En fin, vayamos al grano. El tiempo no es algo que sobre… ¿No hace mucho frío aquí?
Con un chasqueo de dedos el frío cesó. No, no se trataba del frío. El aire había dejado de soplar, Ariene podía tocar las inmóviles partículas de nieve que flotaban a su alrededor. Iba a preguntar cómo había hecho eso, pero Saint Germain se adelantó a sus pensamientos.
—Bonito truco, ¿verdad? Es más práctico cuando están a punto de quitarte la vida, pero también es útil en estos momentos. Por favor, sentémonos. No querrás hablar todo el rato de pie, ¿verdad?
Ariene afirmó con la cabeza y ambos se sentaron en algún banco, no sin antes que Saint Germain retirase la nieve que cubría su parte de banco. El caballero sacó un reloj de arena y después de escrutarlo durante unos valiosos segundos, lo volvió a guardar.
—Bien, veamos. Eras… esto… ¿Ariel?
—Ariene.
—Discúlpame, no soy bueno con los nombres. Verás, quería hablar contigo de algo importante, pero no soy tan bueno con los niños como con los adultos. Estas cosas ya son difíciles de explicar a los que comprenden como para hacérselo entender a los que no comprenden —la niña no daba señales de estar entendiendo demasiado, así que decidió continuar lo mejor que pudiese—. A diferencia de los mortales normales, yo poseo una habilidad especial. Puedo ir allá y acá sin tener que ser este allá o aquel acá. Básicamente conozco las cosas que sucedieron y las que están por suceder.
Esta parte sí pareció que Ariene lo entendiese para esperanza de Saint Germain quien siguió explicando.
—La voluntad del destino ha querido que este conflicto acabe con un giro un tanto inesperado. No puedo detallar los sucesos o lo que sería dejaría de ser, pero lo que sí puedo decir es lo que debo decir pues así se pensó hacer. Tu destino no se encuentra en este país, ni siquiera en este continente. Me atrevería a decir que apenas comparte la misma realidad, pero allí estarás, sin falta. Formarás parte de un encantador futuro, aunque por desgracia tendrás que pasar antes por un sombrío bache. Pero eres fuerte, lo sé porque te vi. Podrás superarlo.
Ariene estaba empezando a preocuparse, apenas podía entenderle, pero había algo que no le gustaba.
—Sé que es todo muy repentino, entiendo tu confusión. Pero no te preocupes, tengo un obsequio para ti —de su chistera sacó lo que parecía ser un reloj de bolsillo de plata. El relieve estaba muy recargado y en su interior podían verse doce números en romano. Ariene no sabía hasta qué punto ese reloj estaba relacionado con el Londres victoriano—. Este es un reloj especial, permite detener el tiempo a voluntad. Claro que tampoco se puede hacer de la nada. ¿Sabes que no es la primera vez que entrego este reloj? Bueno, en realidad fue ese reloj pero era otro reloj. Detalles nimios. El caso es que estos relojes solo pueden ser dominados por aquellos con una sangre especial… como la de los Belmont —en este punto Saint Germain volvió a despertar el interés de la niña.
»Aunque un pajarillo me ha dicho que no tienes sangre Belmont pura. ¡Y por eso eres especial! ¡El destino te depara grandes cosas, niña! Tu destino se encuentra junto a aquello que más odias, es tu deber ser el puente de dos razas en guerra, ser un ejemplo de convivencia racial. ¡Y nunca serás consciente de ello! Formarás parte de la hermosa tierra que ellas están forjando. ¡Así me lo pidió esa mujer! —de pronto Saint Germain pareció darse cuenta de algo y sacó de nuevo su reloj de arena—. ¡Santo cielo, qué tarde se ha hecho! Me encantaría quedarme un rato más charlando, pero me temo que tengo un asuntillo que solucionar con cierto invocador de demonios inocentes. De todas formas he hablado más de lo que debería, espero que el tiempo sepa perdonarme —en ese momento el caballero se levantó y abrió una especie de portal dorado—. Ha sido un placer hablar con vos, mademoiselle Use adecuadamente mi obsequio. Bon voyage!
Nada más irse, la nieve reanudó su descenso y el viento invernal volvió a azuzarla. Era la experiencia más rara que había tenido, pero en el futuro se encontraría con individuos aún más particulares. Mientras volvía a casa no dejó de mirar el precioso reloj de bolsillo que aquel caballero le había regalado. Desde aquel momento, jamás se separaría de aquel reloj.
—¿Y cómo le derrotasteis?
—Fue una dura batalla, Brauner combinaba las artes vampíricas con las demencias que invocaba desde sus diabólicos cuadros; pero con la tenacidad de Jonathan con la Matavampiros y el apoyo de mis conjuros Brauner no fue rival para nosotros.
—¡Oooh! ¡Debíais de ser muy poderosos!
—Lo éramos, mi niña. Pero has de saber que el mal nunca descansa, la derrota de Brauner no fue el final de la batalla. Cuando fue derrotado…
—¿Maestra Aulin?
Un hombre corpulento interrumpió el relato justo cuando llegaba a su clímax. La anciana miró al hombre, su atuendo de cuero con remates de plata mostraba los distintivos del clan Belmont. Era el heraldo que anunciaba la llegada del héroe. Posó su vista cansada en la niña que reposaba en su regazo, absorta por la historia de la que acababa de ser arrancada. Le dedicó una amarga sonrisa y respondió al caballero.
—¿Ya ha llegado sir Julius Belmont?
—Así es. Julius Belmont y la familia Morris esperan su presencia.
—Está bien. Diles que ahora mismo voy.
—Maestra Aulin.
Con una reverencia, el heraldo dejó a la anciana y a la niña a solas. La pequeña de pelo plateado la miró decepcionada.
—¿No vas a contarme el final?
—Lo siento, pequeña. Me temo que ya no va a poder ser. La humanidad me necesita. Oh cielo, pero no te preocupes. Tu hermano conoce la historia. Cuando acabe la reunión pídele que te cuente el final.
—¡De acuerdo, abuela Charlotte!
Satisfecha, la joven de 15 años bajó de su regazo y se marchó de la cabaña despidiéndose con una sonrisa. No era tan pequeña para ser tratada tan infantilmente, pero toda la familia Morris la trataba con excesivo cariño, no por su extrema dulzura, ni por su impecable educación. Ella era especial.
Las circunstancias de su nacimiento fueron singulares. Bañada por la luz de la luna, el vástago de la familia Morris nació bendito. Su pelo era plateado, su piel era pálida como la nieve que cubría el Cáucaso. Eran señales divinas, un regalo de los ángeles. Su destino era erradicar a los vampiros, todos estaban seguros: había nacido una leyenda. Fue bautizada con el nombre de Ariene; Ariene Morris, la estaca de plata que se clavaría en el corazón de las tinieblas.
Tras Ariene salió su abuela, la ilustre Charlotte Aulin. A paso quedo Charlotte se dirigió a la cabaña principal, donde todas las cabezas de familia la esperaban para debatir la estrategia que usarían en la batalla final. Ariene se quedó rondando por los alrededores de la cabaña principal, jugueteando con las huellas que iba dejando en la nieve.
Al entrar, Charlotte pudo ver a todos los presentes en la reunión. Empezando por su izquierda estaba el famoso héroe de la prestigiosa familia Belmont, Julius Belmont. A la temprana edad de 19 años ya se había ganado su fama como cazador de vampiros. Definitivamente, la sangre Belmont era especial. Enfrente suya se sentaban William Morris y su hijo, Albert. Padre e hijo tenían muchas similitudes: ojos azules, barbilla prominente, nariz delgada y pelo rubio. Pero ninguno superaba la belleza del pelo plateado de la menor de los Morris. Mirarles le hacía recordar a su querido Jonathan. Habían pasado tantas aventuras… Qué cruel destino le tenía reservado el futuro, el mismo que tendría toda la humanidad si no detenían a las hordas de Drácula.
—Ya estamos todos, pues. Acabemos prestos y saldremos cuanto antes a poner fin esta locura —el joven Belmont mostraba un entusiasmo jovial propio de su edad, pero Charlotte temía que fuese demasiado impulsivo.
—Comparto tus inquietudes, sir Julius Belmont, pero hay cosas que han de prepararse antes de partir a la batalla. Una mente ciega es tan inefectiva como una espada roma —Julius se incomodó por las palabras de la anciana—. Veo que seremos tres… —aunque Albert asistiría a la reunión, él no participaría en la batalla por orden de su padre. Cuando contó a todos los presentes reparó en un quinto asistente encapuchado del que no se había percatado, y eso le dio mala espina—. Perdón, cuatro. Seremos cuatro combatientes. ¿Qué opciones tenemos?
—¿No está claro? ¡Obraremos como lo hemos hecho siempre! Irrumpiremos en el castillo y lo recorreremos hasta dar con el cubil de esa alimaña. Los Belmont siempre han vencido contra las huestes de Drácula y esta no será la excepción —Julius Belmont mostraba una seguridad capaz de elevar la moral del soldado más cobarde, pero Charlotte no estaba complacida por esa resolución.
—Esta vez es distinta. Las profecías señalan que esta será la resurrección definitiva de Drácula. No podemos derrotarle con los métodos convencionales, podríamos fracasar. Hemos de destruirle definitivamente, para siempre.
—Por eso tenemos un aliado más —Julius señaló al hombre encapuchado que no se había pronunciado hasta ahora. El hombre se descubrió el rostro. La sorpresa fue generalizada, Charlotte incluso pudo oír la aguda ovación de la pequeña Ariene, posiblemente saciando su curiosidad a través de algún agujero del entablado de la cabaña—. Su nombre es Adrian Fahrenheit Tepes, también conocido como Alucard.
Sus rasgos no daban lugar a duda: el pelo blanco, la piel lechosa, esa mirada muerta y los colmillos prominentes propios de un vampiro. Era el hijo del mismísimo conde Drácula.
—¡Imposible! ¡El enemigo entre nosotros! En nombre de Dios, ¿qué blasfemia es esta? —William Morris se levantó de la silla y echó mano a su espada de plata. Charlotte le indicó con un movimiento que se sentará y William la obedeció sin protestar.
—Tengo conocimientos de que antaño un miembro cercano al conde Drácula traicionó a su especie y colaboró en su destrucción… Pero jamás habría pensado que se trataba de su propio hijo.
Julius iba a hablar, pero Alucard se adelantó. Su voz era serena, firme, y fría como el témpano.
—Hace 500 años ayudé Trevor Belmont en su batalla contra mi p… —se mordió el labio, un vivaz hilo rojo de sangre brotó por su labio y se relamió— el conde Drácula. Hace 200 años volví a colaborar con los Belmont desmantelando el ardid del brujo Shaft que había estado controlando a Richter Belmont. Si con ello consigo librar al mundo de la tiranía de mi padre, lucharé una tercera vez junto a los Belmont.
Hubo unos instantes de silencio. Charlotte estaba sorprendida, había pasado toda su vida luchando contra los vampiros, pero nunca había visto en un vampiro tanta humanidad como la que acababa de mostrar Alucard. Tenía dudas respecto a un hombre que había traicionado a su raza y a su padre; pero por alguna razón, esa convicción le agradaba más que la imprudencia del Belmont. Opinión que no compartía su hijo.
—¡Es inaudito! ¿Cómo podemos fiarnos de un ser capaz de traicionar a su propia especie? ¡Sigue siendo un vampiro! ¡Se alimenta de nuestra sangre! ¡Toma a nuestras mujeres!
Las ofensas de William no hicieron mella en la impasividad del vampiro. No era la primera vez que sentía el desprecio de los humanos, de aquellos a los que intentaba proteger.
—Alucard ya ha demostrado en el pasado su lealtad hacia la humanidad. No hay motivos para sospechar de él ahora. Necesitamos todos los aliados posibles para esta batalla y, desde luego, Alucard es un aliado del que no podemos prescindir —Charlotte sonrió por las palabras cabales de Julius, se preguntó si en el fondo estaría siendo seducida por una idea audaz pero insensata.
—Considero que lo mejor sería que Alucard nos prestase su fuerza para apoyarnos en estos tiempos oscuros. El enemigo será más fuerte que nunca y nosotros tenemos que serlo aún más. ¿Alguna objeción, William?
—Ninguna. Espero no tener que arrepentirme…
—En ese caso doy por finalizada la reunión. Mañana al alba partiremos al castillo de Drácula. Cuando lleguemos buscaremos un punto de entrada. Descansad, camaradas. Bien esta podría ser nuestra última noche.
Todos los presentes se levantaron al mismo tiempo y se dirigieron a sus respectivos aposentos. Cuando Charlotte se levantó, miró hacia donde intuía que estaría su pequeña espía. Efectivamente, pudo entrever un par de ojitos cenizos parpadeando al otro lado del muro. Charlotte hizo como si no la hubiese visto y, escondiendo su sonrisa, habló en voz alta.
—Las niñas que se acuestan tarde son devoradas por los vampiros.
Cuando salió de la cabaña comprobó que la espía había abandonado su posición. Al fin y al cabo es una buena niña, pensó Charlotte. Estaba a punto de entrar en su casa cuando oyó una discusión apagada. Reconoció las voces de William y Albert Morris. Entrar ahora interrumpiría la conversación, aguantar un poco el frío valdría la pena por tal de descubrir las inquietudes familiares.
—Por favor, padre. Déjame ir contigo. Ya tengo 18 años, he estado entrenando mucho. He matado a varios vampiros. Estoy listo para enfrentarme a Drácula.
—No, no lo estás. Las huestes de Drácula no tienen nada que ver con esos vampiros menores. Tu misión es proteger a la familia, mantener el legado. No dejes que el apellido Morris muera. Tu madre y tu hermana dependerán de ti cuando yo no esté.
—Padre, no…
—Albert, sé maduro. Estamos hablando de Drácula. Aun si conseguimos vencerle nada nos garantiza que salgamos vivos. Ya me he hecho la idea de que no os volveré a ver.
—Padre…
—Por eso no quiero que el último recuerdo de mi hijo esté difuminado por tus lágrimas. Por favor, déjame recordarte con una sonrisa. Quiero recordar por qué lucho…
Desde el interior se escuchó un sollozo. Charlotte se apoyó en su burdo bastón y se sentó en un banco cercano. Quizás tendría que esperar un poco más… El viento arreciaba cada vez más, cuanto más entraba la noche más gélidos se volvía el aire. Este es el clima ideal para los vampiros, la baja visibilidad es perfecta para sus cacerías. Mañana se enfrentarían al vampiro más peligroso de todos. Incuso con la ayuda de Alucard, ¿serían capaces de vencer? Tenía un extraño presentimiento, algo le decía que en el castillo de Drácula les esperaba un destino que ninguno imaginaría.
Una sombra perturbó sus pensamientos. Charlotte se levantó, miró a los lados. ¿De dónde provenía? ¿Serían los vampiros? ¿Se iban a adelantar a sus planes? Preparó un hechizo por si acababa siendo atacada, pero la presencia no se mostró. La oscuridad trae malos augurios, era mejor entrar ya en casa. Debía descansar mientras pudiera.
Las ruedas del destino ya habían comenzado a girar, pero había un engranaje que aún estaba suelto. Había una pieza a la que el destino tenía preparado un papel muy, muy distinto. La pequeña Ariene había sido descubierta por el sagaz ojo de su abuela, se preguntaba lo perspicaz que habría sido cuando era joven. Desde luego, sus historias tenían que ser ciertas. Lo que no sabía era hasta que punto eran ciertas. Siempre había oído a su abuela relatar historias de vampiros, y ahora que había visto uno en directo era totalmente distinto a lo que se había imaginado. ¿Dónde estaban los rasgos monstruosos? ¿La desenfrenada sed de sangre? Ese tal Alucard había destruido toda imagen que tenía de los vampiros, y causar semejante conmoción en una niña de su edad implicaba despertar su más profunda curiosidad. Si seguía a ese vampiro podría aprender más sobre ellos.
Se dirigió en dirección a donde había ido Alucard, pero no pudo dar más de tres pasos antes de ser descubierta.
—Ah, ah. Jovencita, ¿no le enseñaron modales en su casa? Hay que hacer caso a los mayores. Acabará siendo devorada por los vampiros.
Era una voz nueva para ella. Al darse la vuelta vio a un distinguido hombre alto de atuendo extravagante. Vestía una chaqueta roja, una camisa negra abotonada, un ajustado pantalón blanco y llevaba una chistera. Del cinto le colgaba una espada, un florete en particular. Tenía una melena rubia que le llegaba hasta los hombros y lucía con orgullo un hermoso bigote de caballero. Fuese quien fuese, no debía de ser de la zona.
—Oh, hablo de modales ajenos cuando no cuido los míos. Monsieur Saint Germain, para servirla —el sujeto hizo una exagerada reverencia con chistera incluida—. Qué buen momento he escogido para hablar contigo. Podría haber vuelto para venir después, pero no es buena idea jugar con el tiempo. ¿Sabe?
Ariene no entendía ni una palabra de lo que estaba diciendo ese señor. Estaba a punto de responder, pero el caballero intervino de nuevo.
—Claro, entiendo. ¿Cómo podría una niña entender de paradojas temporales? En fin, vayamos al grano. El tiempo no es algo que sobre… ¿No hace mucho frío aquí?
Con un chasqueo de dedos el frío cesó. No, no se trataba del frío. El aire había dejado de soplar, Ariene podía tocar las inmóviles partículas de nieve que flotaban a su alrededor. Iba a preguntar cómo había hecho eso, pero Saint Germain se adelantó a sus pensamientos.
—Bonito truco, ¿verdad? Es más práctico cuando están a punto de quitarte la vida, pero también es útil en estos momentos. Por favor, sentémonos. No querrás hablar todo el rato de pie, ¿verdad?
Ariene afirmó con la cabeza y ambos se sentaron en algún banco, no sin antes que Saint Germain retirase la nieve que cubría su parte de banco. El caballero sacó un reloj de arena y después de escrutarlo durante unos valiosos segundos, lo volvió a guardar.
—Bien, veamos. Eras… esto… ¿Ariel?
—Ariene.
—Discúlpame, no soy bueno con los nombres. Verás, quería hablar contigo de algo importante, pero no soy tan bueno con los niños como con los adultos. Estas cosas ya son difíciles de explicar a los que comprenden como para hacérselo entender a los que no comprenden —la niña no daba señales de estar entendiendo demasiado, así que decidió continuar lo mejor que pudiese—. A diferencia de los mortales normales, yo poseo una habilidad especial. Puedo ir allá y acá sin tener que ser este allá o aquel acá. Básicamente conozco las cosas que sucedieron y las que están por suceder.
Esta parte sí pareció que Ariene lo entendiese para esperanza de Saint Germain quien siguió explicando.
—La voluntad del destino ha querido que este conflicto acabe con un giro un tanto inesperado. No puedo detallar los sucesos o lo que sería dejaría de ser, pero lo que sí puedo decir es lo que debo decir pues así se pensó hacer. Tu destino no se encuentra en este país, ni siquiera en este continente. Me atrevería a decir que apenas comparte la misma realidad, pero allí estarás, sin falta. Formarás parte de un encantador futuro, aunque por desgracia tendrás que pasar antes por un sombrío bache. Pero eres fuerte, lo sé porque te vi. Podrás superarlo.
Ariene estaba empezando a preocuparse, apenas podía entenderle, pero había algo que no le gustaba.
—Sé que es todo muy repentino, entiendo tu confusión. Pero no te preocupes, tengo un obsequio para ti —de su chistera sacó lo que parecía ser un reloj de bolsillo de plata. El relieve estaba muy recargado y en su interior podían verse doce números en romano. Ariene no sabía hasta qué punto ese reloj estaba relacionado con el Londres victoriano—. Este es un reloj especial, permite detener el tiempo a voluntad. Claro que tampoco se puede hacer de la nada. ¿Sabes que no es la primera vez que entrego este reloj? Bueno, en realidad fue ese reloj pero era otro reloj. Detalles nimios. El caso es que estos relojes solo pueden ser dominados por aquellos con una sangre especial… como la de los Belmont —en este punto Saint Germain volvió a despertar el interés de la niña.
»Aunque un pajarillo me ha dicho que no tienes sangre Belmont pura. ¡Y por eso eres especial! ¡El destino te depara grandes cosas, niña! Tu destino se encuentra junto a aquello que más odias, es tu deber ser el puente de dos razas en guerra, ser un ejemplo de convivencia racial. ¡Y nunca serás consciente de ello! Formarás parte de la hermosa tierra que ellas están forjando. ¡Así me lo pidió esa mujer! —de pronto Saint Germain pareció darse cuenta de algo y sacó de nuevo su reloj de arena—. ¡Santo cielo, qué tarde se ha hecho! Me encantaría quedarme un rato más charlando, pero me temo que tengo un asuntillo que solucionar con cierto invocador de demonios inocentes. De todas formas he hablado más de lo que debería, espero que el tiempo sepa perdonarme —en ese momento el caballero se levantó y abrió una especie de portal dorado—. Ha sido un placer hablar con vos, mademoiselle Use adecuadamente mi obsequio. Bon voyage!
Nada más irse, la nieve reanudó su descenso y el viento invernal volvió a azuzarla. Era la experiencia más rara que había tenido, pero en el futuro se encontraría con individuos aún más particulares. Mientras volvía a casa no dejó de mirar el precioso reloj de bolsillo que aquel caballero le había regalado. Desde aquel momento, jamás se separaría de aquel reloj.
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